CUENTO

-Lo siento, pero… ¡Ya no te amo!

Parado junto a la mujer, de la cual había sido su novio durante seis años, Westley sintió clavársele un cuchillo sobre su corazón.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas, mantuvo la mirada y el rostro impasible. “Lo siento, pero… ya no te amo…”

Él, quien durante todo este tiempo se lo había pasado trabajando y estudiando, para así poder darle a su futura esposa “una vida lo más perfecta posible”, no supo y no pudo objetarle nada.

Su carácter siempre había sido el de un hombre dócil y pacífico, pero también muy tímido. Cuando ella y él se conocieron, después de unos meses de salir juntos a lugares, conciertos y películas, una noche, después de haber cenado juntos, en su casa, treparon al techo.

Estando aquí, bajo la luz de la luna y las estrellas, ella, luego de darle un beso en los labios, lentamente bajó la mirada, y entonces le confesó: “¿Sabes? Tu timidez fue lo que me cautivó desde la primera vez que te vi en aquel pasillo de la escuela…”

Westley, sorprendido ante dicha revelación, abrió mucho los ojos; luego también sonrió y… Extasiado por tener ahora junto a él a una mujer como aquella, no pudo hacer nada por contener sus emociones. Y entonces ¡la abrazó!, suave y fuerte al mismo tiempo. La joven también le correspondió. Nuevamente se besaron…

“¡Qué feliz me siento!”, fue la frase con la que Westley se había despertado los últimos seis años de su vida. Tanto él como ella tenían la misma edad cuando se conocieron: veinticinco.

Y ahora, de manera súbita, ella había venido hasta su departamento para decirle que ya no lo amaba. A Westley le habría gustado objetarle y preguntarle muchas cosas, muchos “por qué”, pero el recuerdo en su cabeza de “eres el amor de mi vida, ¡te amo mucho, mucho!”, solamente le hizo sentir que nada de lo que ahora le sucedía le estaba sucediendo de verdad.

En su mente, Westley solamente pensó que todo esto se trataba de un sueño muy horrible, de una pesadilla de la cual, apenas y amaneciese, su reloj despertador enseguida lo sacaría de aquí. Y entonces, mirando hacia el techo de su cuarto, nuevamente volvería a sonreír de puro alivio, comprobando así de que eso de “ya no te amo” solamente había sido un mal sueño.

Pero entonces sucedió que, los días fueron pasando y, Westley de ninguna manera fue despertado por su reloj despertador. Poco a poco, entonces, cayendo en la cuenta de esta dolorosa verdad, por fin se puso a llorar y a vociferar:

“¡Por qué? ¡POR QUÉ…!”

Ella, quien infinidad de veces lo había llamado “amor”, ahora se encontraba haciendo planes para irse de viaje con su nuevo novio, un joven que en personalidad era todo lo contrario a Westley…

“¡Vuelve! ¡Por favor!”, fue lo que Westley le escribió a su novia, una y otra vez. “¡Te amo!” “Sin ti me moriré… ¡VUELVE! ¡TE LO RUEGO Y TE LO SUPLICO! ¡No me abandones!”

Todo un día entero se la pasó Westley mandándole mensajes de este tipo a su novia, a través de su WhatsApp. Herido y abatido por su dolor, cuando una mañana intentó levantarse de su cama para ir a la cocina por algo de agua, no lo consiguió.

Sus rodillas le fallaron, su cuerpo se estremeció; su cabeza le cimbró, y su corazón sintió una opresión indescriptible. “¡Moriré!”, enseguida pensó Westley. Mareado como lo estaba, todas las cosas en su cuarto comenzaron a girar alrededor suyo. Su frente no dejaba de sudarle mucho. Westley solamente sentía, además de todo su dolor, unas ganas terribles de vomitar.

“¡Pendejo! ¡Idiota!”, comenzó a decirle su mente. “¡Eso te pasa por sensible y cursi… ¡Estúpido…!” “¡Cállate ya!”, gritó Westley. Sentado ahora en la orilla de su cama, y sin poder ya aguantar más su dolor, se acostó, mordió su sabana, y, doblando su cuerpo, como un niño dentro del feto de su madre, todo su ser se desbarató en un mar de llanto.

Pasado menos diez minutos, la sabana debajo de su rostro ya presentaba un círculo enorme de humedad. Westley no había podido dejar de llorar y sufrir por el abandono de su novia.

