Por Jesús Octavio Milán Gil 
La Tierra no nos pertenece; somos sus custodios, y nuestro destino está ligado a la salud de su alma. Jesús Milán
En el vasto lienzo de la historia de nuestro planeta, pocas páginas reflejan una transformación tan profunda y preocupante como la que estamos viviendo en la era moderna. El calentamiento global y el cambio climático, fenómenos que alguna vez parecieron lejanos o abstractos, hoy golpean con fuerza en nuestras vidas, desafiando nuestra capacidad de comprensión y acción. Como dijo el célebre científico Carl Sagan, “Vivimos en una estrella rodeada de un jardín de mundos, y la Tierra es nuestro único hogar”. Sin embargo, ese hogar, nuestra Tierra, está siendo desgarrada por nuestra propia mano.
Las causas del daño: un legado de irresponsabilidad.
La raíz de esta crisis se encuentra en nuestras actividades humanas: la quema masiva de combustibles fósiles — carbón, petróleo y gas — que ha liberado cantidades ingentes de gases de efecto invernadero, principalmente dióxido de carbono (CO₂) y metano (CH₄). Estos gases, que actúan como una manta que atrapa el calor en la atmósfera, han aumentado las temperaturas globales en aproximadamente 1,2°C desde la era preindustrial. La industrialización descontrolada, la deforestación acelerada y la agricultura intensiva, que convierten a la tierra en un escenario de explotación indiscriminada, han contribuido a exacerbar esta situación. Como alertó el científico James Hansen en 1988, “hemos alterado el equilibrio de la atmósfera de la Tierra, y ahora estamos pagando el precio”.
A través de la historia, las civilizaciones han dependido de la naturaleza, pero en los últimos siglos, hemos olvidado que somos parte de ella. La deforestación de selvas tropicales — que actúan como los pulmones del planeta — ha reducido drásticamente su capacidad de absorber CO₂, mientras que las actividades industriales y agrícolas han multiplicado las emisiones, sin un control efectivo ni una visión de sostenibilidad.
Las consecuencias: el precio de nuestro egoísmo.
Las evidencias son abrumadoras y alarmantes. El aumento de las temperaturas ha provocado fenómenos meteorológicos extremos: huracanes más intensos y frecuentes, incendios forestales que arrasan continentes enteros, olas de calor que amenazan la vida humana y la biodiversidad. El derretimiento de glaciares y capas de hielo en Groenlandia y la Antártida contribuye al incremento del nivel del mar, poniendo en peligro a millones de personas que viven en zonas costeras. En 2022, la ONU advirtió que si no reducimos nuestras emisiones, el nivel del mar podría subir hasta 1 metro para 2100, desplazando a más de 200 millones de personas.
La pérdida de hábitats naturales ha llevado a la extinción de especies y a la destrucción de ecosistemas vitales. La Amazonía, conocida como el “pulmón del planeta”, está siendo deforestada a un ritmo alarmante, lo que no solo contribuye a las emisiones de gases de efecto invernadero, sino que también significa la pérdida de biodiversidad y la alteración del ciclo hídrico.
Soluciones: un camino imprescindible hacia la esperanza.
Pero no todo está perdido. La historia también nos muestra que la humanidad posee una capacidad infinita de innovación y cambio. La solución radica en adoptar un enfoque integral: promover el uso de energías renovables como la solar, eólica, hidroeléctrica y geotérmica; impulsar políticas ambientales estrictas que regulen las emisiones y protejan los ecosistemas; fomentar la reforestación y la conservación de la biodiversidad; y, sobre todo, educar y concienciar a la población mundial sobre la importancia de vivir en armonía con la naturaleza.
Frases como la de Mahatma Gandhi, “Debemos ser el cambio que queremos ver en el mundo”, resuenan con fuerza en estos tiempos. Cada acción cuenta: desde reducir nuestro consumo de energía, hasta apoyar a líderes comprometidos con la sostenibilidad. La transición hacia una economía verde no solo es necesaria, sino también beneficiosa, generando empleos y fomentando la innovación.
Un llamado a la acción: nuestro destino está en nuestras manos.
El tiempo apremia. La Tierra nos habla en cada ráfaga de viento, en cada ola que rompe contra las costas, en cada especie que desaparece. Es nuestra responsabilidad escucharla y actuar con decisión. La historia de la humanidad está llena de ejemplos de desafíos superados mediante la unión, la creatividad y la voluntad de cambiar. Ahora, frente a la crisis climática, no es diferente.
Como concluyó el poeta estadounidense Walt Whitman, “No hay mayor pecado en la vida que no actuar”. La esperanza reside en nosotros, en la decisión de transformar nuestro modo de vida, en el compromiso de proteger nuestro hogar común. Porque, al fin y al cabo, el futuro de la Tierra y de las generaciones venideras depende de las acciones que emprendamos hoy.
Sólo así, con conciencia, valentía y amor por nuestro planeta, podremos asegurar un mañana en el que la Tierra siga siendo un lugar de belleza, diversidad y vida.
En este momento crucial de nuestra historia, recordemos las palabras del Salmo 24:1:
“La tierra y todo lo que en ella hay, el mundo y los que en él habitan, son del Señor.”
Este recordatorio divino nos invita a reflexionar sobre nuestra responsabilidad de cuidar y preservar la creación que nos fue confiada. Solo actuando con amor, compromiso y conciencia podremos honrar esa herencia sagrada y garantizar un futuro digno para toda la humanidad y la vida en la Tierra.
Domingo 4 de mayo de 2025.

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