La corrupción no tiene partido, ni color aborrecido
En opinión de Héctor Calderón Hallal
A propósito de esta descabellada como absurda idea proveniente del Poder Ejecutivo Federal mexicano, de promover una reforma judicial a los artículos 96 y 97 de la Constitución General de la República, así como los artículos 48 y 50 de la respectiva Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, que posibiliten la “elección popular” de ministros, jueces y magistrados que integran el Poder Judicial de la Federación.
Cabe decir que se han registrado en las opiniones pública y publicada, pinceladas de todo tipo: objetivas, absurdas, legítimamente interesadas, mezquinas y ociosas, “conceptualizando” a la democracia.
Todas esas pseudoaportaciones con un solo fin: tratar de definirla como un concepto lingüístico acabado; casi “sagrado”…. Intocable, que no admite perfeccionamiento alguno; como un eterno axioma filosófico porque no requiere comprobación en sí mismo, según sus más férreos defensores.
Todo mundo quiere vestirse de demócrata… e inmolarse en su defensa; como si fuera un concepto realmente acabado, que no acepta mejora o perfeccionamiento alguno.
Democracia, la “voluntad del pueblo” o “de las mayorías”… pues sí la voluntad de las mayorías pero, ¿Qué tan factible es eso en la realidad?… Vamos, para ser más claros…y…¿Qué tan sano es en la práctica?.
Es un concepto importado desde la era de la “República Romana”, descubiertos por la Ilustración en los siglos XVII y XVIII gracias a franceses e ingleses, pero llevado a la práctica –materializado al fin- hasta fines del siglo XVIII y principios del XIX en las sociedades más organizadas y estables: la propia Francia y su República, Inglaterra y su pujante “Revolución Industrial” y la naciente Unión Americana y su impresionante ascetismo laico como anticatólico.
República, Senado, pretensión punitiva, delito, prevaricación, democracia, sufragio, fuero, desafuero, corrupción, reo, res pública, interés, imperio, emperador, emperatriz, fé pública, ius natura, prescripción, adendum, contrato, entre otros muchos más… son construcciones lingüístico conceptuales descubiertas y de nuevo puestas en práctica por estas sociedades “avanzadas”, que cobraban notoriedad y éxito económico como militar, en el ocaso del siglo 18 y principios del 19; las cuales podían darse el lujo de exportar como “modas”, sus novedades filosóficas, literarias y embrionariamente científicas al resto del mundo.
Pero los orígenes de estos latinazgos….son Grecia y Roma; y son meras interpretaciones de sistemas o formas de vida supuestamente idóneos, pretendidamente “funcionales”… pero que no nos constan del todo.
Han sido imposiciones culturales, tal y como por ejemplo… y que me perdonen los indigenistas latinoamericanos: sentencias de juicios históricos construidos en base a la narrativa desprendida de los vencedores.
Así entonces, detrás de cada cañonazo “napoleónico” en los pueblos vencidos, o detrás de cada libro editado en imprentas francesas para el mundo y en todos los idiomas (traducciones) habidos y por haber, se propagaba el “avance de Francia”, como sociedad “moderna” y “ejemplo para el mundo”, en sus nuevas formas de organización socio-política.
Cosas de países “ricos”.
Se gobernaban con la “perfección romana” que abuelos y bisabuelos nos contaron de generación en generación. Así entonces, la gente podía decidir –en masa- y en público, quienes serían sus gobernantes –o verdugos- como se trastocó a la llegada de “El Terror de Robesrspierre”.
Pero lo destacable, lo plausible de estas novedades que llevaban los franceses, ingleses y americanos “liberales” del mundo, era que ya no había –ni habría, según la promesa redentora de la propia propaganda- reyezuelos ni emperadores, que fueran nombrados por la gracia “dinástica” o “divina”.
