Jesús Octavio Milán Gil

El tablero de la política se parece al cerebro: un campo de impulsos y estrategias donde cada error deja cicatrices irreversibles.

La política, como el ajedrez, es cálculo y vértigo. Es disciplina y arrebato. Un movimiento puede ser el fruto de años de planeación o el reflejo de un impulso ciego. Sesenta y cuatro casillas se convierten en metáfora del poder: allí se dibujan redes neuronales, sinapsis de alianzas, descargas de traiciones, cortocircuitos de ambición.

Donde la neurociencia habla de plasticidad, la política habla de pactos. Donde el cerebro reorganiza sus rutas, el poder inventa atajos, cancela caminos, bloquea conexiones. Cada jugada política es una descarga eléctrica: unas encienden futuros, otras apagan memorias.

El ajedrez político mexicano, de 2018 a 2025, no ha sido una partida de equilibrio, sino de asedio. Un juego en el que las manos que dicen mover en nombre del pueblo han preferido el jaque al diálogo, la centralización al contrapeso, la imposición al debate.

Gobernar, como pensar, exige anticipación. Un error hoy es un derrumbe mañana. Una jugada desesperada puede arruinar toda la partida. Y lo más inquietante: el tablero, como el cerebro, tiene límites. Puede enfermar, atrofiarse, volverse prisionero de sus propios impulsos.

Las piezas y sus funciones: quién representa qué

El Rey

Andrés Manuel López Obrador fue, entre 2018 y 2024, la pieza central. Frágil en lo institucional, pero inmensamente influyente, desplazó los antiguos centros de poder hacia sí: medios, órganos autónomos, reguladores, contrapesos.
El rey, en ajedrez, no gobierna: sobrevive. Se mueve lento, dependiente del aparato que lo rodea. Figura central, pero paradójicamente la menos libre. Así también el monarca político: símbolo de conciencia que apenas avanza mientras el inconsciente del sistema lo rodea, lo protege, lo limita.

La Reina

Morena, su partido, fue la reina poderosa: la pieza que se mueve en todas direcciones, capaz de controlar Congreso, gobiernos locales, reformas constitucionales.
La reina es el verdadero poder: expansión sin freno, corriente partidista que atraviesa el tablero a voluntad. Es la dopamina del sistema político: omnipresente, irresistible, adictiva.

Las Torres

Las instituciones formales: Congreso, Suprema Corte, INE, Poder Judicial, Ejército. Columnas que deberían custodiar el orden, contrapesos erigidos para sostener la legalidad.
Pero las torres se han debilitado: cooptadas, sitiadas, amenazadas. Una torre vacía ya no defiende; es fachada hueca, ruina en pie.

Los Alfiles

Sinuosos, diagonales: los asesores, operadores políticos, negociadores en la penumbra. No se exhiben, atraviesan. No derriban muros, los perforan. Son descargas invisibles que atraviesan bloques enteros de poder con una jugada discreta.

Los Caballos

Los movimientos imprevisibles: discursos populistas, giros comunicativos en conferencias mañaneras, sanciones selectivas, programas sociales que se despliegan como saltos tácticos.
El caballo rompe la lógica rectilínea. Puede ser protesta ciudadana, irrupción de líderes emergentes, estallido social que obliga a reconfigurar la estrategia.

Los Peones

La ciudadanía: millones atrapados en la pobreza, la violencia, la inseguridad; también los sectores vulnerables cautivados por programas sociales y clientelares.
Los peones avanzan paso a paso, sacrificables en cada cruce. Su aparente debilidad es paradoja: son desechados sin culpa, pero también poseen el derecho secreto de coronarse.
La historia de las democracias es la historia de esos peones que un día llegaron al final del tablero y reclamaron su metamorfosis en reina. Son las sinapsis pequeñas, desatendidas, que sostienen todo el pensamiento colectivo.

Jaques detectados: movimientos que mueven al país

1. Centralización del poder y debilitamiento institucional

El INE recibió recortes que lo dejaron con menos sinapsis para organizar elecciones; el Congreso fue arrinconado con mayorías dóciles; el Poder Judicial enfrentó una reforma que propone jueces electos por popularidad y no por capacidad.
Estos jaques al sistema de contención son equivalentes a una lobotomía política: se anula la inhibición crítica, se atrofia la memoria institucional, se reduce la capacidad de pensar distinto al poder central.

