LA DEUDA SILENCIADA: ¿QUÉ NOS CUESTA EL RESCATE DE PEMEX?
Jesús Octavio Milán Gil
En el silencio de las cifras se esconden las historias que definirán el destino de nuestra nación.
En una parte del amplio escenario económico de México, se desarrolla una historia que pocos desean escuchar, pero que todos debemos comprender. La Hacienda Pública, en un acto que ha marcado un antes y un después en la historia financiera del país, decidió endeudarse con una cifra que resulta casi inverosímil: 12 mil millones de dólares para rescatar a Pemex, la joya petrolera de México. Un monto que, al ser desglosado en la mente de un ciudadano común, revela un panorama que desafía la lógica y despierta inquietudes profundas sobre el costo real de las decisiones gubernamentales.
Para entender el peso de esta deuda, primero hay que contextualizarla. Según informes oficiales y datos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), en los últimos años México ha incrementado su deuda pública de manera significativa. La deuda total del país, a cierre de 2023, alcanzó aproximadamente 1.4 billones de dólares, lo que representa cerca del 50 % del Producto Interno Bruto (PIB). Sin embargo, la deuda específica contraída para el rescate de Pemex, que en realidad se canalizó mediante diversas líneas de crédito y garantías, alcanza esa cifra de 12 mil millones de dólares.
Este monto, aunque parece una fracción menor en comparación con la deuda total, tiene un impacto directo en cada uno de los mexicanos. ¿Pero cuánto le toca a cada uno? Para responder a esta pregunta, basta con hacer un cálculo simple pero revelador.
México tiene aproximadamente 126 millones de habitantes. Dividiendo la deuda de 12 mil millones de dólares entre esta población, resulta que cada mexicano —desde el embrión en el vientre materno hasta el anciano de 100 años— tendría que aportar —si se reparte equitativamente— unos 95 dólares. En pesos mexicanos, considerando un tipo de cambio aproximado de 17 pesos por dólar, eso equivale a cerca de 1,615 pesos por persona.
¿Y qué significa esto en la vida cotidiana? Para muchos mexicanos, esa cifra representa un gasto que podría comprar un teléfono inteligente de gama media, pagar varias mensualidades de un servicio básico de salud o incluso sostener a una familia durante un mes completo en ciertos estados del país. Es decir, no es solo un número en los libros de contabilidad; es una carga que, en alguna medida, todos llevamos sobre los hombros.
Pero más allá de los cálculos fríos, la verdadera historia radica en las implicaciones sociales, económicas y políticas de este rescate. Pemex, en su esencia, ha sido durante décadas un símbolo de soberanía, un emblema de la independencia energética. Sin embargo, en los últimos años, su situación financiera se ha deteriorado profundamente, sumergiéndose en una crisis que, según expertos, no solo pone en riesgo la estabilidad económica, sino también el patrimonio de las futuras generaciones.
El rescate, entonces, no es solo una cuestión de números. Es una decisión que refleja la complejidad de un país atrapado entre la necesidad de mantener su soberanía energética y las heridas de una gestión que, en muchos casos, ha sido cuestionada por su corrupción, ineficiencia y malas decisiones estratégicas. La deuda contraída para salvar a Pemex no solo alimenta las arcas de una empresa en crisis, sino que también alimenta la incertidumbre sobre el rumbo que tomará México en los próximos años.
Y en ese escenario, cada mexicano se pregunta: ¿vale la pena? ¿Qué nos deja este rescate? La respuesta, como suele ser en las historias de la nación, no es sencilla. Por un lado, hay quienes defienden la medida como un acto de responsabilidad frente a un patrimonio nacional en riesgo, una apuesta por mantener la soberanía y el empleo. Pero, por otro lado, están quienes advierten que cargar con semejante deuda puede ahogar aún más las finanzas públicas, limitar las inversiones sociales y profundizar la desigualdad.
La realidad es que, en este momento, cada peso, cada dólar, tiene un peso emocional y político enorme. La deuda de México, que en 2018 fue de aproximadamente 4.5 billones de pesos, ahora enfrenta nuevos desafíos. La suma de sus intereses, las condiciones de pago y las futuras obligaciones se traducen en una carga que, en palabras de muchos analistas, puede limitar la capacidad del Estado para responder a otros problemas urgentes: la salud, la educación, la seguridad y el desarrollo social, entre otros.
