Rafael Morales, mecánico en la colonia Juárez, apenes le habla a Rafita Morales, su hijo, porque no puede creer que en las paredes de la casa familiar cuelguen, al mismo tiempo, el diploma de Maestría en Ingeniería Mecánica de su primogénito y los banderines de apoyo al presidente Andrés Manuel López Obrador y su cuarta transformación.

“Yo no estudié, yo sólo acabé la secundaria y me doy cuenta que es un mesiánico, un loco”, dice el papá, quien, asegura, lee hasta cinco libros de historia cada mes.

El líder del movimiento político que gobierna al país desde hace cuatro años desata sentimientos encontrados: es elogiado por el “Gurú de la Moda”, Eddy Smols, pero también es criticado por quienes aseguran que su indumentaria no está a la altura de un mandatario o quienes creen que esconde trajes Hugo Boss en su vestidor en Palacio Nacional junto a zapatos Church’s Leather Oxford Brogues de 18 mil pesos el par.

Lo amas o lo odias. Marchas por él o contra élLa concentradora de encuestas Oráculus señala que la aprobación presidencial ronda el 61 por ciento, mientras que sus detractores merodean el 34 por ciento. Los mexicanos se dividen hoy entre quienes lo extrañarán en dos años y aquellos que no pueden esperar a que se vaya de Palacio Nacional.

Lo estima, por ejemplo, el hombre más rico de México, Carlos Slim, y lo considera su amigo el tercer empresario más millonario del país, Ricardo Salinas Pliego, pero no puede llevarse bien con el segundo más acaudalado de la nación, Germán Larrea Mota, con quien está enfrentado por una controversia con el Tren Maya, y mantiene una relación cordial con María A. Aramburuzabala, la mujer más rica del país.

Perfilar a quienes lo abrazan no es fácil: desde el xenófono ex presidente Donald Trump, el rapero Residente y el cura que dormía en el piso para dejarle su colchón a migrantes indocumentados, Alejandro Solalinde.

Y delinear a sus críticos tampoco es sencillo: incluyen al rey de España Felipe VI, al senador republicano Ted Cruz; cineastas mexicanos de izquierda y a los indígenas chontales de Tabasco que el Presidente eligió inundar para salvar a la ciudad de Villahermosa.

Su aprobación presidencial llega al 67 por ciento entre estudiantes y hasta 70 por ciento entre adultos jóvenes de 18 a 29 años; sin embargo, cuando esos alumnos se convierten en profesionistas o llegan a la universidad, su visto bueno se desploma hasta el 35 por ciento y 41 por ciento, según la más reciente encuesta de Mitofsky.

En el último mes, sus apoyos han crecido entre profesores y campesinos, dos grupos que —por el nivel de estudios— parecerían opuestos; pero ha sufrido una caída de popularidad entre jubilados, su voto duro gracias a la pensión alimenticia que impulsó siendo jefe de Gobierno.

Lo vitorean ricos y lo vituperan pobres. Le aplauden los que menos tiempo han pasado en la escuela y lo abuchean los que coleccionan grados académicos. Y al revés también.

A López Obrador lo acompañan a marchar Francisco Cervantes, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, y Antonio del Valle, presidente del Consejo Mexicano de Negocios; mientras que es despreciado por Gustavo de Hoyos, ex presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana; Alejandro Ramírez, CEO de Cinépolis; y Claudio X. González, impulsor de la alianza opositora.

El 69 por ciento de la gente en estratos económicos bajos lo respaldan. Entre la clase media los apoyos promedian un 61 por ciento. Y entre los mexicanos que viven en el estrato económico “alto” su aprobación es del 51 por ciento.

Eso dicen los datos de agosto pasado de la encuestadora Buendía y Márquez: que tanto entre pobres como ricos, el Presidente pasa la prueba aunque cada vez tiene menos simpatías entre quienes tienen más abultada la cartera.

El piloto Checo Pérez, emblema de una de las disciplinas más elitistas de México, lo respalda. Y Saúl El Canelo Álvarez, ícono del popular deporte del boxeo, lo critica por la inseguridad en el país.

Mientras tanto, Memo Ochoa, el portero de la Selección Mexicana, le suelta un cariñoso “presi” por Twitter por su aliento al Tri en la Copa del Mundo y la clavadista Paola Espinosa le dedica duras palabras en sus redes sociales por los recortes a fondos para deportistas.

Los anti: desempleados y empresarios

Para el encuestador Roy Campos, el público más duro sobre el desempeño del Presidente lo integran los desempleados y empresarios, mientras que lo aclaman quienes tienen empleo o trabajan en el campo.

Las mujeres son quienes tienden a apoyar, ligeramente, más al Presidente: ellas le otorgan el 60 por ciento de aprobación, mientras que ellos, el 59 por ciento. Y como nadie es profeta en su tierra, los servidores públicos están debajo de la media nacional del apoyo al mandatario mexicano, justo entre profesores y comerciantes.

Lo apoyan contingentes con grandes banderas de la diversidad sexual y diputadas trans que forman parte de la bancada de Morena, pero también lo critica una parte de la comunidad LGBTQ+ por su desinterés por traer a México vacunas contra la viruela del mono.

Quienes lo apoyan repiten como mantra que es el político más votado en la historia de México con 30.1 millones de votos y su popularidad sólo se compara con la que goza el primer ministro de la India, Narendra Modi.

Los que no, aseguran que es un político en picada, pues su coalición de partidos sólo consiguió 21 millones de votos en las elecciones intermedias de 2021 y en la consulta de revocación de mandato sólo consiguió 16 millones de sufragios a favor, lo cual lo ubica en una mediana posición. Un Presidente cualquiera con una popularidad promedio, dicen en la oposición.

La persona típica que hoy marcharía, de nuevo, junto al presidente López Obrador sería alguien que ya votó por él y que repetiría su sufragio, que tiene —en promedio— 25 años y que se asume estudiante o campesino.

Y quien hoy marcharía, otra vez, en su contra, sería alguien que jamás votó o votaría por el tabasqueño, que tiene unos 60 años, que acudió a la universidad y es jubilado o aún ejerce como profesionista.

Dos personas distintas que miran fijamente a su propio reloj: que el Presidente se quede un rato más o que se vaya de una buena vez.

Con información de Milenio

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