Barbarie y sucesión adelantada
Por Ernesto Núñez.
Marcelo Ebrard publica en Twitter su número telefónico personal y promete a sus seguidores usar parte de su tiempo para responderles por WhatsApp; Adán Augusto López presume que él sí contesta los mensajes y, ante un grupo de reporteros, también hace público su número telefónico; Claudia Sheinbaum graba un Facebook Live en su casa mientras convalece de COVID-19, y Ricardo Monreal se queja por haber sido excluido del “club de las corcholatas”.
Faltan dos años para las elecciones presidenciales, y el juego sería divertido, si el país no se estuviera desangrando.
Al día siguiente de los escarceos entre presidenciables, el asesinato de dos jesuitas y un guía de turistas dentro de un templo en la Sierra Tarahumara muestra al mundo el verdadero rostro de un país en el que cada año son asesinadas más de 33 mil personas.
El asesinato a sangre fría, el robo de los cuerpos, la impunidad con la que un sicario mantiene asoladas a las comunidades de la región indigna a todo mundo, pero los juegos sucesorios de quienes buscan convertirse en candidata o candidato oficial no se detienen.
En 1993, el regente Manuel Camacho Solís y el secretario Luis Donaldo Colosio iniciaron una soterrada lucha por la candidatura presidencial que, en esos tiempos, todo mundo sabía que dependía de los humores de una sola persona, el presidente Carlos Salinas de Gortari.
El elegido fue Colosio, pero un supuesto asesino solitario en Lomas Taurinas acabó abruptamente con su vida y, de paso, con las posibilidades de Camacho.
Al final, el candidato oficial terminó siendo el tímido ex secretario de Educación Pública, Ernesto Zedillo, quien quizás nunca se había planteado la posibilidad de ser el sucesor de Salinas.
En 1998, los priistas Roberto Madrazo, Humberto Roque y Manuel Bartlett comenzaron los escarceos de cara a las elecciones del 2000, y obligaron al PRI a celebrar, en 1999, el primer proceso interno de contienda por la candidatura presidencial en el entonces “partidazo” tricolor.
Madrazo y compañía desafiaron la cultura del tapado, el dedazo y la cargada, pero no pudieron derrotar a Francisco Labastida, el favorito de Zedillo.
Sin embargo, el candidato oficial arrancó tarde y desgastado tras la interna priista, y terminó perdiendo las elecciones frente al panista Vicente Fox, quien había comenzado su muy anticipada campaña desde 1997.
En 2004, Felipe Calderón encabezó su propio destape en un mitin en Guadalajara y, ante el regaño de Fox, renunció al gabinete y comenzó una lucha en solitario para obligar al PAN a celebrar elecciones primarias.
En el camino, Calderón sacó del camino a los suspirantes Pancho Barrio y Carlos Medina Plascencia, volvió inviable la candidatura de la primera dama Marta Sahagún y, en 2005, derrotó en un inédito proceso interno a Alberto Cárdenas y al favorito de Fox, Santiago Creel.
A la larga, forzar una anticipación de los tiempos resultó clave para que Calderón pudiera posicionarse como candidato oficial y como el personaje que podría derrotar a Andrés Manuel López Obrador.
De lo demás se encargó el aparato, el presidente Fox y un cúmulo de intereses empresariales que actuaron para cerrarle el paso al tabasqueño.
En 2010, un ramillete bastante gris de secretarios de Estado protagonizó la soterrada lucha por la candidatura panista: Ernesto Cordero corría como el favorito de Calderón; pero también se movieron Alonso Lujambio, Heriberto Félix y hasta Javier Lozano.
Como “outsider” frente al calderonismo, Santiago Creel volvió a la palestra.
Pero al final se impuso la diputada Josefina Vázquez Mota, quien ya ungida como candidata oficial hizo una desastrosa campaña que hundió al PAN y abrió el paso para el regreso del PRI a Los Pinos, con Enrique Peña Nieto.
En 2017, los priistas comenzaron -tarde- el juego sucesorio. Se mencionaba al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, como el favorito de las bases. Pero los titubeos del presidente para señalar a su elegido provocaron que también se anotaran Aurelio Nuño, José Narro, Eruviel Ávila e Ivonne Ortega.
El dedazo presidencial favoreció finalmente a José Antonio Meade, que fue destapado hasta octubre de 2017, cuando faltaban apenas nueve meses para las elecciones.
La campaña del candidato oficial fue una calamidad, y el PRI terminó en tercer lugar, disminuido y en la ruta que, años después, ha precipitado su caída libre.
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Andrés Manuel López Obrador conoce el juego sucesorio, y por eso ha decidido adelantar los tiempos.
En estricto sentido, el presidente comenzó a hablar de sus posibles sucesores desde inicios de 2021, primero con Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard como probables sucesores, y añadiendo después a Adán Augusto López como un tercero en disputa que, en unos cuantos meses, se colocó como el posible favorito.
El “outsider” del lopezobradorismo es el senador Ricardo Monreal, quien presionará hasta el final en busca de un buen premio de consolación (la candidatura a jefe de Gobierno de la Ciudad de México, por ejemplo), a cambio de no fracturar al movimiento.
Divertido con el juego sucesorio, López Obrador se ha asumido como el “destapador” y ha pedido no descartar a otras “corcholatas”: el embajador Esteban Moctezuma y las secretarias Tatiana Clouthier y Rocío Nahle. E incluso se llega a mencionar al director del IMSS, Zoé Robledo, como posible caballo negro.
Quien sea la elegida o el elegido iniciará su campaña de 2024 con una enorme ventaja, la de encabezar una candidatura oficial que será impulsada por el aparato, el partido que ya gobierna más de 20 entidades, recursos ilimitados y programas sociales.
Por no mencionar el respaldo mañanero del presidente que, de actuar como lo ha hecho en los comicios de 2021 y 2022, se meterá con todo en la contienda presidencial, al estilo de Fox en 2006.
Además, la elegida o elegido enfrentará a una oposición desvencijada y carente de cuadros para ocupar la candidatura del bloque PAN-PRI-PRD.
No es la primera vez, y a nadie debería espantar que se adelanten los tiempos de la sucesión.
Sin embargo, el presidente y sus “corcholatas” tienen un pequeño problema de cara a las elecciones del 1º de junio de 2024: la realidad; la descomposición del país, la violencia, la inseguridad, la crisis económica y la sensación de que nada funciona bien en México.
Sheinbaum, Ebrard, Adán Augusto y Monreal protagonizan un juego peligroso: el de hacer precampañas adelantadas en medio de un país en el que cada semana ocurre una barbarie.
Si en dos años no se corrige el rumbo, no sería la primera vez que un candidato oficial se tope en las urnas con el descontento social por un gobierno que no cumplió las expectativas.