Elección y juicio
Luis Farías Mackey
Qué del amor producto de pócimas, de la venta que oculta los vicios de lo vendido, de aquella acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete, conocido como fraude.
Todas estas acciones nublan nuestro juicio, ofuscan nuestras capacidades, engañan nuestra atención o burlan nuestro entendimiento.
Las legislaciones en el mundo entero las prohiben y castigan.
Los productos alimenticios deben mostrar su información nutritiva y calórica, el caballo en el Hipódromo acompaña toda la información de sus carreras para la apuesta, una computadora se vende mostrando todas sus características tecnológicas, hasta un libro en la cuarta de forros explica de qué trata su interior.
No obstante, en México, en materia electoral, la lógica opera en sentido contrario: ocultar, engañar, distraer, ofuscar la razón, desinformar, levantar guerras sucias, publicitar banalidades son acciones que se aplauden, se admiran y se pagan, además, con ¡recursos públicos!
Elegir es “escoger o preferir a alguien o algo para un fin”. Ello implica la facultad del juicio, «la más política de las facultades del hombre», nos dice Arendt. Pero nos dice más: «sin juicio el mundo se vuelve ininteligible».
El juicio, a su vez, implica la comprensión. Comprender es, ante todo, abarcar e incluir, «tener una cosa dentro de sí y formando parte de ella a otra»; es también «abrazar, ceñir, rodear por todas partes una cosa». Comprender implica, por tanto, abarcar el fenómeno en su totalidad, pero «comprender» también es «comprehender», de préhendere: coger, asir. Aprehender es apresar, aprisionar, capturar, detener. Se detiene al malhechor, pero también se detiene y aprisiona un entendimiento. Y tal como se prende una rosa al vestido, se sujeta un conocimiento con otro, un efecto a su causa, una conducta a su razón, una emoción a su circunstancia, un recuerdo a la memoria o al inconsciente.
En el comprender siempre hay una comunicación y relación de quien comprende con lo comprendido; el hombre sale fuera de sí, topa con algo que no se confunde con él y lo introyecta; lo abarca e incluye; lo hace dentro de sí y lo hace de alguna manera parte de sí. Cuando nos colocan un marcapasos, nuestro cuerpo, como a cualquier agente externo, inmediatamente lo encarna, lo hace suyo, lo abraza y rodea por todas partes, de suerte que cuando es necesario cambiar el marcapasos, el implantado ya no se puede extraer y es necesario colocar otro dejando el previo desconectado. Comprender no es físicamente encarnar, pero espiritualmente sí surge un nuevo ser que a través de la comprensión que hizo de sí mismo algo más y mejor.
La elección, por tanto, demanda pleno conocimiento de entre lo que se escoge, cabal entendimiento de sus pros y contras, comprender sus implicaciones y consecuencias, y, finalmente, sentido que me indique claramente a dónde voy.
Para comprar un cereal es mi derecho saber qué me están vendiendo y sus más distintivas características, pero para votar envuelven el núcleo de la decisión en engaños, distractores y rijosidades de suerte que nadie sepa lo que estamos eligiendo. Las elecciones son hoy un concurso de banalidades.
Pero si la legislación mercantil vela porque no me vendan gato por liebre y la penal sanciona a quien lo haga, la electoral mexicana es omisa y podría decirse permisiva en materia de engaño, mentira, timo y ofuscación ciudadana al momento de elegir. En lugar de tener una ley que nos garantice elegir sin indebidas intervenciones y obstáculos, con la información necesaria y sin ruidos ni luces que alienen nuestro juicio, la partidocracia ha desarrollado toda una legislación para que los partidos, los encuestólogos y los publicistas, primero, nos enloquezcan hasta la desmesura, segundo, votemos sin conocimiento, libertad, entendimiento, comprensión y juicio, y , tercero, cobren fortunas por dañar a la Nación.
¿Cuánto daño han hecho con sus engaños estos rufianes? Labastida y Cárdenas eran inmensamente superiores a Fox, quien difícilmente puede dar un paso sin tropezarse con su lengua; a Peña lo vendieron como un RockStar con todo y su muñequita, cuando sólo es un vacío colmado de corrupción. López se vendió como Mesías y para nuestra desgracia así gobierna. Samuel García debiera vender tenis, no gobernar Nuevo León.
¿No debiéramos cambiar eso?
¿O es que ya ni siquiera lo alcanzamos a ver?