“¡Vuelve, por favor!”, volvió a escribirle, apenas y abrió los ojos la mañana siguiente. Westley siempre supo que su novia tenía la costumbre de despertarse todos los días a las cinco, tiempo que ella ocupaba para tomarse un café, así como también para dibujar un rato en su computadora. La joven era diseñadora de vestidos…

“¡Vuelve! ¡Sé que estás allí!” “¡Escríbeme algo, por favor!”, pidió Westley. Pero las palomitas en los mensajes, que le llegaban a su novia, de manera correcta, simplemente no quedaban de color azul. “¡¿Por qué no los lees?!”, exigía saber Westley.

Después de permanecer un rato, tumbado en su cama, con el dolor quemándole sus entrañas, Westley finalmente se puso a imaginar lo más doloroso. Su corazón, entonces, otra vez pareció irle a dejar de latir. “¿Estás con él?”, se atrevió a escribirle a su novia. Pero ella, como en todos los demás mensajes, tampoco lo leyó.

Harto ya por su angustiosa espera, Westley, con los dedos temblándole por los nervios, se puso a redactarle otros mensajes. En un último intento por llamar la atención de la joven, le escribió todo con letras mayúsculas: “ENTONCES, SI NO ME QUIERES RESPONDER, TE DIRÉ QUE… ¡ME MATARÉ!” “POR FAVOR, TE LO RUEGO Y TE LO SUPLICO; ¡REGRESA YA CONMIGO…!”

Dolido hasta lo indecible, Westley permaneció acostado en su cama, con la pantalla de su teléfono muy cerca de su rostro. “Responde, ¡RESPONDE!”, una y otra vez rogó al aparato. Pero su novia, al otro lado de la línea, tampoco esta vez le hizo ningún caso.

Resignado ya entonces ante su enorme y dolorosa perdida, Westley supo que solamente le quedaba una última cosa por hacer: escribirle uno y último mensaje a ella. Cosa que enseguida hizo. “Te amo. ¡Y siempre te amaré! Vuelve cuando quieras. Aquí estaré, esperando por ti…”

Enviados ya los mensajes, Westley tampoco esta vez pudo dejar de mirar el WhatsApp de su antigua novia. Y, de repente, en una espera de minutos que a él le parecieron una eternidad, su corazón le dio un vuelco de alegría, al ver el mensaje en letras verdes que decía: “escribiendo”

“Escribiendo…”

Westley había leído este mensaje, con el cerebro totalmente abotagado. “¡Me está escribiendo!”, pensó, lleno de esperanza y alegría renovada. Pero los segundos pasaron, y ningún mensaje le llegó.

Pensando entonces que seguramente la señal de su teléfono se había caído, con dedos temblorosos, Westley apretó el botón donde decía “reiniciar”. El teléfono rápidamente se fue apagando. Después, al irse encendiendo de nueva cuenta, lo apuró: “Vamos, ¡VAMOS!”, dijo. “¡Enciéndete ya!”

Diez segundos después, el artefacto ya estaba otra vez con su pantalla encendida. Sin tiempo que perder, Westley rápidamente abrió su WhatsApp para buscar el supuesto mensaje de su novia.

Pero; oh, ¡dolor! No encontró nada. Su corazón, ¡otra vez pareció dejarle de latir! Porque entonces, la foto que su novia siempre había tenido en su perfil, ahora, había desaparecido. Westley, finalmente había sido bloqueado.

“¡Dios! ¡NO!”, gritó Westley. “¡NO ME HAGAS ESTO, POR FAVOR…!”, lloró. Pero nadie, absolutamente nadie, le respondió nada. Todo se había terminado. Pero Westley, ahora, no sabía cómo hacerle para seguir existiendo sin ella: el amor de su vida.

Pasaron los meses, unos seis. Durante todo este tiempo, Westley se lo pasó muy deprimido y sin vida. Seguir con su día a día, le seguía costando muchísimo esfuerzo y dolor.

Durante todo este tiempo, él, había tratado de conocer a otras muchachas. Pero, cada cita con ellas, ¡siempre terminaba de la misma manera! Ninguna podía llenar el vacío que su novia había dejado en su corazón.

“¡Amor! ¡Qué feliz me siento!”

