Jesús Octavio Milán Gil
El agua de nuestras presas no es solo un recurso, es la sangre vital que late en el corazón de Sinaloa, alimentando vidas, sueños y un futuro lleno de esperanza.
El agua que fluye de nuestras presas no solo llena ríos y campos, sino también los corazones de toda una región que late con esperanza y determinación. Desde las corrientes que surcan las presas, se desprenden historias de esperanza, esfuerzo y vitalidad que llegan a cada rincón de nuestro territorio.
Primero, esa agua es un regalo para las familias. Es la fuente de vida que nos permite beber, bañarnos, cocinar y cuidar de nuestra salud. Cada gota que se distribuye en las comunidades, en las ciudades y en los pueblos, lleva consigo la promesa de bienestar y de un mañana saludable para todos. La gestión cuidadosa y responsable asegura que ningún hogar quede sin ese líquido vital, porque en cada gota está el derecho a vivir con dignidad.
Luego está la tierra, que florece gracias a la generosidad de las presas. Sinaloa, reconocido por sus fértiles campos de tomate, maíz, trigo y cítricos, se nutre del agua que brota de estas reservas. Sin ella, la agricultura sería solo un sueño lejano. Cada riego, cada semilla que crece, es un testimonio del trabajo arduo de los agricultores, quienes con esperanza y sacrificio, cultivan el sustento de muchas familias y alimentan a millones.
El agua también fluye en las fábricas y en las industrias que dan vida a la economía sinaloense. Es la aliada silenciosa en los procesos de producción, en la limpieza y en la innovación. Gracias a ella, las actividades industriales prosperan, generando empleos y fortaleciendo nuestro desarrollo.
Pero no todo es solo trabajo y producción. Las presas también guardan en su cauce un equilibrio vital para la naturaleza. Sus aguas sustentan ecosistemas que dependen de esa corriente constante, preservando la vida de animales, plantas y paisajes que conforman la riqueza de nuestra región. La responsabilidad en su uso es fundamental para mantener esa armonía entre el hombre y la naturaleza.
Y en esos mismos espacios, la diversión y la alegría encuentran su lugar. La pesca, los paseos en lancha, las actividades ecológicas y la convivencia en torno al agua reflejan cómo también podemos disfrutar y valorar estos recursos de forma sustentable, promoviendo el bienestar social y la unión entre comunidades.
En definitiva, el agua de las presas en Sinaloa es mucho más que un elemento natural: es el alma que conecta nuestras necesidades básicas, nuestra economía, nuestra naturaleza y nuestro espíritu. Su gestión responsable y cuidadosa es la clave para que esta fuente de vida siga iluminando el presente y asegurando un futuro lleno de esperanza para todos los que habitamos esta tierra bendecida.
En estos días de recuperación, mirando las cifras y los datos, surge una pregunta que nos invita a reflexionar profundamente: ¿cuánto nos falta aún para llenar nuestras presas y garantizar el sustento de nuestras comunidades, industrias y campos agrícolas?
Con una capacidad total estimada en aproximadamente 15,600 millones de metros cúbicos, nuestras presas hoy contienen apenas el 11.3%, unos 1,762 millones de metros cúbicos. Esa cifra, aunque pequeña en porcentaje, representa un esfuerzo colectivo, una esperanza que empieza a germinar gracias a las lluvias constantes y a la gestión responsable del agua.
Pero, ¿cuánto más necesitamos para alcanzar niveles que nos permitan garantizar el agua para todos? Si consideramos un nivel del 50% de llenado —qué muchos expertos consideran un umbral de seguridad para el suministro agrícola, industrial y humano—, estaríamos hablando de alcanzar unos 7,800 millones de metros cúbicos. Es decir, aún nos faltan aproximadamente 6,036 millones de metros cúbicos por llenar.
Este número, que puede parecer enorme, en realidad refleja un camino posible si mantenemos el compromiso y las acciones responsables. Con una recuperación diaria de aproximadamente 35.8 millones de metros cúbicos, si las lluvias continúan de manera sostenida, podríamos alcanzar ese nivel en unos 169 días —más de cinco meses—. Pero este plazo no es solo una cuenta matemática; es una invitación a seguir cuidando, a seguir gestionando con conciencia, a luchar por cada gota que nos acerca a esa meta.
El agua, como bien nos enseñan los expertos, es la sangre de la Tierra, y su cuidado es un acto de amor hacia nuestro futuro. La responsabilidad de llenar nuestras presas no solo recae en las lluvias, sino en todos nosotros: en cada decisión de ahorrar, en cada acción que evite el desperdicio, en cada política que proteja este recurso vital.
Este camino hacia la abundancia requiere de esperanza, sí, pero también de acción concreta y sostenida. Porque, como dice el poeta Rabindranath Tagore, la tierra nunca es fría ni indiferente; ella siempre nos da lo que le pedimos con fe y amor. Y hoy, le pedimos con fe y con amor que siga regalándonos lluvias, que sigamos cuidando y aprovechando responsablemente cada recurso.
El reto está claro: si seguimos con la misma constancia y responsabilidad, en unos meses podremos ver nuestras presas llenas, garantizando agua para nuestros niños, para nuestros campos, para nuestras industrias. Pero más allá de las cifras, lo que realmente importa es que cada uno de nosotros se convierta en un guardián de este tesoro, en un artífice de la esperanza que late en cada gota.
Porque, al final, el éxito no solo depende de las lluvias, sino de nuestra voluntad de cuidar, preservar y valorar el agua —esa fuerza silenciosa que todo lo transforma y que, si aprendemos a respetar, nos dará un futuro lleno de abundancia y vida.
Y recuerda: El agua que cuidamos hoy, será la vida que compartiremos mañana.
Porque cuando unamos nuestras fuerzas y actuemos con conciencia, cada gota será un paso más hacia un futuro más próspero, más justo y más humano.
“El conocimiento no termina aquí, continúa en Cada lectura” Nos vemos en la siguiente columna.
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[2:05 p.m., 21/7/2025] Oswaldo Villaseñor: Estatal

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