El viejo PRI, el nuevo PRI, el PRI de siempre
En la vida pública mexicana hay constantes. Una de ellas es que el PRI nunca dejará de ser el PRI. Desde siempre, el partido ha tenido como meta central y única el acomodo, la búsqueda y el control del poder, para luego ordeñarlo. Sin tregua ni descanso. Al PRI le importa el poder primero y el poder después. Ya en tercer sitio… le importa el poder. No tiene principios, sino posiciones en referencia directa a las necesidades de esa búsqueda. No hay más.
Así lo confirma la conveniencia priista sobre la extensión de la presencia de las Fuerzas Armadas en asuntos de seguridad pública. Es un aval cínico por definición, pero útil en la búsqueda del poder, ese afrodisiaco. Porque no es que el PRI crea en la militarización. ¡Qué va! No es que lo haya debatido con seriedad y llegado a una conclusión. Lo que ocurre es que el presidente López Obrador necesita el aval priista y el priismo ha decidido otorgarlo a cambio de favores, explícitos y desconocidos. Si para eso el PRI tiene que dar de maromas y plegarse, genuflexo, al dictado de Morena y el presidente de México, que así sea. No es la primera vez, ni será la última. Por eso es que el PRI en realidad no tiene remedio. No lo tuvo jamás. Cuando el electorado le confió a una nueva generación de priistas el gobierno del país y de varios estados, esa generación de priistas dilapidó la confianza de la población en una cadena de escándalos aberrantes de corrupción. Porque la intención no es el ejercicio del poder en beneficio de los gobernados; la meta es la obtención del poder en beneficio del partido y, al final de cuentas, de los poderosos del partido. Es el viejo PRI, que es el nuevo PRI, que es el PRI de siempre. No tiene remedio alguno. Ni lo tuvo jamás.
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Con información de Expansión