EL PRECIO DEL PROGRESO: LA SELVA HERIDA DEL TREN MAYA
Jesus Octavio Milán Gil
Cuando el desarrollo ignora la naturaleza, el futuro se derrumba antes que el concreto.
I. LOS ERRORES QUE YA NO SE PUEDEN OCULTAR
El Tren Maya nació como promesa de desarrollo, turismo sustentable, empleo y conectividad. Pero lo que avanza entre la selva maya no es solo un tren: es la prueba de fuego de un modelo de país que aún no entiende que la verdadera modernidad no se mide en kilómetros de vía, sino en respeto por la naturaleza y por quienes la habitan.
Cinco años después del arranque, el propio gobierno federal —a través de la SEMARNAT, la PROFEPA y la Auditoría Superior de la Federación (ASF)— ha reconocido errores graves en su planeación y ejecución.
La secretaria Alicia Bárcena admitió públicamente que las obras afectaron al menos ocho cavernas y cenotes del sistema subterráneo de la Riviera Maya.
La PROFEPA confirmó derrames de cemento y pilotes oxidados, mientras la ASF documentó un oficio de la DGIRA-SEMARNAT que reconoce “impactos adversos por cimentación profunda”.
El proyecto, apresurado por la política, ignoró la ciencia: se modificaron trazos sin sustento técnico, se iniciaron obras sin permisos ambientales completos y se avanzó sobre un suelo frágil que exige respeto, no prisa.
II. EL TRAMO HERIDO DEL PROGRESO
El Tramo 5, entre Cancún, Playa del Carmen y Tulum, se ha convertido en el símbolo de la fractura ambiental mexicana. Lo que fue presentado como una joya del desarrollo sureño es hoy una herida abierta en la conciencia ecológica del país.
Esta franja costera atraviesa un territorio construido sobre piedra caliza porosa, cuevas, cenotes y ríos subterráneos. Los expertos en hidrogeología advierten que los pilotes del tren pueden colapsar cavernas y alterar el flujo natural del agua.
“El subsuelo de la península es un laberinto vivo —ha dicho el espeleólogo José Urbina, conocido como Pepe del Cenote—, y cada golpe de maquinaria resuena como un eco de advertencia”.
La SEMARNAT reconoció oficialmente que el tramo ha causado daños a 119 cavernas y cenotes, mientras imágenes satelitales muestran más de 3.5 millones de árboles talados.
Según la organización CartoCrítica, el proyecto ha provocado la deforestación de más de 6,600 hectáreas de selva entre 2020 y 2024, equivalentes a casi 10,000 campos de fútbol.
De ellas, el 87 % carece de autorización de cambio de uso de suelo, una violación directa a la legislación ambiental.
La propia WWF alertó que la pérdida de conectividad entre los corredores del jaguar y las zonas de recarga hídrica del acuífero “es uno de los impactos más graves e irreversibles”.
III. LA SELVA BAJO LOS RIELES
El Caribe mexicano no es un decorado turístico: es un ecosistema vivo de cuevas, ríos subterráneos y selvas que respiran agua y luz.
Bajo el Tramo 5 corre uno de los sistemas de cavernas inundadas más extensos del planeta, vital para el suministro de agua del sureste.
La tala masiva, el uso de concreto y la compactación del terreno alteran la filtración natural y aumentan el riesgo de colapsos.
Científicos, buzos y comunidades mayas advierten que se está dañando un patrimonio geohidrológico único.
El daño es también acústico. El ruido de la maquinaria ha desplazado especies sensibles como murciélagos, tucanes y jaguares.
“El ruido también mata, solo que más despacio”, advierte Greenpeace México, que mantiene una demanda activa por la falta de evaluaciones ambientales integrales.
IV. EL COSTO HUMANO
El tren no solo corta árboles: corta vínculos.
Comunidades campesinas y pueblos originarios denuncian haber sido excluidos de las consultas previas que exige el Convenio 169 de la OIT.
En algunos casos los acuerdos se firmaron sin traducción a las lenguas mayas; en otros, con promesas de empleo incumplidas.
El Consejo Regional Indígena y Popular de Xpujil exige detener la obra hasta que existan estudios independientes y participativos.
“Nos dijeron que sería un tren de los pueblos —afirman—, pero solo escuchamos el ruido de las motosierras.”
La promesa de inclusión se convirtió en desconfianza. La selva se quedó sin voz y los pueblos, sin derecho a decidir.
V. LOS ARGUMENTOS OFICIALES Y EL PESO DE LA REALIDAD
El Gobierno de México insiste en que el Tren Maya es “ambientalmente viable” y que sus impactos serán compensados mediante reforestación, pasos de fauna y reservas naturales.
El FONATUR afirma que reducirá el tráfico y promoverá turismo sustentable.
Sin embargo, una auditoría ambiental independiente (2024) reveló que muchas de esas medidas no han sido implementadas ni verificadas.
En enero de 2025, el Tribunal Colegiado del Vigésimo Séptimo Circuito dictó suspensión definitiva de los tramos 5 y 7 hasta cumplir con las condicionantes ambientales y los estudios hidrogeológicos.
Aun así, las máquinas siguen operando y la selva sigue cayendo.
VI. LA OPORTUNIDAD DE REPARAR
Reconocer los errores es un avance. Ahora toca reparar.
La SEMARNAT impulsa un Plan Integral de Restauración: retiro de pilotes en zonas cavernosas, reforestación de más de mil hectáreas y creación de áreas naturales protegidas alrededor de los sistemas de cuevas más vulnerables.
Pero no basta. Se necesita vigilancia independiente, participación ciudadana y auditorías públicas.
México debe demostrar que puede conciliar infraestructura con ética ecológica.
El problema no es el tren: es la forma de hacerlo.
VII. ENTRE EL MITO Y LA MAQUINARIA
El sureste, donde floreció la civilización maya, ha sido conquistado una y otra vez: por la espada, por el turismo y ahora por el acero.
Lo que está en juego no es solo un ecosistema, sino una visión de país.
Cada árbol derribado es un archivo de carbono perdido, un hogar destruido, una sombra menos bajo el sol ardiente del Caribe.
Según Global Forest Watch, la Península de Yucatán perdió más de 150,000 hectáreas de cobertura arbórea en el último quinquenio, agravando la crisis climática y reduciendo la capacidad natural de enfriar el planeta.
VIII. ESCUCHAR LA VOZ DE LA SELVA
“Cada árbol derribado es un silencio nuevo”, escribió la poeta maya Briceida Cuevas Cob.
Ese silencio resuena hoy desde los cenotes hasta Calakmul.
Los jaguares retroceden, los ríos subterráneos lloran lodo y las comunidades ven cómo el sueño del desarrollo se convierte en pesadilla ambiental.
La selva no olvida.
Cada árbol y cada cenote herido recuerdan que el verdadero avance no se mide en vías férreas, sino en la capacidad de un país para crecer sin traicionarse.
El Tramo 5 aún puede redimirse, pero solo si comprendemos que la modernidad comienza cuando dejamos de imponerle silencio a la naturaleza.
Los trenes se detienen, pero las selvas no se reconstruyen.
Si el progreso no aprende a escuchar el rumor de las hojas, el futuro del sureste no será una vía férrea, sino una cicatriz verde y eterna: la del México que, en nombre del desarrollo, olvidó su raíz.
El saber no descansa, la lectura provoca y el pensamiento sigue. Nos vemos en la siguiente columna.