Yendo ahora sobre la carretera, su antigua novia, junto con su nuevo novio, regresaban de vacacionar de una playa muy hermosa. Sentada en su lugar, la mujer no dejaba de sacarse “selfies”.

Adoptando poses sensuales, y haciendo muecas, como otras tantas mujeres vanidosas y narcisistas lo hacen todo el tiempo, la ex novia de Westley no paró de hacerse fotos, fotos y más fotos para su cuenta de “Face-Fool”.

Su novio, mientras tanto, de cuando en cuando la miraba, lleno de felicidad y… ¿amor genuino? Los dos eran guapos y jóvenes. Los dos llevaban puestas gafas de sol. Ella, usando un vestido con estampado de flores, se veía radiante. Y él, con su conjunto de pantalón y camisa de lino muy fino, también despedía mucha frescura.

“Amor… ¿Me amas?”, preguntó la joven en un punto del camino, sin dejar de subir sus fotos a su “Face-Fool”. “¡Por supuesto que sí!”, enseguida le respondió su novio. Y entonces volteó su rostro para besarla. La muchacha, asentado su teléfono sobre sus piernas, también acercó su rostro hacia el suyo.

Durante estos breves lapsos de sus demostraciones de amor, ninguno de los dos se percató de que, al otro lado de la carretera, un vehículo había rebasado a otro, de manera muy imprudente. Absortos -por lo tanto- en sus besitos de puro amor, el novio, cuando alzó el rostro, ya no pudo esquivar el vehículo…

Tres horas después, en la sala de un hospital, el joven, quien afortunadamente no sufrió graves lesiones, porque la bolsa de aire de su asiento sí se había activado, por fin vio venir hacia él a un médico.

“…Joven…”, dijo el hombre de la bata blanca. “Usted es el novio de la accidentada, ¿verdad?”.

Levantándose muy rápido de su asiento, el novio de la antigua novia de Westley asintió con la cabeza. El médico, tocándole el hombro, añadió: “Siento mucho que tenga que decírselo, pero tiene que saberlo ya… Las piernas de su novia quedaron totalmente destrozadas. Ella ya no podrá volver a caminar nunca más…”

Dos horas más tarde, cuando la joven al fin se despertó, lo primero que hizo fue pedirle a una enfermera que por favor averiguase dónde se encontraba su novio. La enfermera salió del cuarto e hizo lo que le acaban de pedirle.

Pasada media hora, regresó junto a la accidentada, a la cual, en voz baja y lenta, le dijo: “No he podido encontrarlo. Pero he preguntado por él en recepción y una enfermera me ha dado este sobre…”

Extrañada en su totalidad, la joven tomó el sobre y lo escudriñó por ambos lados. “¿Qué será?”, se preguntó, mentalmente. Y, mientras la enfermera terminaba de revisar la bolsa de su suero, que colgaba junto a su cama, rompió una de sus orillas para así poder mirar en su interior.

“¿Qué será?”, otra vez se preguntó la joven. “¡Una hoja!”. ¡Qué extraño!”, fueron las frases que musitó.

Debido a los muchos sedantes, la vista de la joven seguía estando borrosa. Postrada como lo estaba ahora en su cama, ella trató de acomodarse un poco. Pero, al instante de moverse, sintió un dolor terrible recorrerle todo su cuerpo.

“¡Ay!”, se quejó en voz alta. “¡Mis piernas! ¡Me duelen mucho!”

La enfermera, que ahora se encontraba junto a la ventana, haciendo anotaciones en su hoja, rápidamente se le acercó y trató de tranquilizarla, diciéndole que debía de permanecer lo más inmóvil posible…

“¡Mierda!”, exclamó la joven, cuando se quedó sola en su cuarto. “¿Por qué tuvo que sucederme esto…?”

La hoja, mientras tanto, la había vuelto a meter en el sobre.

“… Agatha”, decía las primeras líneas. “El médico ya me ha informado de tu situación. Y créeme que lo siento mucho, pero…”

Agatha había dejado de leer, ya que la vista otra vez se le había vuelto a nublar. Para este entonces, ya se había hecho de noche. La joven, que sentía todo su cuerpo entumido, no sabía si terminar de leer la nota ahora, o mejor esperar hasta mañana. En su mente, solamente trataba de adivinar lo que su novio podía haberle escrito en el resto de la nota.

