EN LA GRILLA

FRANCISCO CHIQUETE

Tenía que ser. Ninguna sociedad aguanta pasivamente todo lo que ha aguantado la gente de Culiacán.
Los niños asesinados fueron la gota que derramó el vaso. Con los niños no, clamaron los miembros de una sociedad indignada por la impunidad con que se cometen ese y muchos delitos más, a ciencia y paciencia de una autoridad que está pendiente de desmentir los hechos que nos afectan a todos, en lugar de hacer un esfuerzo adicional o por lo menos, de mostrarse más empática.
¿Por qué la gente pasó de una marcha pacífica a una expresión iracunda que rompió los límites tradicionales y llegó hasta el sancta sanctorum del poder en Sinaloa, al mítico tercer piso y más aún: prácticamente hasta la oficina del Señor Gobernador, como identifican los rituales del oficialismo?
En estos cinco meses de violencia desbordada, los voceros del gobierno han estado empeñados en decir que han hecho retroceder a los violentos, que los actos delictivos se han reducido y que vamos por buen camino. A eso hay que sumar la desafortunada declaración del gobernador Rubén Rocha Moya, aquella de “en Culiacán vivimos perfectamente, están llenos los estadios, las escuelas…”
Insisten en esa narrativa tan ajena a la realidad que viven día a día los culiches, los que no duermen porque con frecuencia se los impiden las balaceras que nadie quiere reconocer, porque ven cómo los delincuentes irrumpen en cotos y fraccionamientos para disparar armas de alto poder, para secuestrar a alguien delante de su familia, para incendiar casas.
Nada tan gravoso para una comunidad como ver que no hay respeto ni siquiera por los niños, asesinados a mansalva, mientras la autoridad evita comprometerse a castigar a los culpables y se limita a dar pésames (Feliciano) o a celebrar como evidencia de triunfo, que hoy los decomisos de armas muestran culatas desgastadas y unidades viejas. Es que ya se les está acabando el dinero, concluye el secretario de seguridad, el mismo que explicó que los delincuentes procedieron así porque el automóvil en que viajaba la familia llevaba cristales con un polarizado muy intenso, que impidió a los delincuentes ver hacia el interior.
Nadie esperaba que una manifestación convocada por una escuela tuviese tanto arrastre, que la gente se atreviese a salir a exigir justicia y paz, pero ocurrió, Miles de personas tuvieron una marcha que ninguna organización política habría logrado, ni Morena, si se la exigen espontánea y voluntaria, sin acarreos, tortas, refrescos y gratificaciones.
Con todo eso fue lógico, natural, que aflorase un grito que desde hace meses se viene posicionando en el subconsciente colectivo: ¡Fuera Rocha!
La marcha pasó primero frente a Palacio Municipal, donde nadie tenía una respuesta, más allá de las aseveraciones torpes de “a Juan de Dios no le toca, es cosa del estado y la federación”. Se fueron a palacio de gobierno y ahí no había nadie que atendiese las protestas, que derivaron en un enojo incontenible.
Ciertamente no era prudente poner a Rocha frente a lo que ya era una turba, pero tampoco se preocuparon por preparar una respuesta, una oferta de atención. Simplemente abandonaron las oficinas y dejaron a los empleados a merced de ese enojo colectivo.
Lo peor es que el “Fuera Rocha” tampoco es una respuesta completa. Sería un desfogue a la animosidad, pero ninguno de los morenistas que pudieran sustituirlo, tiene una oferta concreta para avanzar. Además, ni Enrique Inzunza Cázares ni Imelda Castro Castro tienen ganas de protagonizar una sustitución en estos momentos, no sólo porque aspiran a los seis años completos, sino porque saben que nadie que llegue va a resolver el asunto.
ATÍZALE A LA OLLA
Después de los destrozos, de la catarsis, apareció el secretario general de gobierno, Feliciano Castro Meléndres, en un espacio distinto, por supuesto, a decir que ya se había ofrecido a la familia un diálogo con el gobernador, que se recibiría a una comisión para hablar sobre el problema, pero no hubo respuesta.
¿De veras creían que una manifestación de miles se disolvía con una oferta tan etérea? ¿De veras creen que el enojo de la comunidad se debe únicamente al deleznable crimen de los niños? Después de cinco meses de asesinatos, 9.6 por ciento de cada diez culiacanenses tiene la percepción absoluta de que su ciudad es insegura, y no es gratuito. Es una percepción labrada a golpe de crímenes, vejaciones, daños en la salud y daños en la economía. ¿Qué comisión puede representar a un abanico tan amplio?
Ojalá que no salgan con que la manifestación y su conclusión violenta fueron inducidas por los opositores políticos. Quienes lo provocaron todo, además de los criminales, son los propios representantes del gobierno.

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