FRONTERA EN VILO
BITÁCORA INQUIETA
Jesús Octavio Milán Gil
Cuando el vecino habla solo para sí, el eco siempre cruza la frontera.
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I. El discurso que no nos nombró… pero nos alcanzó
Donald Trump habló ayer al mundo, pero pensó en Estados Unidos. Ese es, quizá, el dato más relevante para México. No nos mencionó de forma directa en el centro de su mensaje, pero cada línea sobre economía, migración y seguridad tuvo consecuencias inmediatas para este lado del Río Bravo.
El discurso fue un balance de poder interno: autocelebración económica, endurecimiento del tono migratorio, militarización del lenguaje de seguridad y una narrativa de “orden” frente al “caos heredado”. Para Washington fue un mensaje doméstico. Para México, fue una señal estructural.
Porque cuando el presidente de Estados Unidos habla de fronteras, drogas, bonos militares, seguridad nacional y “amenazas”, México siempre está implícito, aunque no se le nombre.
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II. Comercio: la economía que Trump dice fuerte, pero presiona al socio
Trump habló de un “boom económico” inminente, de control de inflación y de fortalecimiento productivo interno. Esa narrativa tiene una consecuencia clara:
más proteccionismo disfrazado de patriotismo económico.
Para México esto se traduce en tres riesgos concretos:
1. Revisión más dura del T-MEC
Cuando Trump habla de “defender la producción estadounidense”, prepara el terreno político para:
– Reglas de origen más estrictas
– Inspecciones comerciales más agresivas
– Amenazas arancelarias como instrumento de presión
México exporta a Estados Unidos más del 80% de sus ventas externas. No es un dato ideológico: es una dependencia estructural.
2. Nearshoring condicionado
Trump no niega la relocalización industrial, pero la quiere subordinada a intereses estadounidenses. El mensaje implícito es claro:
“Produzcan cerca, pero bajo nuestras reglas, nuestros tiempos y nuestra narrativa.”
Sin política industrial propia, México corre el riesgo de ser maquilador estratégico, no socio productivo.
3. Incertidumbre para inversión
Cada discurso duro de Trump eleva el riesgo político percibido, encarece seguros, retrasa decisiones y obliga a empresas a esperar señales claras. La economía no solo se mueve por cifras, sino por confianza.
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III. Migración: la frontera como escenario político permanente
Trump volvió a la narrativa conocida: fronteras “abiertas”, caos heredado, necesidad de control. No es retórica nueva, pero sí es cada vez más operativa.
Para México, el impacto es profundo:
Mayor presión para contener flujos migratorios
México vuelve a ser visto no como país soberano, sino como muro extendido.
Guardia Nacional, estaciones migratorias saturadas, ciudades fronterizas convertidas en embudos humanos.
Costo social invisible
Miles de personas varadas en territorio mexicano, sin recursos, sin estatus, sin protección real.
El discurso estadounidense no habla de esto. México paga el costo humano.
Riesgo de acuerdos asimétricos
Cuando Trump endurece el tono, la negociación se vuelve desigual. La amenaza no siempre es explícita; basta con sugerir sanciones comerciales o cierres fronterizos parciales.
Migración no es solo seguridad. Es derechos humanos, gobernabilidad local y presión fiscal. Y nada de eso aparece en el discurso triunfalista del norte.
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IV. Seguridad: cuando el lenguaje se militariza, el riesgo se multiplica
El discurso de Trump no profundizó en seguridad internacional, pero el contexto es claro:
– Clasificación del fentanilo como “arma de destrucción masiva”
– Lenguaje bélico para problemas de salud pública
– Asociación directa entre crimen, drogas y México
Esto tiene implicaciones delicadas:
1. Criminalización del vecino
El mensaje implícito es peligroso: el problema está afuera.
No en el consumo, no en el sistema de salud, no en la demanda interna.
2. Presión para acciones conjuntas más agresivas
Cuando el lenguaje se militariza, la cooperación deja de ser técnica y se vuelve política.
México enfrenta el riesgo de:
– Intervencionismo encubierto
– Inteligencia unilateral
– Condicionamientos en nombre de la “seguridad compartida”
3. Tensión diplomática constante
La cooperación real se basa en confianza.
La retórica dura erosiona esa confianza y convierte cada diálogo bilateral en una negociación bajo sospecha.
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V. México frente al espejo: ¿reactivo o estratégico?
El discurso de Trump obliga a México a hacerse una pregunta incómoda:
¿Seguiremos reaccionando o empezaremos a anticipar?
No basta con responder comunicados. Se necesita:
– Diversificar comercio, reducir dependencia extrema
– Política migratoria propia, no solo de contención
– Seguridad con enfoque de Estado, no subordinada a narrativas externas
– Diplomacia firme, no sumisa, técnica, profesional y de largo plazo
México no puede cambiar el discurso de Trump.
Pero sí puede cambiar su posición frente a él.
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VI. Conclusión: cuando el poder habla, el silencio también decide
Trump habló de logros, de fuerza, de control.
No habló de México.
Pero nos colocó otra vez en el centro del tablero.
Cada discurso suyo redefine el margen de maniobra mexicano.
Cada silencio nuestro lo reduce.
Porque en la relación más desigual del continente,
no decidir también es una forma de perder.
Y hoy, más que nunca,
México necesita pensarse no como frontera, sino como nación.
Algo que está en vilo no cae ni se sostiene: tiembla. Vive suspendido entre la decisión ajena y la falta de control propio. Así está hoy la frontera México–Estados Unidos.
Frontera en vilo no es una metáfora retórica: es una condición histórica. Una frontera suspendida en la incertidumbre, sometida a discursos que no se pronuncian aquí, pero deciden aquí. Dependiente del pulso político de Washington, del tono del presidente en turno, del énfasis de una frase, del silencio de otra.
México vive colgado del discurso del vecino, esperando si la frontera se abre o se cierra, si se endurece o se convierte en amenaza. Esperando si será comercio o castigo; cooperación o presión; diálogo o advertencia.
Porque la frontera no es muro ni línea.
Es estado de ánimo geopolítico.
Es territorio donde se juegan economías, se detienen cuerpos y se definen destinos humanos.
La relación bilateral carece de estabilidad estructural. Cada discurso presidencial estadounidense reordena mercados, empuja migraciones, condiciona políticas públicas mexicanas. No porque deba hacerlo, sino porque se lo permitimos.
México sigue reaccionando.
Respondiendo comunicados.
Administrando crisis.
Ajustándose al tono ajeno.
Mientras no marque agenda, seguirá en vilo.
Y una nación que vive suspendida en la decisión de otro no gobierna su frontera: la padece.
Ese es el verdadero límite que hoy debemos cruzar.
El saber no descansa, la lectura provoca y el pensamiento sigue. Nos vemos en la siguiente columna.
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