Ella solamente vino a saberlo a la mañana siguiente:

“…Aunque te amo mucho, he pensado que todavía soy muy joven como para tener que cuidar a una paralitica por el resto de mi vida… Espero sepas comprenderme. Adiós, Agatha. Tuyo… Jerome”.

“¡No!”, sintió querer gritar al instante la antigua novia de Westley. Pero el dolor muy fuerte en sus piernas se lo impidió.

De repente, sin esperarlo, y sin siquiera imaginarlo, luego de haberlo ido asimilando, Agatha se fue dando cuenta de “un algo”: los papeles se habían invertido en su totalidad. Ahora fue ella la que se puso a llorar por un abandono.

“¡Se ha ido! ¡Me ha dejado!”

Devastada por su nueva condición de paralítica, pero también por la huida de su apuesto y supuesto novio, Agatha, mujer ahora de treinta y dos años, y quien siempre había sido una persona muy optimista, se la pasó llorando durante varias horas, igual que un día lo había hecho Westley en la cama de su pequeño departamento…

De manera inevitable, al llegar el siguiente día, con los ojos cansados de tanto llorar, Agatha, luego de permanecer absorta varias horas, mirando el cielo a través de su ventana, de repente, al iluminársele la mente, al fin pudo exclamar:

“¡Claro! ¡Pero si todavía tengo a Westley…! ¡¿Cómo es que lo había olvidado?!”

Gracias a su reciente descubrimiento, a pesar del dolor en todo su cuerpo, Agatha pudo sentir cómo la alegría comenzó a llenar cada poro de su piel. Y todo este sentimiento tan increíble en ella, también le produjo una esperanza indescriptible.

Después, sin perder tiempo, alargó su brazo y -sin hacerle ningún caso al dolor muy fuerte que este simple movimiento produjo en su cuerpo – agarró su bolso, que se encontraba sobre la mesita, junto a su cama.

Con frenesí total, Agatha revolvió todas las cosas que tenía dentro de su bolso de piel de cocodrilo. Gracias al material resistente de este objeto, su teléfono antiguo no sufrió daño alguno. El otro, con el que se tomaba fotos, quedó totalmente destrozado.

Teniendo ya el teléfono en su mano, Agatha, controlando su emoción y sus nervios, rápidamente lo encendió. Ella, que hacía mucho tiempo que no lo había utilizado, al comprobar que su batería tenía un ochenta por ciento de carga, sonrió de puro triunfo.

A continuación, de manera muy rápida también, tocó la pantalla para así abrir su WhatsApp. “Por favor, ¡por favor!”, rogó, para darse ánimos. Ella, desde luego que sabía todo lo que pasaba por su mente. ¡Vaya que si lo sabía! “Westley todavía debe de estar esperando por mi…”

Todos estos instantes, en los que hizo lo que hizo, realmente le parecieron una eternidad. Buscar en su WhatsApp el número de su antiguo novio Westley, produjo en Agatha muchas sensaciones indescriptibles con palabras escritas.

“¡Por fin!”, exclamó la joven, cuando encontró en su directorio de contactos el número de Westley. “¡AQUÍ ESTÁ!”

Acto seguido, sintiendo toda la fe del mundo, apretó el botón donde decía: “DESBLOQUEAR CONTACTO”.

Agatha, que seguía estando todavía bajo los efectos de los sedantes, tuvo que frotarse mucho los ojos para convencerse de que Westley, su antiguo novio… ¡también la había bloqueado! Su foto de perfil, donde se le veía sonriendo de manera tímida, ya no estaba; había desaparecido.

“¡No! ¡Por favor!”, suplicó Agatha a un Westley imaginario. “¡No me hagas esto…! ¡Te necesito, ahora más que nunca…!”

Sin darse por vencida a la primera, y siguiendo siendo lo más optimista posible, Agatha buscó en el otro directorio el número directo de Westley. Apenas encontrarlo, lo marcó. La llamada, entonces, comenzó a procesarse, haciendo aquel ruido inconfundible de: “Bib…, bib…”

“¡Contesta, por favor!”, se puso a rogar Agatha a su antiguo novio. “¡Contesta! ¡Sé que todavía me amas…!”