Igual, detrás de cada máquina de vapor del incipiente desarrollo tecnológico inglés… o detrás de cada tonelada de cereal o de azúcar llevada de las estepas estadounidenses a Europa como parte de aquel embrionario comercio mundial, había una “historia de éxito” de esos admirables países que son hoy Gran Bretaña y los Estados Unidos de América, en lo que a su avance sociopolítico y jurídico se refería.
La “democracia” para allá… y la “democracia para acá…
Pero lo que nunca se aclaró puntualmente desde entonces, es que hay una forma o subdivisión de democracia, elegante o eufemísticamente llamada hoy “democracia indirecta”… que no es otra cosa que una especie de contrasentido, al ser una “democracia selectiva” o practicada por unos cuantos y no por la colectividad, por lo que deja en esencia semántica, de ser una “democracia”.
A propósito precisamente de estas nuevas modas del neopopulismo, que gustan mucho de “apellidar” a los conceptos tradicionales ya establecidos; como por ejemplos: la “democracia representativa”… como la “democracia participativa”.
Pues ahí tenemos que existen en el caso de Reino Unido y Estados Unidos, abundantes casos –casi son mayoría- de figuras de democracia “indirecta”, que están plenas y vigentes:
Desde su aparición, la llamada ‘Cámara de los Comunes’ en Gran Bretaña, se integra de individuos del pueblo (no nobles) que en la antigüedad, habrían de ser merecedores a tal encargo para representar “al pueblo”, sólo si podían demostrar atributos “fuera de lo común”, que ningún mortal común y corriente tuviera de forma normal al nacer; por lo que en este caso, se consolidó como como costumbre, que todo Representante a esa Cámara, para poder ser digno de hablarle de frente al soberano británico, habría de demostrar la posesión y propiedad del mayor número de acres de tierra posibles y verificables en toda la demarcación a la que aspirase a representar.
Un pobre o un peón campesino, no podía aspirar a representar la voz de su comarca.
Muy “democrático” ¿no?… en una de las naciones-paradigma de las democracias modernas.
En los Estados Unidos también, por ejemplo, en elecciones para Presidente de la Unión Americana, gobernadores de estados y representantes populares, no gana quien obtiene más votos en el conteo numérico o universal de lo sufragado por el total de electores… sino quien obtiene más votos del llamado “Colegio Electoral” de los Estados Unidos, que es el lugar donde finalmente se decide la elección con el voto de 270 delegados provenientes de todo el país.
Cabe destacar que el número de delegados por cada estado de la Unión varía, en ocasiones asombrosa y hasta de forma inverosímil, atendiendo a criterios poblacionales y hasta geopolíticos.
Por ejemplo, de nada le sirve a un candidato presidencial ganar un estado como Distrito de Coumbia, donde se asienta la capital de los Estados Unidos, que es la ciudad de Washington, que cuenta en el Colegio Electoral de los Estados Unidos con solo 3 votos; si pierde un estado como Florida, aparentemente de menor resonancia política y económica, lejano al centro de toma de decisiones, pues cuenta con 29 asientos en el Colegio Electoral.
De igual forma, en Estados unidos se elegen los jueces con jurisdicción local y con una carga jurídica “menor” según los montos criminales reprochados por los criterios jurisprudenciales de aquel país.
De tal forma que todos los jueces estatales digamos… así como los jueces menores…son electos por votación directa y universal en aquel país. Lo equivalente a los jueces “de ramo”, con asiento en las cabeceras municipales de nuetsro país, son los que se eligen por la vía del voto popular cada cierto tiempo, siendo aptos para la reelección y hasta para desempeñar un servicio civil de carrera, si la población votante los respalda a lo largo del tiempo.
Así es como funcionan las llamadas “democracias indirectas”. En países considerados paradigmáticos en el tema de la participación cívica en sus regímenes internos.
Y sus efectos se remontan hasta casi los 3 siglos últimos de la historia universal.
No estamos seguros de que a eso se le tenga que seguir llamando democracia… pero así se le denomina todavía.
No se ha inventado otra fórmula de participación cívica más justa quizá o más apegada al sentir de la totalidad de la población.
