Ahora que la canciller se prepara para dejar su cargo tras 16 años al mando de Alemania, deja atrás un país que ha cambiado profundamente, y que está ansioso por cambiar aún más.

STUTTGART, Alemania — La pequeña estrella plateada en la punta del Mercedes de Aleksandar Djordjevic brilla. La pule cada semana.

Djordjevic fabrica motores de combustión para Daimler, uno de los principales fabricantes de automóviles de Alemania. Tiene un sueldo de unos 60.000 euros (alrededor de 70.000 dólares), ocho semanas de vacaciones y una garantía negociada por el sindicato de que no puede ser despedido hasta 2030. Tiene una casa de dos pisos y ese Mercedes clase E 250 en su entrada.

Por todo eso, Djordjevic pule la estrella de su carro.

“La estrella es algo estable y fuerte: significa Hecho en Alemania”, dijo.

Pero en 2030 ya no habrá motores de combustión en Daimler, ni personas que fabriquen motores de combustión.

“Estoy orgulloso de lo que hago”, dijo Djordjevic. “Es inquietante saber que dentro de diez años mi trabajo ya no existirá”.

Djordjevic es la imagen de un nuevo orgullo y prosperidad alemanes. Y también de la ansiedad alemana.

Mientras la canciller Angela Merkel se prepara para dejar su cargo después de 16 años, su país se encuentra entre los más ricos del mundo. Una clase media amplia y satisfecha es una de las facetas de la Alemania de Merkel que ha sido fundamental para su longevidad y su capacidad de cumplir una promesa fundamental de estabilidad. Pero su impacto ha sido mucho mayor.

Viajar por el país que deja la canciller hace patente las profundas transformaciones que ha tenido.

Ahí está el padre disfrutando de un permiso parental pagado en la católica Baviera. La pareja gay que cría a sus dos hijos en las afueras de Berlín. La mujer con hiyab que enseña matemáticas en una secundaria cerca de Fráncfort, donde la mayoría de los alumnos tienen pasaporte alemán, pero pocos tienen padres alemanes.

El trabajador del carbón en el antiguo Este comunista que vota por un partido de extrema derecha que no existía cuando Merkel llegó al poder. Y unos hermanos jóvenes de una isla del Mar del Norte amenazada por la subida del nivel del mar que no recuerdan una época en la que Merkel no fuera canciller y no ven la hora de que se vaya.

“Ella conoce el peligro del cambio climático desde antes de que nosotros naciéramos”, me dijo uno de los hermanos mientras se encontraba en el dique cubierto de hierba que protege la pequeña isla, Pellworm, de las inundaciones. “¿Por qué no hizo nada al respecto?”.

Mientras Merkel dirigía su país a través de sucesivas crisis y dejaba otras sin atender, hubo cambios que lideró y cambios que permitió.

Decidió eliminar gradualmente la energía nuclear en Alemania. Puso fin al servicio militar obligatorio. Fue la primera canciller en afirmar que el islam “pertenece” a Alemania. Cuando se trató de romper los paradigmas de los valores familiares conservadores de su país y de su partido, fue más tímida, pero finalmente no se interpuso.

“Vio hacia dónde se dirigía el país y le permitió ir hacia ahí”, dijo Roland Mittermayer, un arquitecto que se casó con su esposo poco después de que Merkel invitara a los legisladores conservadores a aprobar una ley que permitiera el matrimonio igualitario, aunque ella misma votara en contra.

Ningún otro líder democrático en Europa ha durado más tiempo. Y Merkel deja su cargo como la política más popular de Alemania.

Muchos de sus predecesores de la posguerra tenían legados muy definidos. Konrad Adenauer ancló a Alemania en Occidente. Willy Brandt cruzó el Telón de Acero. Helmut Kohl, su antiguo mentor, se convirtió en el símbolo de la unidad alemana. Gerhard Schröder allanó el camino para el éxito económico del país.

El legado de Merkel es menos tangible, pero igualmente transformador. Convirtió a Alemania en una sociedad moderna y en un país menos definido por su historia.

Es posible que se la recuerde sobre todo por su decisión de acoger a más de un millón de refugiados en 2015-16, cuando la mayoría de las demás naciones occidentales los rechazaban. Fue un breve momento de redención para el país que había hecho el Holocausto y la convirtió en un ícono de la democracia liberal.

