Jesús Octavio Milán Gil
La historia de México está marcada por un fenómeno que, a lo largo de los siglos, ha socavado sus instituciones, desgarrado su tejido social y frustrado los sueños de sus ciudadanos: la corrupción. Desde tiempos coloniales hasta la actualidad, esta sombra persistente ha permeado todos los ámbitos: política, salud, educación, economía y comunidad. Aunque ha adoptado distintas formas y grados, su presencia sigue siendo una herida abierta, un obstáculo que nos desafía a seguir luchando por un país más justo y digno.
Un recorrido por la historia de la corrupción en México
La época colonial (siglos XVI a XIX):
En los albores de nuestra historia, durante la colonización española, la corrupción se convirtió en un instrumento de poder y explotación. Los funcionarios coloniales, muchas veces seducidos por la avaricia, abusaban de su autoridad: sobornos, saqueos y la venta ilegal de cargos eran prácticas comunes. La extracción de recursos y la imposición de impuestos, lejos de ser justas, alimentaban un sistema corrupto que enriquecía a unos pocos a costa del sufrimiento de muchos.
La lucha por la independencia y el siglo XIX:
Con la lucha por la libertad, también surgieron prácticas clientelistas y nepotistas que continuaron alimentando la corrupción. Los caudillos y militares, en su afán de consolidar poder y riqueza, aprovecharon cada oportunidad para beneficiarse de sus cargos, sembrando desconfianza y desilusión en la población.
El Porfiriato (1876-1911):
Bajo el mandato de Porfirio Díaz, México vivió una oligarquía en la que la corrupción institucionalizada se convirtió en un sistema. La concentración del poder y el favorecimiento de intereses económicos privados crearon un aparato estatal donde la riqueza y el privilegio estaban reservados para unos pocos. La historia recuerda esa época como la “Dictadura de Díaz,” un período marcado por el enriquecimiento ilícito y la desigualdad.
La Revolución y el siglo XX:
La Revolución Mexicana (1910-1920) buscó eliminar esas prácticas corruptas, pero no logró erradicarlas del todo. Durante el siglo XX, la corrupción se consolidó como un componente estructural del Estado, infiltrándose en cada rincón del poder, en cada contrato y en cada decisión política. La esperanza de un México más justo fue entonces, en muchos casos, traicionada por prácticas que favorecían a unos pocos en perjuicio de la mayoría.
La modernidad y la persistencia de un problema ancestral
Década de 2000 a 2010:
Con el cambio de milenio, México intentó abrir un nuevo capítulo. La alternancia política en 2000, con la llegada del PAN a la presidencia, prometió transparencia y combate a la corrupción. Sin embargo, viejos hábitos y nuevas formas de corrupción se resistieron a desaparecer. Escándalos de sobornos, contratos amañados y privilegios ilícitos en distintos niveles gubernamentales revelaron que el problema seguía vivo.
El siglo XXI y los esfuerzos institucionales:
Se crearon instituciones como la Fiscalía Anticorrupción y la Secretaría de la Función Pública, con la esperanza de poner fin a años de impunidad. Pero la corrupción, como un monstruo de muchas cabezas, encontró siempre nuevas formas de proliferar, desviando millones de pesos públicos, dejando heridas abiertas en la confianza ciudadana.
La situación actual:
Hoy, la corrupción sigue siendo un cáncer que afecta todos los niveles de gobierno y sectores económicos. Las instituciones encargadas de combatirla enfrentan obstáculos enormes: falta de recursos, resistencia política y una cultura de impunidad que parece insuperable. La percepción ciudadana es sombría: solo un 20% confía en sus instituciones, y la corrupción continúa alimentando la desigualdad, la inseguridad y la pobreza.
Factores que alimentan esta sombra
La impunidad es quizás el más cruel de los factores: en México, el 95% de los delitos relacionados con la corrupción quedan sin sanción. La cultura de que el poder y el dinero pueden evitar la justicia sigue muy arraigada. La estructura política y económica, fundamentada en clientelismo, nepotismo y el uso de recursos públicos para mantener privilegios, perpetúa este ciclo vicioso. La falta de transparencia y la desigualdad social hacen que muchas personas vean en la corrupción un medio de supervivencia, en un país donde la pobreza y la inseguridad se alimentan mutuamente.
El impacto de la corrupción en la vida de todos
Sus efectos son devastadores. Económicamente, la corrupción desangra el país: desvío de recursos, menor inversión extranjera, programas sociales que nunca llegan a quienes más lo necesitan. Políticamente, mina la confianza en las instituciones, erosionando la democracia y el Estado de Derecho. Socialmente, aumenta la desigualdad, genera inseguridad y alimenta la desconfianza que nos divide y nos debilita.
Un futuro que todavía podemos construir
Pero no todo está perdido. La lucha contra la corrupción requiere un compromiso profundo y transversal. Es imprescindible fortalecer instituciones, garantizar su independencia y dotarlas de recursos suficientes. La educación en valores cívicos y éticos debe arraigarse en la sociedad, y la participación ciudadana, aunque todavía limitada, puede ser una poderosa herramienta para exigir transparencia y justicia.
La implementación efectiva de leyes y la cultura de legalidad deben ser prioritarias. Solo así podremos transformar esa sombra en un pasado superado y construir un México donde la honestidad y la justicia prevalezcan.
Datos que revelan la magnitud del problema:
El Índice de Percepción de la Corrupción 2024 de Transparencia Internacional calificó a México con 26 en una escala de 0 (“altamente corrupto”) a 100 (“muy limpio”), su puntuación más baja hasta la fecha. La confianza en las instituciones públicas es mínima: solo el 20% de los mexicanos confía en sus órganos de justicia, policía y organismos anticorrupción.
Casos emblemáticos como Odebrecht, la Casa Blanca, Ayotzinapa, la Estafa Maestra y las irregularidades en Pemex son heridas abiertas en la conciencia social, recordatorios de que la corrupción no solo roba recursos, sino también sueños y esperanzas.
El nivel de impunidad alcanza casi el 95%, un dato que revela la dificultad y la urgencia de actuar con decisión.
Mirando hacia adelante
Para 2025 y más allá, la clave está en fortalecer nuestras instituciones, en promover reformas legales que realmente tengan efecto, y en fomentar una cultura de ética y responsabilidad compartida. La participación activa de la ciudadanía, la vigilancia constante y la denuncia valiente son nuestro mejor escudo contra esta sombra que aún nos acecha.
Sólo con unidad, transparencia y voluntad podremos superar esta historia de corrupción y construir un México donde la justicia, la honestidad y la esperanza vuelvan a florecer en cada rincón.
Conclusión
La corrupción en México sigue siendo un problema estructural y de gran impacto social y económico en 2025. Aunque se han realizado esfuerzos institucionales y legales para enfrentarlo, la persistencia de altos niveles de impunidad, la desconfianza ciudadana y los casos emblemáticos evidencian que aún queda mucho por hacer. Es imprescindible profundizar en reformas que fortalezcan las instituciones, fomentar una cultura de transparencia y responsabilidad, y promover la participación ciudadana.
La verdadera transformación requiere un compromiso sostenido. La honestidad en la gestión pública, la vigilancia activa de la sociedad civil y la voluntad política son los pilares para construir un México más justo y democrático. La confianza del pueblo en sus instituciones y en su movimiento social será la base para un cambio profundo y duradero.
Como bien dice el refrán, “El conocimiento no termina aquí, continúa en cada lectura.”* Nos vemos en la siguiente columna.
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