2. “Anticorrupción” como disfraz táctico

El gobierno prometió erradicar la corrupción. Algunas cifras celebraron una reducción de trámites con sobornos. Pero la otra cara mostró contratos entregados a discreción, presupuestos manejados en penumbra, adjudicaciones dirigidas a círculos cercanos.
En términos neuronales: no se limpiaron las conexiones, solo se redibujaron los atajos para que la corriente siguiera fluyendo hacia los mismos circuitos. El disfraz del cambio ocultó la permanencia del vicio.

3. Violencia, desapariciones y militarización

Los homicidios no cedieron al ritmo prometido; las desapariciones y feminicidios siguieron horadando la piel del país. Frente a la impotencia, el gobierno transfirió a las Fuerzas Armadas funciones civiles, desde seguridad hasta construcción de obras estratégicas.
Es como sobrecargar una sola zona del cerebro con impulsos defensivos: se gana músculo, pero se pierde flexibilidad, empatía y crítica. Un cerebro en estado de alerta perpetua se convierte en máquina de supervivencia, incapaz de imaginar el futuro.

4. Polarización y debilitamiento de la separación de poderes

El discurso oficial eligió enemigos: la oposición como corrupción, los medios como conspiración, los organismos autónomos como obstáculos. La palabra presidencial se dividió entre leales y traidores, entre pueblo y adversarios.
Este jaque es un golpe directo al cuerpo calloso de la democracia: si se cortan los puentes entre hemisferios, el pensamiento se vuelve rígido, incapaz de integrar. El país piensa solo con un lado, pierde matiz, se encierra en un monólogo.

Consecuencias neuronales: ¿qué efecto tiene esto en la mente colectiva?

La política no es solo una estructura: es memoria y emoción. Cada jaque al sistema democrático es también un golpe al cerebro social.

Neuroplasticidad en riesgo: si las instituciones se reducen a extensiones del Ejecutivo, se cancela el aprendizaje institucional. Un cerebro que no se corrige se vuelve repetitivo, obsesivo, incapaz de generar nuevas rutas.

Desensibilización: las cifras de violencia y desapariciones se multiplican, y la sociedad corre el riesgo de habituarse. El horror cotidiano anestesia las neuronas: lo intolerable se vuelve paisaje.

Atrofia del pensamiento crítico: cuando la propaganda simplifica la realidad, cuando la frontera entre verdad y discurso se desdibuja, la ciudadanía pierde la capacidad de distinguir entre razón y espejismo. El cerebro colectivo entra en un sueño hipnótico.

Jaque mate o final pendiente

El jaque mate aún no está escrito. Todavía juegan las elecciones, la protesta, la prensa libre, la sociedad civil. Pero el margen se estrecha: el tablero se encoge, las reglas se doblan, las piezas se concentran en un solo color.

La llegada de Claudia Sheinbaum en 2024 promete continuidad y, al mismo tiempo, nuevas alarmas: Morena domina el Congreso y controla gran parte de los gobiernos locales. El riesgo no es un jugador que gane, sino que el tablero mismo deje de pertenecer a todos.

Si la democracia mexicana fuera un cerebro, el sexenio de AMLO habría sido un periodo de reconfiguración intensa: nuevas sinapsis —aumento del salario mínimo, programas sociales, apoyos redistributivos—, pero también lesiones profundas —erosión de contrapesos, debilitamiento de la justicia, militarización de funciones civiles—.

El ajedrez político enseña que gobernar no es improvisar: cada movimiento tiene memoria, cada error deja cicatriz. Y el cerebro del poder, como el humano, oscila entre la razón y el impulso. Un político que no domina sus emociones termina esclavo de ellas; un pueblo que no vigila su mente colectiva termina esclavo de sus gobernantes.

El verdadero jaque no lo da el presidente ni el partido: lo da la ciudadanía cuando renuncia a mover sus piezas. Cuando se olvida que los peones también pueden coronarse.

Lo que está en juego no es quién gana la partida de 2027, sino si México seguirá teniendo tablero.

La partida aún no está perdida si el tablero sigue abierto. La metáfora del ajedrez revela tanto los límites como las posibilidades: un juego que se gana no solo con piezas fuertes, sino con la disciplina de pensar varias jugadas adelante.

La crítica no basta si no abre caminos: la propuesta es simple y compleja a la vez. Fortalecer al ciudadano como jugador activo —educado, informado, consciente de su poder de transformación—; blindar a las instituciones de la captura partidista, para que sean torres que resistan; devolver a la política la vocación de construir en lugar de anular.

El jaque mate se evita con anticipación, con estrategia y con voluntad de no rendir al tablero. La historia recuerda no solo a los reyes que gobernaron, sino a los pueblos que supieron mover sus peones hasta el final.

El saber no descansa, la lectura provoca y el pensamiento sigue.
Nos vemos en la siguiente columna.
.

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *