En México, nadie cuida a quienes cuidan
Detrás del cuidado de una persona con discapacidad, con alguna enfermedad crónico degenerativa o adulta mayor suele haber una mujer. Son un engranaje invisible para la sociedad y para el Estado, pese a que sobre sus hombros descansa la llamada ‘economía del cuidado’, es decir un trabajo informal, obligatorio y sin remuneración que equivale ni más ni menos que al 20 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).
Mientras esa fuerza de trabajo -que en más de 90 por ciento es femenina- trabaja sin descanso y hasta el agotamiento, la sociedad, las familias y el Estado miran hacia otro lado y asumen que, como ha insistido en varias ocasiones el presidente Andrés Manuel López Obrador, “es un hecho, es conocido que sobre todo las hijas cuidan a los padres, los hombres podemos ser más desprendidos”.
Así lo dijo en marzo de 2020 y lo ha refrendado en su gobierno con diversas acciones que incluyen la ausencia de apoyo para el Sistema Nacional de Cuidados, que aprobaron los diputados en octubre de ese año.
Este modelo nació muerto, ya que no le asignaron presupuesto, aun cuando habría ayudado a quienes se convierten en cuidadoras primarias, en su mayoría sin recibir ninguna remuneración lo que las lleva a permanecer en la informalidad.
Según cálculos de distintos organismos, como el propio Oxfam y la colectiva Yo Cuido México, de todas las horas que se dedican en México a la tarea de cuidar solo un 6 por ciento de ellas son remuneradas.
Las cuidadoras primarias se encargan de la limpieza, la comida, la higiene, la atención, la movilización, el cuidado de la salud (medicinas o rehabilitación) de otras personas que requieren todo tipo de apoyos de lunes a lunes, de la mañana a la noche.
“Es necesario que existan políticas públicas y un reconocimiento real para que se dignifique la actividad y de esa manera se conformen redes sólidas en donde no se deje en soledad y abandono a las miles de mujeres que ven por quienes más lo necesitan”, afirma Alexandra Haas, directora ejecutiva de Oxfam México.
La organización recientemente dio a conocer el estudio “Sostener la vida. Las redes de cuidados en México”, que refleja a través de un mosaico de historias, lo que ocurre de manera cotidiana en nuestro país sobre la marginación, la invisibilización y el agotamiento de las mujeres que se dedican a cuidar, a ser las cuidadoras primarias de personas que requieren atención intensiva y permanente.
Ceci es una mujer de 60 años con síndrome de Down que pasa sus días en un sillón del que rara vez se levanta, mientras es vigilada por su hermana Lili, quién aceptó cuidarla todo el tiempo a cambio de recibir la herencia familiar. Pero nunca imaginó que esa decisión cambiaría su vida por completo: hoy tiene cada vez menos paciencia con Ceci, a quien incluso ha deseado la muerte por el trabajo que le representa.
Por mil 500 pesos quincenales, Magdalena dejó su casa en San Juan Zautla (Oaxaca), para cuidar a una pareja de adultos mayores en Nayarit.
En la búsqueda de un trabajo remunerado, dejó a su hijo al cuidado de la abuela Antonia, una mujer que trabaja en el campo como principal proveedora de su casa y que, además de su nieto, cuida a su esposo y a sus otros dos hijos menores de edad.
Estas historias reflejan la precariedad de la situación de las mujeres que se encargan de las redes de cuidados (las cuidadoras primarias, como se les conoce), una estructura en la que se articulan los procesos de cuidado y donde el cansancio, la carga desigual de trabajo y la pobreza son características comunes.
Según recomienda Oxfam, dentro de las redes de cuidados el Estado debería tener un papel protagónico para que los servicios, los programas de transferencias y la seguridad social cubrieran las necesidades de la población.
Sin embargo, en México eso no ocurre: en nuestro país no hay un sistema que garantice siquiera las condiciones mínimas para la atención de la salud y mucho menos los cuidados. Las transferencias económicas, por ejemplo, no alcanzan ni siquiera para solventar los gastos básicos.
“Además de las limitantes en los montos de las transferencias y en los fallos en el diseño de los trámites administrativos, los procesos de inscripción, selección y obtención de programas son lentos, cansados y de corto alcance”, afirma el estudio de Oxfam.
Y como si esto fuera poco, hay que sumar a esta lista de precariedad la saturación de los servicios públicos, las condiciones edilicias, la falta de confianza en el personal y la oferta limitada de instituciones públicas que puedan suplir lo que hacen un par de brazos.
El informe cuenta las historias de Magdalena, Carmen, Carolina, Lorena, Fausta, Martha, Antonia, Bety, Paty, Alma, Roberta, Enrique, Adriana, Lucía, César, Paula, Flor, Marilú, Roberta, Berta, todas cuidadoras primarias que en la mayoría de los casos han tenido que recurrir a otras mujeres para que, a su vez, cuiden a sus seres queridos, ante “la ausencia de un Estado corresponsable y una sociedad que no reconoce a quienes cuidan”, asegura el reporte.
“Todas las personas hemos dado y recibido cuidados en algún momento de nuestras vidas: no hay historia humana sin la historia de los cuidados y su organización”, agrega la investigación.
Los cuidados y la discapacidad
En Oaxaca la familia de Marilú se organiza con su familia para cuidar a su bebé de 4 meses y a su hermano de 11 años que tiene síndrome de Down. Entre ella, su hermana y sus papás, siempre hay alguien que pueda estar con el niño. Aunque donde viven hay instituciones para cuidar a niños y niñas con discapacidad, la familia de Marilú no ha querido internarlo pues hay maltratos y golpes.
“No se puede confiar el cuidado a instituciones que no pueden garantizar un trato digno y humano para las personas que recurren a ellas. Las instituciones no se asumen como corresponsables del cuidado de las personas sino como benefactores u oferentes de servicios y esto no resuelve la sobrecarga para los cuidadores. Los servicios no se diseñan pensando en las personas cuidadoras”, explica la investigación de Oxfam.
“Las instituciones gubernamentales también suscitan desconfianza y preocupación por el posible maltrato hacia quien recibe cuidados. Esta situación es relevante en la organización de cuidados cuando se tiene un familiar con discapacidad”, agrega el estudio elaborado por las investigadoras Edna María López Carrión, Karen Estefanía Rodríguez Reséndiz y Ana Heatley Tejada.
La discapacidad conlleva cuidados permanentes para ser brindados por personas cuidadoras con preparación, acompañamiento y cuidado, condiciones que difícilmente se encuentran en las familias. “
Pero se suele pensar que (las personas con discapacidad) son incapaces de desenvolverse, de realizarse como individuos en la vida cotidiana y, en ocasiones, son relegadas a una vida quieta o pasiva sin considerar sus derechos, como ha sucedido con la hermana de Arcadio, una mujer de 60 años, con síndrome de Down, que lleva una vida sedentaria bajo el cuidado de otra hermana”, asegura el informe.
El Estado, como en otras situaciones, se presenta sin soluciones para las personas con discapacidad y sus cuidadoras, que quedan a merced de las posibilidades económicas para contratar buenos servicios de cuidados o, de lo contrario, la asistencia familiar.
En las redes de cuidados, la sociedad reemplaza a una mujer con otra para que los cuidados permanezcan “dentro de un sistema que, paradójicamente, no reconoce las necesidades de cuidado de las personas como parte de las remuneraciones, ni de las jornadas o prestaciones laborales, ni de los horarios de servicios, etc., y que exime a los hombres de la corresponsabilidad del cuidado”.
Con información de Animal Político