BITÁCORA INQUIETA

Jesús Octavio Milán Gil

El planeta no espera a los indecisos: los que aplazan el futuro, terminan viviendo en el pasado.

I. El tiempo que se agotó entre discursos

La COP30 abrió sus puertas el 10 de noviembre en Belém do Pará, en el corazón palpitante de la Amazonía. No es una cumbre más: es la reunión donde el discurso climático mundial dejó de caber en los discursos.
Entre las raíces húmedas de la selva y los ríos del Amazonas, líderes, científicos y activistas del mundo se miran al espejo del planeta que arde y del tiempo que se acorta.

El Secretario General de la ONU, António Guterres, fue claro: “Fallar en el objetivo de 1.5 °C no es un error técnico, es una falla moral.” El mensaje cayó como aguacero sobre los pasillos de la conferencia: el calentamiento global ya bordea los límites del Acuerdo de París y el margen de acción se mide en años, no en décadas.

En COP30 participan:

– 194 países con delegaciones oficiales.

– 11 519 delegados presenciales de Estados Parte y 277 virtuales, sumando más de 56 000 personas acreditadas en total.

– Incluye también 99 organismos intergubernamentales, 2 058 ONG, 1 457 medios y 1 077 invitados del país anfitrión (Brasil).

II. La agenda de Belém: los tres relojes del planeta

Esta cumbre, conocida como la COP de las NDC 3.0, revisa los compromisos climáticos hacia 2035 y exige nuevos planes de acción nacionales. Según el informe de la ONU (NDC Synthesis Report), los compromisos actuales sólo reducirían las emisiones globales un 12 % respecto a 2019, cuando la ciencia pide al menos un 55 % para mantener vivo el 1.5 °C.

Belém también dio un golpe de timón financiero: el plan “Baku to Belém” propone movilizar 1.3 billones de dólares anuales para países en desarrollo, orientados a mitigación, adaptación y pérdidas y daños. Pero los negociadores admiten que aún no hay acuerdo sobre cómo recaudar ni distribuir ese dinero.

Y la tercera pieza del reloj: los bosques tropicales. Brasil lanzó el Tropical Forests Forever Facility (TFFF), un fondo para conservar la Amazonía y otras selvas del planeta, con apoyos iniciales por 5.5 mil millones de dólares. Es el primer intento serio de convertir la conservación en una política económica y no sólo moral.

III. México ante el espejo de Belém

México llega a la COP30 con deudas y oportunidades.
Su compromiso climático actualizado —la llamada NDC 3.0— plantea una reducción de entre 364 y 404 MtCO₂e para 2035, pero observatorios internacionales la califican como “críticamente insuficiente” por mantener la alta dependencia de hidrocarburos y megaproyectos intensivos en carbono.

Mientras Europa planea su neutralidad para 2050 y Brasil propone bosques eternos, México sigue atrapado entre refinerías, subsidios y discursos.
Su vulnerabilidad es creciente: sequías severas en el norte, huracanes más intensos en el Caribe y el Pacífico, contaminación de acuíferos, erosión costera y pérdidas agrícolas que ya superan los 50 mil millones de pesos anuales, según datos de la FAO y SADER.

Belém representa, para México, una doble llamada de atención:

1. Política: sin coherencia entre discurso climático y política energética, el país se quedará fuera de los mecanismos de financiamiento verde.

2. Ética: sin proteger sus bosques, ríos y comunidades rurales, México no puede hablar de soberanía climática.

IV. Lo que el reloj pide a México

1. Reformular su NDC con metas absolutas, verificables y por sector, no con promesas condicionales.

2. Incorporar la adaptación hídrica y agrícola como prioridad nacional: cada sequía o huracán erosiona más que mil discursos.

3. Integrar sus selvas y manglares en la agenda del TFFF y otros mecanismos internacionales.

4. Ser puente regional para la financiación de pérdidas y daños en Mesoamérica y el Caribe.

5. Transparentar sus inventarios de emisiones y vincularlos a presupuesto, energía, campo y obra pública.

La COP30 es el reloj de la humanidad, pero para México, es también el espejo donde se refleja su futuro energético, ambiental y moral.

V. El último minuto del reloj climático

El planeta ya dio la advertencia: los próximos diez años decidirán si el siglo XXI será de reconstrucción o de supervivencia.
Belém no será recordada por los discursos que se pronuncien, sino por los compromisos que se firmen y los silencios que se rompan.

México no puede seguir llegando tarde a las citas del futuro. No puede delegar su destino en los organismos, ni su moral ecológica en los tratados.
O encuentra su propio reloj climático, o seguirá midiendo el tiempo en catástrofes.

Reflexión final

El reloj de Belém no marca horas: marca responsabilidades.
Y cada segundo perdido es una hectárea menos de bosque, una comunidad más desplazada, un niño más sin agua potable.
La historia no esperará a quien dude: esperará a quien actúe.
Y actuar —en este siglo— ya no es una opción: es una deuda con la vida.

Colofón

Belém será el termómetro moral de nuestra era.
Si la selva logra imponerse al cemento y la conciencia a la indiferencia, quizá aún tengamos tiempo de aprender lo que significa habitar el planeta sin destruirlo.
México, entre desiertos y mares, tiene que decidir si quiere ser espectador o protagonista del siglo verde.
El saber no descansa, la lectura provoca y el pensamiento sigue.
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