EN LA GRILLA

Cuen logró que lo corrieran
¿Cómo incidirá esta decisión en el caso de Estrada Ferreiro?

FRANCISCO CHIQUETE

Ni el gobernador Rubén Rocha Moya no había encontrado la manera de correrlo, ni Héctor Melesio Cuen había hallado el modo de irse con los menos raspones posibles. Este miércoles ambos alcanzaron sus propósitos.
Cuando Rocha Moya anunció que daba 48 horas a sus secretarios de despacho para retirar cualquier proceso judicial contra periodistas, bajo pena de cese si incumplen después de 48 horas, podía haber dicho también que estaba decidido a correr a un secretario de pelo lacio, nariz prominente, mirada extraviada y origen badiraguatense. Ambas amenazas habrían tenido al mismo destinatario.
Este fue el fin de un fallido proyecto de cogobierno. El hoy exsecretario de salud estaba plenamente seguro de que ese sería su nivel en la estructura estatal, y de que el PAS sería parte fundamental del régimen, pero no fue así. Al principio no fue decisión de Rocha, que parecía dispuesto a cumplir su compromiso, sino del excesivo éxito electoral, que impidió a Cuen ser diputado plurinominal y de ahí, pretendidamente, ser la cabeza de una alianza mayoritaria en el Congreso, de modo que mientras Rocha y Morena conducían al Poder Ejecutivo, Cuen y el PAS conducirían al Legislativo, en concordancia con Morena.
Pero Cuen no fue diputado, pues su partido alcanzó más curules que votos, y todo se vino abajo. Creyendo todavía en la posibilidad del cogobierno, el exrector de la UAS pujó por la secretaría general de gobierno, sólo que ésta ya estaba asignada a Enrique Inzunza Cázares; pujó también por la secretaría de Educación Pública, pero ya tenía dueño: Rodrigo López Zavala, pero ante el asedio cuenista y los deslices políticos de Graciela Domínguez, ésta pasó de la Secretaría de Transparencia a la SEPyC, de modo que a Cuen no le quedó más que aceptar la Secretaría de Salud, con un agregadito: la secretaría de Turismo, el combo burocrático al que se redujo su pretensión de cogobernar.
La participación de Cuen y el PAS habían parecido fundamentales para el éxito de la campaña de Rocha en pos de la gubernatura. Su estructura bien aceitada, el cumplimiento casi militar de las tareas asignadas a los militantes parecían haber dado fortaleza a la etapa de proselitismo, mientras Morena naufragaba en una guerra de egos y de generales victoriosos sólo en el campo de las redes sociales.
Pero a la hora de contar los votos, el candidato ganador vio que podía haber emprendido la carrera por si solo, y aún así ganar a sus rivales, incluso si se les hubiera sumado el propio Cuen, y ahí empezó la debacle. De 624 225 votos, menos del ocho por ciento fueron aportados por el PAS.
Lo más grave vino cuando HMCO se vio desplazado de los centros reales de poder y empezó a desafiar al propio gobernador, primero por hacer valer su figura, y luego por defender sus consideraciones propias sobre la forma de gobierno, de modo que empezó a jugar vencidas contra los alcaldes morenistas de Mazatlán y Guasave, además del conflicto del alcalde pasista de Mocorito contra Morena. Cuen estiró la liga y obligó al gobernador a tomar partido por Luis Guillermo Benítez Torres, a pesar de las evidentes dificultades que existían entre los dos gobernantes morenistas.
La gota que derramó el vaso fue el lavado de manos que se dio Cuen en el espinoso caso del carnaval mazatleco. A partir de ahí todo fueron conflictos, puyas, reclamos directos, invitaciones a irse, a las que Cuen hacía oídos sordos.
¿Habría sido demasiado llegar al plazo fijado con los oficios de desistimiento? Le dio al gobernador la misma explicación que a los medios: la extinción por abandono de los procesos enderezados contra Luis Enrique Ramírez y María Teresa Guerra Ochoa, pero como el gobernador dijo: eso no lo convenció. Había pedido los oficios, no una explicación.
El dirigente del PAS estaba convertido en el bikini, esa prenda tan breve que nadie se explicaba cómo es que no terminaba por caer. Y es que Cuen consideraba necesario permanecer dentro del gobierno para afianzar sus posibilidades de contender por una candidatura en el 2024, preferentemente al Senado de la República.
Sabía que un día se tendría que ir, pero lo quería hacer sin que se le responsabilizara, tanto para no quedar mal con las bases morenistas con las que había trabajado en la campaña y que aspira a cooptar, como por no quedar mal con los apoyos nacionales que se consiguió en Morena, que le pedían aguantar para buscar un resquicio conciliatorio que nunca apareció.
Además, pesó sobre él su pasado. En 2009 estaba en negociaciones con el PAN para ser candidato a gobernador, cuando se enteró de que el presidente Felipe Calderón ya estaba apalabrado con Mario López Valdez, y se fue sin esperar a la toma formal de las decisiones. En cambio aceptó la candidatura priísta a la alcaldía de Culiacán, donde ganó pero también se fue antes de tiempo porque vio un panorama político adverso. En cada ocasión, por cierto, negoció también con el PRI, para luego dejar tirada la posibilidad de acuerdos e irse por el lado que le pareció más conveniente.
Hoy la estrategia parece orientada a victimizarse, aunque todavía falta el anuncio de esta mañana: ¿los funcionarios de origen pasista que están en el gobierno del estado se quedan o se van? Una salida masiva sería el rompimiento total; la permanencia sería un gesto conciliatorio que de todos modos terminará en lo mismo, porque seguramente “los van”, si no se van ellos.
Rocha Moya dio ya su golpe de mano en la mesa, y se escuchó por todo el estado. Nadie más gobierna ni cogobierna en Sinaloa. Sólo él. Ya hemos visto cómo otro de los rivales internos e incómodos, Luis Guillermo Benítez Torres, daba marcha atrás y lanzaba, a propósito de nada, el grito de adhesión a su líder político en Sinaloa, el gobernador Rubén Rocha Moya.
¿Servirá esto para despresurizar el otro caso, el del alcalde culiche Jesús Estrada Ferreiro? Ya demostró su autoridad, ya lo sentó a firmar un convenio al que se negaba, pero desempolvar y desenfundar un pistolón calibre juicio político para volverlo a guardar sin usarlo parece un despropósito, sobre todo con un rival tan terco como este, que es capaz de salir con su carta de perdón y proclamando el dicho más famoso de Paco Ignacio Taibo II.

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