¿Qué tantos son 50 años De ejercicio periodístico En forma ininterrumpida?
Agenda Política
= Propósito cumplido; pero vienen otros retos más.
= Los periodistas solo dejamos de serlo al momento de morir
= Dirigir El Sol de Sinaloa, por 19 años, la mayor satisfacción
= Carrera ingrata; pero hermosa, con victorias y fracasos
Jorge Luis Telles Salazar
Un lunes, 24 de abril de 1972, El Sol de Sinaloa me publicó mi primera nota periodística: una especie de una crónica de un partido de beisbol de la desaparecida Liga Cañera, fechada en el estadio “Jesús Escobar” de la vecina ciudad de Navolato. Mi nota, con esas características no fue la única. De hecho, en la sección deportiva de la edición de ese día, había trabajos en esa dirección, firmados por todos los alumnos del taller de periodismo de El Sol, también llamada como “la escuelita de Toñico”, porque quién la dirigía era don Antonio Pineda Gutiérrez, subdirector de esa compañía editorial.
Para ese día, ninguno de nosotros estaba todavía cerca de ser considerado con firmeza como parte del proyecto de El Sol de Sinaloa, consistente en reforzar la planta de reporteros o cronistas de su sección deportiva, para convertirla en eso precisamente: en una sección. Hasta entonces, “la deportiva” solo eran dos planas, integradas a la sección nacional e internacional. El Sol era un periódico de 28 páginas a lo sumo y eran muchas, para la época. La idea, sin embargo, era que, llegado el momento, cinco de nosotros formaran parte de la planta de redacción, como todos unos cronistas deportivos.
Y pues ese día apareció, con el correspondiente crédito, mi primera nota, que llegó junto con un orgullo que no me cabía en el pecho. Posteriormente fuimos protagonistas directos de otros eventos, como el ingreso oficial a la nómina de El Sol; pero, para quien esto escribe, su trayectoria inició justamente ese lunes 24 de abril de 1972, de tal modo que ya sumamos 50 años en esto. Y cincuenta años ininterrumpidos, que quede claro.
Si. Ya lo sé: se trata de una historia que ya he contado muchas veces; pero, caray, 50 años no son cualquier cosa. ¿Cuánta agua no ha pasado por debajo del emblemático puente negro, de entonces a la fecha? Y los presumo sin ningún recato, como el dedicarme esta columna, con el permiso y la comprensión de quienes me hacen el favor de leerme día a día a través de un importante número de plataformas en las principales ciudades de la entidad.
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Justamente éramos como 50 quienes iniciamos ese curso intensivo una noche de marzo del 72, precisamente en las instalaciones de El Sol, bajo la tutela de don Antonio Pineda. Con el paso de las semanas, el grupo se diluyó gradualmente y hacia la segunda quincena de mayo ya se había reducido prácticamente a la mitad. Entre quienes seguíamos en la brega: José Roberto Riveros, ahora mazatleco por adopción; Heriberto Millán Godínez, Juan Manuel Pineda Camarillo y Eleazar Camarillo Chávez, quienes ya gozan de la gloria de Dios; Fermín Rosas Rodríguez, Ernesto Leonel Solís, Eleno Alejandro Muñoz y el autor de esta columna.
Éramos un grupo de jóvenes que entendíamos que estábamos en competencia por una plaza entre nosotros, lo que acrecentaba la ilusión, la motivación y los fervientes deseos de hacer las cosas mejor que nuestros compañeros, porque en eso se jugaba nuestro futuro. Ese grupo, a final de cuentas, se convirtió, en toda una generación, punto de referencia obligado en el periodismo sinaloense.
Fermín Rosas, por ejemplo, fungió toda su vida en activo, como jefe de redacción de El Debate de Culiacán; Roberto Riveros emigró a Mazatlán a través del periódico Noroeste y desde allá dictó cátedra en la crónica deportiva, en tanto Heriberto Millán, Juan Manuel Pineda y Leonel Solís se alternaron indistintamente entre la redacción de los periódicos de antaño con la comunicación social en el servicio público, para ascender también a lugares que les representaron el reconocimiento general.
Y bien.
A partir de ese día, la dinámica de la escuelita cambió. No más aula. No más clases. No más teoría. Práctica y más práctica. Cubríamos un solo evento, entre todos, y la mejor nota era la que se publicaba al siguiente día, con el crédito correspondiente. Era una verdadera batalla campal que comenzó a perfilar a quienes iniciarían su transitar por la vereda del periodismo sinaloense. Así las cosas, Juan Manuel Pineda ganó medalla de oro con una entrevista con Juan Manuel Ley López, ya presidente del club Tomateros de Culiacán; José Roberto Riveros se atrincheró en la liga Intersemanal de beisbol y Heriberto Millán en el parque “Revolución” en la cobertura de la liga de basquetbol.