Ese día, Westley había salido a dar un paseo para así tratar de despejar un poco su mente. En su interior, seguía estando devastado, y también luchando contra toda la depresión que la HISTORIA DE UN AMOR FALLIDO le había ocasionado hacía ya un tiempo atrás.

Poco a poco, con la ayuda de la escritura de sus pensamientos y sentimientos, que había empezado a registrar en “un diario personal”, Westley lentamente iba emergiendo de ese hueco tan hondo donde Agatha, el amor de su vida, lo había arrojado.

“¡Contesta!”, volvió a suplicar su antigua novia, sin dejar de mirar absorta cómo la llamada en la pantalla de su teléfono seguía y seguía procesándose, pero sin ser respondida.

Westley -sentado ahora en una banca de madera, frente a la orilla de un lago, donde varios patos se divertían nadando -, al sentir que algo le había picado en una oreja, rápidamente se quitó los audífonos de su Discman Sony.

Gracias a este acto, al fin pudo escuchar que su teléfono ahora timbraba. Pero, pensando que seguramente quien ahora lo llamaba debía ser su madre, que otra vez quería preguntarle que cómo estaba, Westley se sintió un tanto irritado. Ese tipo de preguntas, por parte de ella, lo único que hacían era revivir una vez más su dolor.

“¿Hola?, respondió Westley con total desgano, y sin haber mirado si quiera la pantalla.

“¡HOLA!”, respondió con ímpetu la voz al otro lado de la línea. “WESTLEY, SOY YO, ¡TU AMOR… AGATHA!” “¡Por favor, por favor, ¡NO CUELGUES! ¡TE LO SUPLICO!, repitió ella, una y otra vez.

Pero Westley, al igual que Agatha lo había hecho con él un día, tampoco ahora le hizo ningún caso. Dolido hasta lo más profundo de su ser, con su mirada puesta en los patos que nadaban sobre el agua, Westley supo en su mente que la hora para dar por terminada esta etapa tan difícil en su corta vida por fin había llegado.

Así que, mientras la voz al otro lado de la línea seguía hablando, rogando y suplicando, pero sin saber que ya no era escuchada, lentamente alzó el brazo. Luego lo movió un poco hacia atrás para ganar impulso…

Con los audífonos vueltos a poner otra vez en sus oídos, y para tratar de huir de su tristeza y abatimiento, Westley rápidamente buscó en su CD la canción que -él lo sabía perfectamente- apenas comenzar a escucharla, le haría sentir COMPAÑÍA, FORTALEZA Y REFUGIO PARA SU ALMA.

La canción en cuestión se llamaba: “LOVE´S CARESS”, y lo cantaba una de sus bandas “indies” favoritas: “MOON VISIONS”.

Con la hermosísima canción sonando ya a todo volumen en sus oídos, Westley, rápidamente se levantó de su banca y, mirando hacia el cielo azul de aquel día, comenzó a bailar consigo mismo, lenta y bellamente.

Y… Bailando consigo mismo, de esa manera tan hermosa, suave y llena de nostalgia, Westley, sin hacerle ningún caso a las personas que pasaban junto a él, y que se lo quedaban viendo con total extrañeza, siguió y siguió celebrando este día tan hermoso y soleado en su vida.

Los patos siguieron nadando en el lago, y él bailando…, hasta que por fin lo hizo.

Moviendo el brazo hacia atrás, y luego hacia adelante, Westley aventó con todas sus fuerzas su teléfono celular.

El teléfono fue viajando por el aire, mientras que en su bocina la voz de una mujer no paró de implorar, suplicar y rogar: “¡Por favor…! ¡Dime que todavía me amas…! ¡CONTÉSTAME!”

Instantes después, cuando el artefacto chocó contra el agua, hizo que los patos que nadaban cerca se asustaran. Todos dijeron: “Cuac, cuac”, para luego rápidamente irse alejando de dicho lugar, donde ahora el teléfono de Westley seguía hundiéndose…

“Cuac, cuac”, continuaron emitiendo los patos del lago…

Westley, que otra vez se había sentado, se levantó, pulsó el botón de “play”, y…

Haciendo sonar en sus oídos: “LOVE´S CARESS”, por sexta vez, se fue bailando con su alma por las calles de su ciudad…

FIN

Anthony Smart
Noviembre/23/2022
Septiembre/09-30/2023
Octubre/06-23/2023

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