EN LA GRILLA

Del viejo Acuario Mazatlán al impacto del nuevo Gran Acuario Mar de Cortez

FRANCISCO CHIQUETE
Una mañana de noviembre de 1978, el entonces gobernador Alfonso Genaro Calderón Velarde colocó la primera piedra del Acuario Mazatlán. Con habilidad inusitada para un político, movió la cuchara de albañil y luego colocó la piedra simbólica. Entonces el ingeniero Luis Kasuga Osaka, que encabezaba el proyecto, exclamó francamente conmovido “Por los niños de México, señor gobernador”.
Parecía algo desproporcionado para el Mazatlán de la época, en que los alcaldes y hasta el gobernador eran vistos con más frecuencia en las mesas de cena que en los pocos restaurantes de postín y la diversión sin alcohol se repartía entre el beisbol (en temporada) y los cines, que abundaban (once en total, incluyendo a tres “de piojito”).
El Acuario era ambicioso para su época. Contaba incluso con un auditorio y equipo de proyección cinematográfica, que le permitió albergar a eventos nacionales e internacionales y su complemento, un jardín botánico que sirvió como ejemplo para desarrollar el contiguo bosque de la ciudad.
Como curiosidad quedó el recuerdo de un presidente de la República -José López Portillo- vivamente impresionado por la escultura del frontispicio, que muestra a tres niños encaramados entre ellos para alimentar a un delfín. En contraparte, muchos nos seguimos preguntando en qué pensaba el que compró la estatua de Neptuno colocada años después a unos metros.
Muchos mazatlecos y turistas se asomaron por ahí a la ventana al mar que proclamaba la institución. Además, si eras invitado a un evento escolar, de sociedad o de gobierno, que ahí abundaban, podías colarte a hacer el recorrido frente a las peceras. Con el puerto cerrado por disposiciones fiscales y el área pesquera restringida por riesgosa, ir ahí a ver las especies marinas, los restos de animales enormes que empezaron a aparecer en rincones (sobre todo huesos de ballenas), nos recordaban vivamente que seguíamos siendo gente ligada a los océanos.
Además, con la ciudad tan pequeña como era, los trabajadores eran conocidos por casi todo mundo. Dos compañeros de la Secundaria Federal Guillermo Prieto hicieron carrera ahí: los biólogos Martha Leticia Osuna Madrigal y Francisco Echeagaray Tirado, e incluso un excompañero del periódico La Voz de Mazatlán, Guillermo Vargas, excelente corrector de galeras ahí encontró también destino laboral, hasta jubilarse.
En sus diversas etapas, el acuario fue incorporando actividades, desde los lobos marinos entrenados como los de Hawái, hasta los espectáculos de aves y la exhibición de cocodrilos de gran tamaño procedentes de la región, sin olvidar el noble programa de protección a la tortuga marina, que permitió rescatar cientos de nidos de nuestras playas y devolver al mar miles de crías para rescatar a una especie bajo amenaza de extinción.
De aquí se fue el ingeniero Kasuga a Veracruz, a fundar otro acuario, aquel de mayores dimensiones. Ya había hecho grandes aportaciones a la legislación marítima (como las 200 millas de mar territorial, creada por nuestro paisano Raúl Cervantes Ahumada) además del impulso a la investigación pesquera, sobre todo en materia de acuacultura, y a la educación superior en esas especialidades.
Él falleció en octubre del 2020. Su obra en Mazatlán le sobrevivió dos años y medio. Este mes de mayo el Acuario Mazatlán cerro operaciones, bajo el agobio de un pasivo laboral histórico, señalamientos de irregularidades que aparecieron siempre al calor de la política y la influencia nefasta del gobierno recién destituido.
La evolución tecnológica y la necesidad de grandes inversiones para las que no había recursos, lo dejaron a la zaga de los nuevos centros de su tipo, el mencionado en Veracruz, los dos de Guadalajara, el de la Ciudad de México, principalmente, aunque seguía siendo un atractivo importante para los visitantes.
Parte de sus instalaciones seguirán vigentes, y sus ejemplares de exhibición pasarán a ser activos del nuevo Acuario Mazatlán Mar de Cortez, su sustituto.
En los primeros días de operaciones muchos mazatlecos acudieron a conocer la nueva oferta, que reúne grandes conceptos de exhibición, de museografía y de difusión científica. Es otro mundo, impresionante, avasallante, que va de los ecosistemas de la superficie a los más profundos, además de algunas recreaciones como la del submarino de “Veinte mil leguas de viaje submarino”, de Julio Verne. Está catalogado como el mejor de toda América Latina.
La polémica sigue en derredor de esta obra, cuya característica de pertenecer a una asociación público-privada ha generado un debate de tono más bien ideológico, pero finalmente el nuevo acuario está en marcha y muchos mazatlecos recordaremos al anterior, que como todo lo iniciático, tuvo la virtud de abrir camino y demostrar que los sueños son posibles.

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