BITÁCORA INQUIETA
Jesús Octavio Milán Gil 
Cuando el aguinaldo tiembla, la Navidad deja de ser promesa y se vuelve examen moral.
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La Navidad de 2025 llega sin fanfarrias. No irrumpe con villancicos sino con silencios contables; no huele a pino, sino a recibos. En miles de hogares el calendario marca diciembre, pero la mesa aún no sabe si habrá pan suficiente, si el regalo será gesto o deuda, si la celebración alcanzará para todos.
El aguinaldo, ese ritual laico que prometía alivio, hoy se anuncia incierto. Para muchos no llega; para otros llega tarde, fragmentado, erosionado por la inflación, la precariedad o la informalidad. Y cuando el aguinaldo duda, la Navidad se encoge: se vuelve cálculo, se vuelve espera, se vuelve resignación.
No es sólo una cifra. Es el símbolo de una relación rota entre trabajo y dignidad. El aguinaldo era el “sí” del sistema al esfuerzo del año; hoy es un “tal vez”. Y el “tal vez” desgasta. Se nota en los mercados, en los sobres vacíos, en las conversaciones bajas. Se nota, sobre todo, en la mirada de quienes sostienen la casa con jornadas largas y retornos cortos.
Esta Navidad no cancela la fe, pero la pone a prueba. La fe en el empleo estable. La fe en que producir alcanza. La fe en que cumplir tiene recompensa. El aguinaldo incierto desnuda una verdad incómoda: trabajamos más y recibimos menos certidumbre. Y aun así, seguimos.
Porque incluso en la fragilidad, hay resistencia. Hay mesas modestas que se arman con ingenio. Hay regalos que son tiempo. Hay abrazos que pagan intereses imposibles. Hay una ética silenciosa que se rehúsa a quebrarse, aunque el sistema flaquee.
Este preludio no pide lástima; exige claridad. Que la Navidad no sea anestesia, sino espejo. Que el aguinaldo no sea excepción, sino derecho cumplido. Que el fin de año no se sostenga en milagros domésticos mientras lo estructural permanece intacto.
Navidad 2025 llega así: con una vela encendida en medio del cálculo. Con una esperanza que no ignora la aritmética, pero tampoco se rinde a ella. Si el aguinaldo es incierto, que al menos sea cierta la dignidad. Y que el próximo año empiece por saldar esa deuda.
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En Sinaloa, la Navidad de 2025 no sólo llega con el aguinaldo en duda: llega atravesada por el campo en pausa, el comercio en vilo, la violencia que no concede treguas y un mercado laboral fracturado entre la formalidad que se achica y la informalidad que se normaliza. Aquí, la incertidumbre no es abstracta: se siembra, se cosecha —o no—, se vende fiado y se paga con tiempo.
El aguinaldo incierto en Sinaloa tiene rostro rural. En el surco, la sequía y la volatilidad de precios han comprimido ingresos; en el empaque, los contratos temporales adelgazan derechos; en la agroindustria, la cadena paga tarde y paga menos. El trabajador agrícola sabe que diciembre ya no garantiza alivio: a veces llega un sobre sin fecha, a veces no llega nada. Y aun así, la faena continúa, porque el hambre no espera calendarios.
Tiene también rostro urbano. En Culiacán, Mazatlán, Los Mochis, el comercio se mueve con cautela: ventas contenidas, inventarios mínimos, promociones que no compensan. Los pequeños negocios —tiendas, fondas, talleres— hacen malabares para cubrir nómina, servicios y renta. El aguinaldo, cuando existe, se prorratea en deudas viejas: luz, agua, escuela, transporte. El regalo se posterga; la dignidad, no.
Y está el rostro invisible: el de quienes viven de la economía informal, sin aguinaldo por definición. Repartidores, vendedores ambulantes, jornaleros eventuales, trabajadoras del cuidado. Para ellos, Navidad es pico de trabajo, no pago extra. Es cansancio multiplicado. Es sobrevivir sin red.
En Sinaloa, además, la Navidad convive con el ruido del miedo. La violencia desordena horarios, reduce clientela, encarece seguros, corta rutas. Cuando la noche no es segura, la fiesta se adelgaza. Cuando la incertidumbre manda, el consumo se retrae. Y el aguinaldo —si llega— se guarda, no se gasta.
