ÍNDICE POLÍTICO

FRANCISCO RODRÍGUEZ

 

Es cierto. Como él mismo repite a cada rato, el poder vuelve tontos a los listos, y locos a los pendejos. Es su caso. ¡Está desquiciado! ¡Perdió la chaveta! ¿Razón? No. Esa no. Tiene ya tiempo que no la ha tenido.

Poner “en pausa” las relaciones con los embajadores de Canadá y Estados Unidos, nuestros principales socios comerciales, lo muestra desquiciado. Fuera de sí. Caprichoso. Lo más lejano a lo que debe ser un jefe de Estado.

Es el final de un desastroso gobierno en el que Andrés Manuel López Obrador ha tomado decisiones tan descabelladas que uno no puede distinguir la delgada línea que se ha pintado entre la ola de indignación que provocan… o la sonora carcajada que retumba ya casi en todo el Continente. Ambas, igual de críticas, igual de acedas, absolutamente negativas para el proyecto despótico del caudillo.

Este ya no es un problema político ni electoral, ya trascendió, ya es un asunto que tiene que ver no sólo con la ética pública de la sociedad mexicana y la etiología de un partido en el poder, sino con un tratamiento psiquiátrico al que debería someterse AMLO.

Ya no se trata de defender a un hombre para que se apodere del mando en una tierra maltratada. Se trata de todo un proyecto errático. Antidemocrático y represor. ¡La locura!

Hoy en México hay una preponderancia de la insensatez que combinada con la negligencia y la ignorancia provoca sismos económicos y políticos. La reforma al Poder Judicial es el epicentro que tiene réplicas en la desaparición de los organismos autónomos constitucionales y en la militarización absoluta de la seguridad pública.

El desvarío configura una de las estructuras más clásicas y siniestras de la historia de los gobiernos. AMLO sustituye el debate argumental por la confrontación disparatada.

Los dementes con poder encierran de mil maneras al resto: los abruman de mentiras que ahogan, gritonean, controlan, impiden todo lo que pueden impedir.

Distribuyen rencores, muchas veces solo para encubrir estafas delirantes, sembrando pobreza, incertidumbres profundas y horizontes sin soles. Esa combinación augura olas de traumas económicos y sociales y negligencias masivas.

El fenómeno es contagioso y la locura se propaga a amplios círculos alojados en refugios que tarde o temprano se derrumban.

Los cortesanos que se adhieren a las telarañas de los privilegios de gobiernos como el de AMLO o el de Maduro, en Venezuela, contribuyen a la perturbación general.

Vasallos como Mario Delgado que instan a darle al caudillo “un gran regalo” antes de que deje el cargo presidencial: las reformas del llamado Plan C envueltas con un moño de ignominia.

La devaluación, la inflación son algunas de las consecuencias de la locura en el poder y del poder de la locura. Y también el confinamiento de sociedades enteras marginadas progresiva y económicamente desarraigadas del resto del mundo, satisfechas por sólo recibir un apoyo social al mes.

Esta locura del poderoso vive alimentada por la irresponsabilidad de los mercenarios del poder que la celebran y la defienden a cambio de la reprochable paga de la indignidad.

Y la lista de indignos es larga.

 

AMLO no es Elías Calles

¿Continuará lo locura en ya muy próximo sexenio?

Son muchos quienes opinan que sí.

Que desde su finca en Palenque AMLO moverá los hilos de Claudia Sheinbaum, como lo ha hecho hasta ahora, y que serán sus proyectos del narcosocialismo del siglo XXI los que se impondrán a los mexicanos.

Pero, comparar al tabasqueño con el sonorense Plutarco Elías Calles y el maximato que ejerció está fuera de lugar. Calles erigió instituciones. López las ha destruido.

Sabe, además, que de su permanencia en el pandero político depende la supervivencia de Morena. Hoy se siente inseguro de que, sin él ya al frente, su Movimiento se paralice y, ya estático, comience a desmoronarse.

 

Un Movimiento que, sin organización, no consigue consolidarse en partido político. Además de que ya, desde ahora, hay dentro de Morena una batalla campal que pone en riesgo su existencia tal y como estaba cuando en el 2018 alcanzó, por fin, el poder presidencial.

El propio AMLO la desató al adelantar varios años su propia sucesión. Al mostrar favoritismo por una de las que él motejó como “corcholatas”: Claudia Sheinbaum. Al no ocultar odio y rencor hacia quien piensa que le lleva las contras y sólo actúa dentro del marco constitucional, como fue el caso del ahora sumiso e irreconocible Ricardo Monreal.

Usa a quien se deje como instrumento de sus fobias –así y sea quebrantando el marco legal que nos rige, pues a él “no le salgan con que la ley es la ley” –, pues debe muchas y sabe que sólo así, golpeando, difundiendo filtraciones ilegales de conversaciones, podrá obtener el “perdón divino” a sus muchas raterías. Y eso es lo que se ve en la superficie. Pero por abajo, “aún hay más” … como decía aquel locutor.

 

Indicios

AMLO no está solo en su locura. Entre quienes sufren de una desviación mental por el poder están los líderes de grupos de crimen organizado y los corruptos. Estos se revelan por una pretensión de ser “intocables”, que ellos creen que es atractiva, pero es tan repulsiva, que es imposible de admirar. Los dementes por poder suelen caer en ese estado ayudados por un grupo de cómplices más bajos aún. Estos actúan como cortesanos que, al igual que a aquel rey del cuento, le hacen creer al funcionario, jefe o capo que sus ropajes y dotes no tienen igual, con el único fin de asegurarse sus propios privilegios, hasta que algún sensato le revela al monarca que anda desnudo y haciendo el ridículo. * * * Reciba mi reconocimiento por haber leído hasta aquí. Como siempre, le deseo ¡buenas gracias y muchos, muchos días!

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