“Fue una especie de curación”, dijo Karin Marré-Harrak, directora de una secundaria en la ciudad multicultural de Offenbach. “De alguna manera, nos hemos convertido en un país más normal”.

Que te llamen un país normal puede parecer decepcionante en otros lugares. Pero para Alemania, una nación atormentada por su pasado nazi y cuatro décadas de división entre el Este y el Oeste, la normalidad era lo que todas las generaciones de la posguerra habían aspirado.

Sin embargo, en casi todas partes existían también la persistente sensación de que la nueva normalidad se veía amenazada por desafíos épicos, que las cosas no podían seguir como estaban.

Djordjevic vive cerca de Stuttgart, la capital de la poderosa industria automovilística alemana. En 1886, en este lugar, Gottlieb Daimler inventó uno de los primeros automóviles en su jardín. En estos días, la ciudad es sede de Daimler, Porsche y Bosch, el mayor fabricante de piezas de carros del mundo.

Al llegar a casa después de su turno una tarde reciente, Djordjevic todavía llevaba su uniforme de la fábrica, y junto al logotipo de Mercedes, el pin rojo del sindicato de obreros metalúrgicos.

La mayoría de los empleados de Daimler pertenecen están sindicados. Los representantes de los trabajadores ocupan la mitad de los puestos en el consejo de administración de la empresa.

“La historia del éxito de la industria alemana es también la historia de una fuerte representación de los trabajadores”, dijo. La estabilidad, los beneficios, las oportunidades para desarrollar habilidades, todo ello sustenta “la lealtad que los trabajadores sienten hacia el producto y la empresa”.

Si el sueño americano es hacerse rico, el sueño alemán es la seguridad laboral de por vida.

Djordjevic, de 38 años, siempre supo que quería trabajar para Daimler. Su padre trabajó allí hasta que murió. “Fue como una herencia”, dice.

Cuando consiguió su primer trabajo, a los 16 años, pensó que lo había logrado. “Pensé: ‘Ya está’”, recuerda, “aquí me jubilaré”.

Ahora está menos seguro. Al igual que otros fabricantes de automóviles alemanes, Daimler tardó en iniciar su transición a los carros eléctricos. Su primer modelo puramente eléctrico se lanzó recién este año.

El objetivo de Daimler es eliminar los motores de combustión antes de 2030. Nadie sabe lo que eso significa exactamente para los puestos de trabajo, pero Djordjevic hizo las cuentas.

“Hay 1200 piezas en un motor de combustión”, dijo. “Solo hay 200 en un carro eléctrico”.

“Los carros sostenibles son fantásticos, pero también necesitamos empleos sostenibles”, comentó.

Daimler sigue creciendo. Pero gran parte del crecimiento del empleo está en China, dijo Michael Häberle, uno de los representantes de los trabajadores en el consejo de administración de la empresa.

Häberle también ha estado en la empresa los 35 años de su vida laboral. Empezó como mecánico y fue ascendiendo hasta obtener un título en negocios y, finalmente, un puesto en el consejo de administración.

De pie en una de las fábricas que ahora producen baterías para la nueva línea de carros eléctricos EQS, Häberle dijo que esperaba que la empresa no solo sobreviviera a esta transformación, sino que saliera fortalecida.

La cuestión principal, dijo, es: ¿Alemania lo hará?

Hubo un tiempo en el que daba por sentada la capacidad exportadora de su país. Pero ahora, dijo, “Alemania está a la defensiva”.

Ikbal Soysal, de 30 años, da una clase de matemáticas de sexto grado en la secundaria Schiller de Offenbach.

La industria automovilística alemana contribuyó a impulsar el milagro económico de la posguerra. Y los inmigrantes impulsaron la industria del automóvil. Pero no aparecen realmente en esa historia.

Se les conocía como “trabajadores invitados” y se esperaba que vinieran, trabajaran y se fueran. Hasta hace dos décadas, no tenían un camino oficial hacia la ciudadanía.

Entre ellos estaban los abuelos de Ikbal Soysal, una joven profesora de secundaria de la ciudad de Offenbach, cerca de Fráncfort, cuyo padre trabajó en una fábrica de piezas de automóvil para Mercedes.

La generación de inmigrantes alemanes de Soysal sí figura en la historia de la Alemania actual. No solo tienen pasaporte alemán, sino que muchos tienen títulos universitarios. Son médicos, empresarios, periodistas y profesores.

La población inmigrante de Alemania se ha convertido en la segunda mayor del mundo, por detrás de la de Estados Unidos. Cuando Merkel llegó al poder en 2005, el 18 por ciento de los alemanes tenía al menos un progenitor nacido fuera del país. Ahora es uno de cada cuatro. En la escuela de Soysal, en Offenbach, nueve de cada diez niños tienen al menos un progenitor que emigró a Alemania.

Muchos de los profesores también.

“Cuando empecé a dar clases aquí, todos los profesores eran alemanes con raíces alemanas”, dijo la directora, Karin Marré-Harrak. “Ahora, casi la mitad de ellos tienen raíces diversas”.

Romaissa Elbaghdadi, de 15 años, entrenando con Angelo Raimon, de 13 años, en un club de boxeo en Offenbach.

Soysal, musulmana, siempre quiso ser profesora, pero sabía que era un riesgo. En su estado, nunca había habido una profesora de secundaria que usara velo en la cabeza.

Así que cuando la invitaron a su primera entrevista de trabajo, llamó con antelación para avisar a la escuela.

Era 2018. Una persona lo consultó con la dirección, que rápidamente la tranquilizó: “Lo que importa es lo que tienes en la cabeza, no lo que tienes sobre la cabeza”.

Consiguió ese trabajo y otros desde entonces.

No siempre fue fácil. “Los alumnos se olvidan del velo en la cabeza muy rápido”, dijo Soysal. Pero algunos padres se quejaron con la dirección.

Una vez, una alumna pidió consejo a Soysal. La niña llevaba un pañuelo en la cabeza, pero no estaba segura. “Si no te sientes bien, tienes que quitártelo”, le dijo Soysal.

Para ella, en eso consiste la libertad de religión, consagrada en la Constitución alemana. “El asunto es que soy alemana”, dijo, “así que mi velo también es alemán”.

Mike Balzke junto con su esposa y sus dos hijas en Drewitz, donde su familia ha vivido por siete generaciones. “No queremos dinero, queremos un futuro”, dijo.

Después de Offenbach, la siguiente parada es Hanau. Fue en este lugar donde, en febrero del año pasado, un atacante de extrema derecha entró en varios bares y disparó contra nueve personas, en su mayoría jóvenes, de origen migrante.

La reacción contra la diversificación y modernización que ha sucedido bajo el mandato de Merkel se ha vuelto cada vez más violenta. Alemania sufrió tres ataques terroristas de extrema derecha en menos de tres años. El caldo de cultivo ideológico para esa violencia está encarnado en muchos sentidos por un partido que eligió su nombre en oposición a la canciller.

A menudo, Merkel justificaba políticas impopulares llamándolas “alternativlos”, sin alternativa.

La Alternativa para Alemania (AfD) se fundó en 2013 en oposición al rescate de Grecia que el gobierno de Merkel diseñó durante la crisis de la deuda soberana en Europa. Cuando el país recibió a más de un millón de refugiados en 2015 y 2016, el partido adoptó una postura antiinmigrante beligerante que le dio impulso y lo llevó al Parlamento alemán.

La AfD está aislada en el oeste del país. Pero se ha convertido en el segundo partido más fuerte de la antigua Alemania del Este, que era comunista, el lugar donde creció Merkel.

La Alemania de Merkel está más dividida entre el Este y el Oeste —al menos políticamente— que en cualquier otro momento desde la reunificación.

En Forst, un centro textil en la frontera polaca que solía ser próspero pero perdió miles de puestos de trabajo y un tercio de su población después de la caída del Muro de Berlín, la AfD obtuvo el primer lugar en las últimas elecciones. El centro, las fábricas cerradas y las chimeneas aún salpican el horizonte.

Una planta de energía de carbón que se cerrará en 2028, en el pueblo oriental de Jänschwalde.

La desigualdad persistente entre el Este y Oeste sigue siendo evidente tres décadas después de la reunificación, a pesar de que el dinero de los contribuyentes ha fluido hacia el Este y su situación ha mejorado con el tiempo. Dado que el gobierno planea eliminar de manera gradual la producción de carbón para 2038, se prometen miles de millones de euros más en fondos para ayudar a compensar la pérdida de puestos de trabajo.

Pero como dijo Mike Balzke, un trabajador de una planta de carbón cercana en Jänschwalde: “no queremos dinero, queremos un futuro”.

Balzke recordó su optimismo cuando Merkel se convirtió en canciller por primera vez. Como era nativa del Este y científica, esperaba que fuera una embajadora de esa parte de Alemania y del carbón.

En cambio, su aldea perdió una cuarta parte de su población durante su mandato. Nunca se construyó una línea de tren que había sido prometida de Forst a Berlín. La oficina de correos cerró.

A Balzke, de 41 años, le preocupa que la región se convierta en un desierto.

Esa ansiedad es honda. Y se profundizó con la llegada de refugiados en 2015.

La decisión de Merkel de dar la bienvenida a los refugiados fue una de las razones por las que Balzke dejó de votar por ella. Pero para muchas otras personas, sucedió lo contrario.

Mathis Winkler, un trabajador de cooperación para el desarrollo en Berlín, nunca había votado por el partido de Merkel. Como hombre gay, estaba consternado por su definición conservadora y limitada de familia, que hasta hace solo unos años lo excluía a él, a su pareja de mucho tiempo y a los dos hijos que adoptaron.

Pero después de que Merkel se convirtió en el objeto de la ira de la extrema derecha durante la crisis de refugiados, respaldó en solidaridad a su partido.

Merkel impulsó su propia base en varios frentes. Durante su tiempo como canciller, se aprobó una legislación que permite a las madres y los padres compartir 14 meses de licencia parental remunerada. El ala conservadora de su partido se indignó, pero solo una década después se considera ya la nueva normalidad.

Merkel nunca apoyó de manera decisiva el matrimonio igualitario, pero permitió que los legisladores votaran, sabiendo que se aprobaría.

Winkler abandonó su apoyo al partido en 2019, después de que la sucesora de Merkel como líder conservadora, Annegret Kramp-Karrenbauer, menospreciara el matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero reconoció su deuda con la canciller.

El 30 de junio de 2017, el día de la votación, le escribió una carta.

“Es una pena que no pudieras apoyar con apertura el matrimonio entre parejas del mismo sexo”, escribió. “Aun así, te agradezco por haber hecho posible la decisión de hoy”.

Luego la invitó a visitar a su familia “para verla por ti misma”.

Ella nunca respondió. Pero él y su familia vivían a la vuelta de la esquina del domicilio de Merkel, quien nunca dejó su departamento en el centro de Berlín. La veían de vez en cuando en la fila para pagar en el supermercado.

“Allí estaba ella, con papel higiénico en su canastilla de compras, yendo al supermercado como todos los demás”, recordó la pareja de Winkler, Roland Mittermayer. Incluso después de 16 años, todavía están tratando de descifrar a la canciller.

“Es un enigma”, dijo Winkler. “Ella es un poco como la reina, alguien que ha existido durante mucho tiempo, pero nunca sientes que realmente la conoces”.

Seis horas al noroeste de Berlín, pasando por manchas interminables de campos verdes salpicados de parques eólicos y después de un viaje en ferry de 40 minutos desde la costa del Mar del Norte, se encuentra Pellworm, una isla tranquila donde la familia Backsen ha estado cultivando desde 1703.

Hace dos años, llevaron al gobierno de Merkel a los tribunales por abandonar sus objetivos de emisión de dióxido de carbono establecidos en el Acuerdo de París. Perdieron, pero luego volvieron a intentarlo y presentaron una denuncia ante el tribunal constitucional.

Esta vez ganaron.

“Se trata de libertad”, dijo Sophie Backsen, de 23 años, a quien le gustaría hacerse cargo de la granja de su padre algún día.

Los hermanos menores de Sophie, Hannes, de 19 años, y Paul, de 21, votaron por primera vez el domingo. Como el estimado del 42 por ciento de los votantes que lo harán por primera vez, votarán por los Verdes.

“Si ves cómo vota nuestra generación, es lo contrario de lo que se percibe en las encuestas”, dijo Paul. “Los Verdes estarían gobernando el país”.

Pellworm está al nivel del mar e incluso algunas partes están por debajo de él. Sin el dique que rodea la costa, se inundaría con regularidad.

“Cuando hay lluvia constante durante tres semanas, la isla se llena de agua, como una bañera”, dijo Hannes.

Aquí, la posibilidad de un aumento del nivel del mar es una amenaza existencial. “Esta es una de las elecciones más importantes”, dijo Hannes. “Es la última oportunidad de hacerlo bien”.

“Si ni siquiera un país como Alemania puede manejar esto”, agregó, “¿qué posibilidades tenemos?”.

 

 

 

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