Este diciembre revela una fractura estructural: producimos alimentos para el país, pero no garantizamos bienestar a quienes los producen. Exportamos, pero precarizamos. Celebramos cifras, pero omitimos salarios. El aguinaldo incierto es la punta del iceberg de un modelo que exige resiliencia al trabajador y paciencia al hogar, mientras posterga soluciones de fondo.
Sin embargo, Sinaloa también resiste. Resiste con comunidad. Con cooperativas que comparten costos. Con familias extensas que redistribuyen. Con barrios que cuidan a los suyos. Hay una pedagogía del apoyo mutuo que no aparece en estadísticas, pero sostiene diciembre. La mesa se arma entre varios; el plato se multiplica; el abrazo suple el gasto.
Este preludio navideño exige decisiones. No discursos. Decisiones que dignifiquen el trabajo agrícola con contratos estables y pagos oportunos. Que protejan al pequeño comercio con crédito accesible y seguridad real. Que formalicen sin castigar. Que entiendan que el aguinaldo no es lujo: es estabilidad social. Que en Sinaloa, la paz también se construye pagando a tiempo.
Navidad 2025, en Sinaloa, no pide milagros. Pide certezas mínimas. Pide que el esfuerzo anual tenga correspondencia. Pide que el campo vuelva a prometer. Pide que la ciudad vuelva a confiar. Si el aguinaldo es incierto, que al menos sea claro el rumbo. Porque aquí, cuando el trabajo se honra, la Navidad alcanza. Y cuando no, ni la fe basta.
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En Sinaloa, la incertidumbre del aguinaldo adquiere un peso simbólico mayor cuando alcanza a la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS). No se trata sólo de un pago: se trata de la institución que forma conciencias, de la casa donde se enseña a pensar el país y a servirlo. Cuando el aguinaldo de la UAS entra en zona de duda, tiembla algo más que la nómina: tiembla la confianza pública.
Docentes, trabajadores administrativos y personal de apoyo llegan a diciembre con la pregunta que no debería existir en una universidad pública: ¿habrá aguinaldo?, ¿cuándo?, ¿completo? La pedagogía del aula choca con la pedagogía de la incertidumbre. Se enseña estabilidad intelectual mientras se vive precariedad material. Se evalúa con rigor académico, pero se cobra con paciencia forzada.
La UAS no es una empresa estacional; es columna vertebral del desarrollo estatal. Su gente sostiene investigación, docencia, cultura y extensión social. Cuando el aguinaldo se vuelve incierto, la universidad pierde capacidad de futuro: se frena la planeación personal, se posterga el consumo local, se erosiona el ánimo. Y Sinaloa lo resiente.
El problema no es nuevo, pero se agrava cuando la disputa política, los señalamientos administrativos y la burocracia presupuestal se traducen en retrasos para quienes sí cumplen. El costo de la confrontación no lo paga el discurso: lo paga el trabajador universitario. Y ese costo se cobra en diciembre.
Hay una paradoja dolorosa: la universidad que forma profesionistas para la estabilidad vive, año tras año, inestabilidad financiera. La institución que predica derechos laborales ve cómo uno de los más básicos —el aguinaldo— entra en negociación. La universidad que es orgullo regional enfrenta un diciembre sin garantías claras para su propia comunidad.
Este escenario no sólo afecta bolsillos; afecta vocaciones. Desalienta a jóvenes académicos, empuja talento a migrar, normaliza la precariedad como parte del servicio público. Y eso es un lujo que Sinaloa no puede permitirse.
La Navidad universitaria de 2025 se vive entre exámenes finales y cuentas finales. Entre la esperanza de una transferencia y la resignación de un retraso. Entre el amor por la institución y el cansancio acumulado. Y aun así, las clases se dan, los laboratorios funcionan, los servicios continúan. La universidad cumple incluso cuando el sistema no cumple con ella.
Este apartado exige una definición urgente: el aguinaldo de la UAS no puede ser rehén ni moneda de presión. Debe ser prioridad presupuestal, claridad administrativa y compromiso político explícito. Porque cuando una universidad pública duda de su diciembre, todo el estado duda de su futuro.
Que esta Navidad 2025 deje una lección: la educación no se sostiene con aplausos ni con discursos, se sostiene con certeza laboral. Y el aguinaldo, en la UAS, no es concesión: es reconocimiento.
El saber no descansa, la lectura provoca y el pensamiento sigue. Nos vemos en la siguiente columna.

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