Es entonces pertinente preguntar al Presidente de México, cómo es que suelta a la población su descabellada idea de someter a votación a jueces y magistrados –sin excepción- del Poder Judicial de la Federación.
Sobre todo cuando tenemos claro que nuestras diferencias culturales e históricas como pueblos descendientes de culturas latinas (España, Francia e Italia) con respecto a los que lo son de pueblos sajones (británicos, teutones o flamencos), se han consolidado a grado tal, que nuiestra relación histórica con la corrupción, con la “ruptura de reglas” establecidas con un tácito (módico) acuerdo para corromper la norma por parte del imputado y el representante de la ley, ha sido tan común y tan socorrido que llegó para quedarse a lo largo de los siglos.
A lo que habría que sumar la existencia en la religión imperante en esos pueblos latinos es la católica romana, cuyo Dios es un ente “tolerante”, que perdona todo con el simple “arrepentimiento sincero” y el pago pecuniario o en especie de “penitencias” para alcanzar el perdón.
El Dios de los sajones, desde el siglo 16 en promedio, ciertamente ya no es Thor o Wotán, como en la era de los germánicos… pero es un Dios implacable, que exige sacrificio, de obra y de pensamiento… que exige una vida mística y de desapego de los placeres mundanos (ascetismo)… es un Dios interpretado por Lutero y Calvino.
Se necesitarán muchas generaciones, siglos quizá, para homologar la idea de la obligación en general (no solo con el Estado y la legalidad) al interior del mundo occidental.
Porque no… no somos iguales…. En este caso para mal, más que para bien.
En el mundo los seres humanos todos, sin excepción… somos del mismo barro… pero no del mismo molde.
¿Qué tan difícil será entender esto…. O qué parte es la que no se entiende?
Un poco de historia:
En México, desde las anteriores constituciones, de 1824 y 1857, está establecido procedimiento mediante el cual, ministros de la Suprema Corte de Justicia fueron designados por un sistema en el cual la elección era responsabilidad, más de las legislaturas de los estados, que del Congreso de la Unión.
No obstante que a partir de 1857, hubo una reforma efímera que dio la posibilidad de que ministros, jueces y magistrados fueran electos por la vía universal del voto libre y secreto; sin embargo eso se corrigió.
En México y en América Latina en general, no es posible impulsar la elección popular de ministros, jueces y magistrados, porque (casos de Colombia y Bolivia) ilustran que la corrupción del crimen organizado y de las clases dominantes, influirán en los procesos de elección…
En ese caso, en México valdría la pena preguntarnos….¿Por qué no mejor sometemos a votación popular la elección de jefes policiales a nivel municipal y estatal….y hasta federal?… ¿Por qué no sometemos a votación ´popular la elección del Fiscal General de Justicia?… o a ver ¿Por qué no sometemos a votación y juicio popular las determinaciones que asuma al el Fiscal General, en materia de órdenes de aprehensión o medidas “cautelares”?… ¿Contra quién o contra quiénes deben ser enderezadas?
Pues por una simple y sencilla razón….. el control de estas dependencias y de estas figuras de autoridad en estados y municipios, lo ejerce el mismísimo Presidente de la República y que, con esto, puede haber un “camino oscuro para la negociación” del Ejecutivo con los cárteles, en su distribución y consumo.
La corrupción es un hecho también en este sexenio y está acreditada de varias formas y a través de varias carpetas de investigación: con los hermanos del C. Presidente; con rémoras políticas y empresariales de su propio régimen.
Vale la pena citar y hasta aprovechar como cabeza para el presente artículo, la frase del admirado maestro Heriberto Galindo Quiñones, gran activo del sistema político mexicano: “La corrupción no tiene partido… ni color aborrecido”; tal y como lo reseñara en la emisión del jueves pasado, el influyente periodista Víctor Torres, titular del noticiero radiofónico “Línea Directa”, de los de más alta audiencia en el noroeste del país.
Autor: Héctor Calderón Hallal
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