El impacto directo en la vida cotidiana de los mexicanos es ineludible. La promesa de que esa deuda se traducirá en empleos y crecimiento económico todavía está por verse. Lo que sí es cierto es que la historia del rescate de Pemex, con sus cifras colosales y su carga emocional, nos recuerda que las decisiones que tomamos hoy marcarán el destino de las futuras generaciones.
En el amplio escenario de la historia económica de México, se dibuja un cuadro de creciente inquietud y desafío. En 2024, la deuda pública del país ha alcanzado una cifra que retumba con resonancias de preocupación y reflexión: ¡1.000.373 millones de euros! Una montaña de números que, en su magnitud, refleja no solo el peso de las decisiones pasadas, sino también las incertidumbres del presente. Desde 2023, en apenas un año, esa cifra se ha incrementado en 125.170 millones de euros, un aumento que no puede pasar desapercibido, pues revela una tendencia que coloca a México entre los países con mayor endeudamiento en el mundo, una posición que invita a la reflexión profunda y a la búsqueda de soluciones con sentido de responsabilidad y esperanza.
Este monto astronómico representa, además, un porcentaje inquietante: el 58,43 % del Producto Interno Bruto —una cifra que, en su volumen, simboliza más que números, la carga que recae sobre cada rincón del país. Comparado con el 52,77 % de 2023, ese incremento de 5,66 puntos porcentuales revela una tendencia al alza que preocupa a economistas, a ciudadanos y a todos quienes sienten la responsabilidad de un México que aspira a crecer con estabilidad y justicia social. La deuda, en su aumento, no solo es un dato estadístico; es una historia de 3decisiones, de desafíos y, a veces, de dificultades que requieren de una mirada eprofunda y acciones valientes.
Al recorrer la historia de esta evolución, los registros nos llevan en un viaje a través del tiempo. Desde 2014, cuando la deuda total era de 483.567 millones de euros y apenas el 47,09 % del PIB, el país ha visto aumentar sus números en forma 3constante, reflejando una realidad que no puede ser ignorada. La deuda ha crecido en cantidad y en proporción, marcando un camino que nos invita a cuestionar, a reestructurar y a soñar con un futuro donde la deuda no sea una carga insuperable, sino un 2medio para el desarrollo y la prosperidad.
Y si nos detenemos a mirar la deuda per cápita, la magnitud se vuelve aún más tangible: en 2024, cada mexicano lleva sobre sus hombros una deuda de 7.711 euros. Un incremento de 965 euros desde 2023, cuando la carga era de 6.746 euros por persona. Es un peso que, en su intensidad, nos invita a reflexionar sobre la responsabilidad colectiva y sobre cómo cada uno de nosotros, en nuestra cotidianidad, formamos parte de esta historia de crecimiento y desafío.
Pero quizás, al mirar atrás, a 2014, cuando la deuda por habitante era de 3.995 euros, encontramos una señal de esperanza y transformación. La historia de la deuda en México también es una historia de cambio, de lecciones aprendidas y de caminos aún por recorrer. Con cada número, con cada cifra, se construye una narrativa que exige compromiso, visión y esperanza. Porque, en medio de los desafíos, late la esperanza de un México que sabe levantarse, aprender y avanzar hacia un futuro donde la deuda sea un instrumento y no un obstáculo, donde la justicia y el bienestar sean la verdadera deuda que todos estamos dispuestos a pagar.
Al final, esta historia no solo habla de números y cifras, sino de la voluntad de un pueblo que, sin duda, merece un futuro de mayor claridad, justicia y esperanza. La deuda silenciada, esa que pocos quieren escuchar, nos llama a reflexionar: ¿qué estamos dispuestos a sacrificar para mantener vivo nuestro patrimonio? La respuesta, quizás, está en nuestras manos, en nuestro compromiso por construir un México más fuerte, más justo y más consciente de su propio destino.
“El conocimiento no termina aquí, continúa en cada lectura.” Nos vemos en la siguiente columna.
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