A juicio de Toñico Pineda, a quien esto escribe le escurría por todos los poros del cuerpo su pasión por los Tomateros de Culiacán; pero como era época de estiaje, fue canalizado, en vía de mientras, al box, bajo la jurisdicción directa de don Agustín D. Valdez, que era el empresario de la plaza, independientemente de su responsabilidad, como jefe de la sección deportiva del matutino de referencia.
Literalmente nos enviaron al campo de batalla y atrás quedaron las fascinantes historias que Toñico Pineda nos relataba noche a noche y que, boquiabiertos, hacía volar generosamente nuestra imaginación.
Así, don Antonio Pineda Gutiérrez nos contó, entre muchas otras cosas, su asistencia a los Juegos Olímpicos de Londres en 1948 -cuando todavía olía a pólvora en toda Europa, tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial -, desde donde cubrió el campeonato olímpico de equitación, cuya medalla de oro fue para el general Humberto Mariles, en una comunicación excelsa con su caballo “Arete”. Su presencia en la gran final del Mundial de futbol Brasil-50, en la cual Uruguay hizo llorar dramáticamente a toda una nación al vencer 2 goles contra 1 a sus vecinos de Brasil, ante 200 mil personas en el estadio Maracaná de Rio de Janeiro.
Aficionado de corazón al beisbol, por supuesto que no podía faltar el juego perfecto lanzado por Don Larsen en la serie mundial de 1956 entre los Yanquis de Nueva York y los Dodgers de Brooklyn, ni tampoco la famosa pelea del siglo, en 1971, entre Mohammed Alí y Joe Frazier, en el Madison Square Garden, de la ciudad de Nueva York.
-Yo estuve ahí. A mí nadie me lo contó – repetía una y otra vez don Antonio Pineda, cuya habilidad para conversar era simplemente extraordinaria. Y cuando platicaba con Agustín D. Valdez, aquello era un verdadero agasajo para la imaginación. Detenían, con sus anécdotas, toda la dinámica de El Sol. Los encuentros orales entre estos dos personajes no tenían parangón.
El 07 de junio de ese año, 1972 fue el gran día. La fecha que marcó mi vida para siempre y que me colocó en la disyuntiva de elegir entre el periodismo y mi pretendida profesión como licenciado en contaduría pública, carrera que cursaba, apenas en el segundo semestre en la facultad de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Terminé la escuela en 1976 y me titulé como tal; pero elegí el periodismo, sin la menor de las dudas. Jamás me arrepentí de mi decisión.
Aquel día, Toñico Pineda nos convocó a todos los sobrevivientes de la escuelita al desayuno de la Libertad de Expresión encabezado por el gobernador Alfredo Valdez Montoya, en un centro social conocido como La Fogata -en las inmediaciones del viejo Club de Leones- al que se sumó también el alcalde Mariano Carlón López. La dirección regional, a cargo de don Ernesto Zenteno Carreón, nos llevó a comer al restaurant La Fuente, de Plinio Soto (por el boulevard Zapata) y por la noche, bajo su cuenta y riesgo, Toñico giró invitación para cenar en el restaurant El Pargo, de Trini Martín del Campo, en las inmediaciones de lo que todos conocen la Caseta Cuatro, pero que muy pocos conocen el origen de su nombre. Ahí cerca de las instalaciones de El Sol de Sinaloa.
En la parte final de la comida -hacia los postres, como escribe el clásico- don Ernesto Zenteno Carreón, un director regional que despachaba en la ciudad y puerto de Mazatlán, habló sobre los esfuerzos de la compañía para llevar a cabo el curso intensivo y que cinco de entre los ahí presentes ya tenían un sitio en la empresa; pero no dio nombres. La incógnita la despejó don Antonio Pineda horas más tarde, al iniciar la cena en El Pargo. Para cinco de los comensales, los mejores manjares del mundo; para los restantes, alimentos con sabor a purgante.
Ya éramos cronistas deportivos, con un salario de 210 pesos semanales que nos pagaban los sábados al mediodía: José Roberto Riveros, Eleazar Camarillo, Heriberto Millán, Eleno Alejandro Muñoz y quien esto escribe. La primera semana de noviembre ingresamos formalmente a la nómina y el sueldo creció a 280. Poquito; pero alcanzaba. Al menos para lo elemental. Siempre quedaba algo, después del ineludible convivio del sábado por la noche, en “El Catrín”, un piano bar que operaba en la parte baja de un hotel vecino a la empresa, solo calle de por medio.
