Los auténticos saltos de grandeza
Paul Chávez
¿Qué nos salva de nuestra irremediable irracionalidad y qué nos permite ser mejores partiendo de nuestra condición humana?
El pleito de dos comadres
El intelecto y la voluntad nos distinguen de las bestias, aunque hay veces en que nos porfiamos en comportarnos peor que ellas, el problema es que las bestias siguen un instinto natural: siguen siendo bestias; nosotros aún abusando de la libertad en tonterías no podemos dejar de ser seres racionales. Esa es la cuestión.
Elegir entre la racionalidad e irracionalidad nos hunde al infierno o nos salva. El peso de la libertad pesa mucho: podemos elegir en usarla para bien o para mal. Nadie puede obligarnos a querer lo que no queremos ¿Entonces quien salva a esa terca voluntad?
La grandeza humana se perfila y requiere que estas dos comadres, la voluntad y el intelecto, se pongan de acuerdo y no discutan tanto y se dejen guiar por el brillo de los valores morales, tan olvidados. No hacerlo abre las puertas al sufrimiento, seguirlas a la beatitud.
Superemos la subjetividad
Tratemos primero al intelecto. Si observas, le damos a nuestra percepción de la realidad un valor categórico, rara vez o no siempre cuestionamos si lo que captamos es como es, el reto es captar la realidad objetivamente sin deformarla, verificando los hechos.
Vivimos en un mundo de confusión creciente porque la opinión ha suplido a la verdad, cuando la opinión es un charco del infinito océano de la verdad. Tengámoslo en cuenta: tu opinión no es la verdad, a lo mucho es una aproximación muy probable basada en certezas. Pues una cosa es opinar y otra distinta es dictaminar algo basado en los hechos. Los peritos dictaminan lo que saben y opinan en lo probable.
Cómo ganar objetividad
La errónea percepción nos acecha como una leona rugiente. Nos vuelve objetivos algo muy simple pero muy olvidado: ganar conciencia del error. Nos pone alertas y enfocados. ¿Por qué? Porque abre la mente. En una mente cerrada no entra la verdad, ni el sol aunque lo queme. No estamos conscientes de nuestra subjetividad por eso nos cuesta la objetividad.
¿Te crees mucho?
Quien suele sentirse seguro de lo que sabe suele pontificar e imponerse, en cambio quien sabe que puede equivocarse se vuelve prudente pues procura distinguir entre lo que sabe, lo que cree saber y muy especialmente de lo que ignora. Esto que acabas de leer conviene meditarlo mucho para descubrir en cuales charcos solemos chapotear.
Ir distinguiendo estas fronteras son fundamentales para ganar claridad de ideas, pues seguido cruzamos los charcos sin advertirlo salpicando a otros, enlodándonos. Dicen los italianos “qui si imbroda si inloda”, el que se alaba se enloda. La soberbia es una manifestación de la autopercepción exagerada que desea y justifica todo.
Malabarismos con la realidad
Observa cuantas cosas dices muy seguro cuando no son así realmente. Nos movemos por conceptos e ideas que no siempre reflejan la realidad haciendo malabares con ellas como bolas en el aire. Esas ideas que vemos en la cabeza no siempre reflejan la realidad, es decir: algunas lo son, otras son erróneas y otras lo son parcialmente. Este es el terreno de batalla donde debemos estar atentos para ganar la batalla de la objetividad cada día.
Distingamos pues entre opinar y conocer realmente de lo que hablamos. Estar hablando y juzgando a los demás proyecta la evidencia de nuestra insuficiencia. Mejor hablemos de temas interesantes y menos de los defectos de otros. “La gente juzga, decía Jung, porque le cuesta trabajo pensar”.
Da mucha pena que alguien que use su poder y a los medios para “quemar” a quienes piensan distinto o le publican sus verdades. Les preguntaba un dueño a los asistentes en la junta “¿Qué es la verdad?”… todos callados, él respondió “lo que nunca me van a decir aquí.” Pero es peor repetir mentiras públicamente sin inmutarse, muestra una violencia interna a la verdad.
La verdad nos salva
Así como el girasol gira en torno al sol, el intelecto busca la verdad cuando deja de girar en torno de sí mismo. Así pues siempre encontraremos las razones para justificarnos porque lo que está en juego es el Ego, no la verdad. El problema es qué preferimos.
Una persona centrada en sí misma tiene una mente centrada en sí misma, desordena el intelecto y por ende la voluntad. Cuando la voluntad se envicia arrastra consigo al intelecto, entonces empezamos a mentirnos para sentirnos bien y justificarnos.
Así el matón se “convence” que es su trabajo, el ladrón, el adúltero, todos nosotros pecadores torcemos la realidad en las cosas que sabemos están mal para persistir en ellas violentando la razón y debilitando la voluntad, por eso cuesta trabajo salir.
¿Y qué vigoriza la voluntad?
Cuando el intelecto le muestra a la voluntad realidades tan contundentes que no le permiten seguir engañándose, quien se engaña es el intelecto, la voluntad se tuerce o se endereza gracias a la luz de la verdad. Es decir las mentiras nos enganchan, la verdad nos salva.
Cada uno tiene la dosis suficiente de valentía para dejar de engañarse, para reconocer su porfiado error, esos son los momentos gloriosos donde damos esos saltos de grandeza.
Somos más felices y plenos cuando vencemos las grandes dificultades personales no cuando conseguimos los bienes materiales ni nuestras metas.