Por: Nuria González Elizalde, comprometida con los derechos humanos. Hoy, desde la dirección de Mexicanos Primero Sinaloa, apostando por la educación como camino de transformación.

X/Twitter: @Mexicanos1oSin @GlezNu

Hace unos días me detuve a leer un artículo basado en estudios de neurociencia que me hizo reflexionar profundamente. En él se cita a un profesor de la Universidad Autónoma de Madrid que sostiene —a partir de investigaciones científicas— que la cualidad más útil para sobrevivir en un entorno hostil no es la fuerza ni la inteligencia como competencia feroz, sino la amabilidad.

Esa afirmación me resonó. Y aunque no soy especialista en neurociencia, sí he dedicado buena parte de mi trabajo a pensar desde los derechos humanos. Por eso quise engranar esa idea con el derecho a la educación, con el deseo de que esta reflexión también despierte algo en quien me lea.

En un estado como Sinaloa, marcado por la violencia sostenida desde septiembre de 2024, hablar de amabilidad puede parecer ingenuo. Pero es todo lo contrario: es una necesidad urgente, profundamente humana y educativa. Porque si algo necesitamos hoy es reconstruir vínculos, cuidar la vida en común, sostener la esperanza. Y para eso, la amabilidad no es debilidad: es fuerza transformadora.

Desde la visión de Mexicanos Primero, el derecho a la educación se expresa en tres dimensiones concretas: estar, aprender y participar en la escuela. A partir de este marco, estoy convencida de que la amabilidad, comprendida como una habilidad socioemocional que promueve vínculos de respeto y pertenencia, puede y debe ser reconocida como un recurso pedagógico clave para hacer efectivo el derecho a la educación en sus tres dimensiones.

Estar: la amabilidad como garantía de acogida

La primera dimensión del derecho a la educación es estar: asistir a la escuela, pero también hacerlo en condiciones de seguridad, dignidad, pertenencia y sin discriminación. No se trata solo de ocupar un pupitre, sino de sentirse bienvenido y valorado. En Sinaloa, muchas niñas, niños y adolescentes han sido desplazados, silenciados o alejados del aula por el miedo generado por situaciones de violencia, que vulnera su derecho a estar en la escuela de manera plena y segura. Un docente que saluda con ternura, un compañero que integra a otros sin distinción, un directoro directora que escucha son expresiones de amabilidad que sostienen la permanencia y reafirman el derecho a estar. Pero también lo son las actitudes cotidianas de madres, padres, cuidadores y de las propias niñas y niños, quienes desde su lugar pueden practicar y exigir una cultura de respeto y cuidado compartido.

Aprender: la amabilidad como condición pedagógica

No se aprende con miedo. La neurociencia es clara: el cerebro necesita sentirse a salvo para concentrarse, comprender, crear. El estrés crónico, la tensión o la hostilidad bloquean los procesos cognitivos y afectan el desarrollo integral de niñas, niños y adolescentes.

El miedo en el aula no solo desalienta, sino que cancela el aprendizaje. Por eso, la amabilidad no es solo una actitud deseable, sino una herramienta pedagógica fundamental. Frente al miedo que inhibe y paraliza, la amabilidad genera seguridad emocional, reduce la ansiedad, favorece la apertura y permite que emerjan la curiosidad y la confianza, condiciones indispensables para aprender.

En contextos como el nuestro, donde muchas niñas y niños viven bajo tensión constante, la amabilidad en el aula no es un lujo emocional, sino una estrategia esencial para el aprendizaje. Una cultura escolar que cuida, escucha y respeta enseña mejor. Amabilidad y aprendizaje no se excluyen, se potencian. Y ese entorno se construye con corresponsabilidad: docentes, familias y estudiantes forman parte del mismo tejido. Aprender implica adquirir conocimientos, habilidades y actitudes relevantes, y no basta con asistir a clases si no se aprende realmente.

Participar: la amabilidad como base de la democracia

La tercera dimensión del derecho a la educación es participar: tener voz, ser escuchados, opinar, proponer y también influir en las decisiones escolares. Participar no es solo estar presente, es formar parte activa y visible de la vida escolar. Y eso solo ocurre si hay un ambiente de empatía, de escucha activa, de respeto.

La amabilidad no elimina el conflicto: permite procesarlo sin violencia. Y en tiempos donde tantas infancias y juventudes son ignoradas, educar en la participación desde la amabilidad es formar ciudadanía desde la infancia. Las y los estudiantes no son espectadores pasivos: son protagonistas, y también pueden ejercer la amabilidad como una forma de participación democrática. Participar es un derecho que se aprende ejerciéndolo día a día.

En un estado herido como el nuestro, donde el miedo se normaliza y el lazo social se erosiona, la amabilidad puede parecer poca cosa. Pero es, quizás, lo más radical que podemos enseñar y practicar.

Porque donde florece la amabilidad, también se protege el derecho a estar, aprender y participar en la escuela. Y en un estado como Sinaloa, herido pero vivo, eso no es un ideal, es una urgencia y una apuesta por el futuro.

Hoy, al despedir este ciclo escolar, me detengo a pensar en lo que vendrá. Un nuevo periodo se asoma como oportunidad para reconstruir, fortalecer y sembrar mejores condiciones para ejercer el derecho a la educación. En ese camino, cultivar la amabilidad puede ser una de las claves para hacerlo de forma más humana y justa.

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