Don Agustín D. Valdez se convirtió en nuestro jefe inmediato y Antonio Velázquez Zárate, que era el pilar de la sección, contó con nuestro respaldo incondicional. Con el tiempo se unió un personaje, para quien la amistad es el valor supremo de la vida. Fausto Castaños, un auténtico personaje en el mundo del beisbol de Culiacán.
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Y bien.
El tiempo pasó. En la primavera de 1980 le solicité a don Herberto Sinagawa Montoya, entonces director, mi cambio de la sección deportiva a Información General y don Herberto sin temor a enfrentar la negativa y furiosa reacción de mis compañeros de la redacción, me comisionó, de la noche a la mañana, para la cobertura de la campaña de Antonio Toledo Corro para la gubernatura del Estado. En términos beisboleros, como saltar de clase “A” a las Ligas Mayores.
Ya en esa condición y con el advenimiento del gobierno de Francisco Labastida Ochoa, las circunstancias obraron en mi favor para ubicarme, a mis 33 años de edad, como director del matutino El Diario de Sinaloa, lo que implicó un obligado paréntesis de mi trayectoria en Sol. Así, en un abrir y cerrar de ojos, me vi, de reportear en la calle y de compartir información con los colegas de otros medios en el restaurant Chics Eldorado -en Obregón y Madero- a ocupar un amplio escritorio, una enorme responsabilidad y una confortable oficina refrigerada en el Diario, un periódico pobre y chiquito; pero donde la fraternidad entre todos era un valor invaluable. El calor de la amistad, el compañerismo y la solidaridad, se sentían invariablemente a flor de piel.
Ya de regreso a mi lugar de origen, en octubre de 1991 mi sueño dorado se hizo realidad: don Mario Vázquez Raña, presidente de la Organización Editorial Mexicana, envió a Culiacán a Guillermo Chao Ebergenyi, su vicepresidente de Información, para darme posesión de la dirección de El Sol de Sinaloa, en sustitución de Carlos Rodríguez Terrón, a quien responsabilizó, al mismo tiempo, del área administrativa.
Antes, me había honrado con el cargo de director adjunto a la dirección general de OEM, en la ciudad de México y en esa condición, comisionado para la realización de tareas especiales en las ciudades de Cuernavaca, Morelos, Toluca, Estado de México, Juárez, Chihuahua y El Paso, Texas.
En sentido contrario, el 17 de diciembre de 2010 -más de 19 años después – Vázquez Raña me citó a sus oficinas centrales de la OEM, para notificarme, en tono lapidario y concluyente, que mi contrato había terminado; pero que era esto en los mejores términos y que no me preocupase porque en el momento menos pensado me llamaría nuevamente a su lado, lo que ya no ocurrió. Falleció en febrero del 2014, si mal no recuerdo.
A lo largo de esos 19 años, mi contacto con el poder político de Sinaloa fue directo, como derivación del trato personal con los gobernadores Francisco Labastida Ochoa, Renato Vega Alvarado, Juan S. Millán y Jesús Aguilar Padilla. Dejé la dirección de El Sol, un par de semanas antes de la asunción al gobierno de Mario López Valdez, como resultado -presuntamente- de un acuerdo entre Vázquez Raña y López Valdez, cosa que no me consta y de lo que solo tuve la especulación como evidencia.
Dirigir a El Sol de Sinaloa fue, sin duda, la satisfacción más grande de mi vida profesional.
Y tras mi salida de la empresa, vino una etapa difícil que en algún momento llegó a ser asfixiante; pero, con el paso de los meses, otras puertas se abrieron y eso me permitió conservar mi carrera periodística hasta ahora y llegar a esta meta que tanto me enorgullece: 50 años de periodismo ininterrumpido. Los últimos doce, en los llamados medios alternativos, como lo son las plataformas de internet -entre ellas mi portal jorgeluistelles.com – en la radio y esporádicamente también en televisión.
Por ahora, el único festejo es redactar esta columna que lee usted, amigo lector, en estos momentos; pero una ocasión así amerita celebración. Una columna dedicada a mi mismo y por lo cual le solicitó todo su respeto y comprensión.
Y sí. Si un día de estos, vendrá el festejo. En el curso del año.
Por lo pronto, solo déjeme decirle, en abuso de su generosidad: Meta cumplida; pero hay más. Los proyectos no terminan aquí. Los periodistas somos como los toreros, no nos vamos jamás. Y en mi caso solo hay un propósito más: ejercer el periodismo hasta el final, hasta el último día de mi vida.
Si mi Dios me lo permite, por supuesto.
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