¿circunstancia, necesidad o compromiso?
En la raya
La doctrina Monroe
por: José luís López duarte
El pasado 7 de diciembre, los mandatarios de México, Estados Unidos y Canadá se reunieron para dar a conocer el calendario definitivo del Mundial de Fútbol FIFA 2026. Este evento no solo marcó el inicio de una celebración deportiva sin precedentes, sino que también sirvió como telón de fondo para discutir asuntos políticos y comerciales cruciales que definirán el futuro de la región. En este contexto, es imperativo analizar el acuerdo político que se ha delineado, diseñado principalmente por el gobierno de Estados Unidos, y sus repercusiones para México.
El nuevo acuerdo establece un bloque comercial unificado que será efectivo hasta noviembre de 2026, durante un periodo de 15 años. Desde el seno de esta negociación, se deduce que cualquier acuerdo comercial que involucre a México y Canadá requerirá la aprobación de Estados Unidos. Esta dinámica resulta problemática, sobre todo cuando consideramos las decisiones que han surgido a raíz de este acuerdo, como la reciente determinación del Senado mexicano de aplicar un arancel del 50% a todos los productos importados de China. Tal medida ha llevado a las empresas chinas instaladas en México a liquidar activos y cerrar operaciones, lo que representa un impacto significativo en el empleo y la economía local.
Es esencial contemplar las raíces históricas de diversas ideologías y políticas que han alimentado el debate actual. Desde 1823, la doctrina Monroe ha sido un faro para la política exterior estadounidense en América Latina, enfatizando la idea de “América para los americanos”, en una clara postura contra la influencia europea. Este concepto ha sido recibido en México con sentimientos de resistencia y repudio, dado el legado histórico de despojo y explotación que ha sufrido el país a manos de sus potencias vecinas. La tradición antiyanqui en México no es solo una reacción emocional; es un reflejo de más de dos siglos de historia de injerencia, intervenciones y despojos económicos.
La llegada de la Guerra Fría y la posterior caída del Muro de Berlín llevaron a una transformación en la estructura global de poder. Mientras que el mundo se movía hacia un sistema multipolar, México permaneció atrapado en vínculos unipolares con Estados Unidos, particularmente tras su integración al Tratado de Libre Comercio (TLC). Esta integración, aunque prometedora, ha generado cuestionamientos sobre la soberanía económica de México y su capacidad para negociar acuerdos que beneficien realmente a sus ciudadanos.
La situación actual del T-MEC nos invita a considerar si realmente seguimos siendo un país que puede establecer sus propios acuerdos o si somos meros satélites de una política estadounidense que prioriza sus intereses por encima de los nuestros. A medida que se aproxima el año crítico en que se evaluará la continuidad del T-MEC, es pertinente abrir un debate nacional profundo que incluya a todos los sectores: industriales, comerciantes, productores agropecuarios, organizaciones ambientalistas y especialistas laborales.
Este diálogo debe ser inclusivo, reflejando todas las perspectivas y necesidades económicas. El debate de 1993 sobre el TLC fue un referente clave, pues permitió a diferentes actores económicos expresar sus preocupaciones y aspiraciones. Este mismo espíritu colaborativo es necesario ahora, ya que debemos decidir si continuaremos bajo el marco del T-MEC y, de ser así, en qué términos y condiciones.
Además, la creciente complejidad del panorama económico internacional exige que México no se limite a una simple conformidad con el T-MEC. Si decidimos seguir adelante, debemos renegociar desde una posición de fuerza y claridad, estableciendo condiciones que protejan nuestra economía y promuevan el desarrollo sostenible. Elementos como la protección de la industria nacional, la defensa de los derechos laborales y la consideración de las implicaciones medioambientales no pueden quedar en el tintero.
El desafío entonces es doble: cómo establecer un acuerdo que integre nuestras necesidades únicas mientras navegamos las exigencias impuestas por Estados Unidos. Este es un momento decisivo en el que México debe tomar una posición firme y autónoma, siendo consciente de que sus decisiones no solo resuenan en la escena local, sino que también reverberan a nivel internacional.
En conclusión, la reunión del 7 de diciembre ha puesto de manifiesto la necesidad urgente de repensar nuestra relación comercial con Estados Unidos y Canadá. No podemos permitir que el miedo a perder oportunidades nos mantenga cautivos en un marco que no favorece el bienestar de nuestro pueblo. Es hora de que el Senado y todos los sectores involucrados asuman la responsabilidad de este debate, porque el futuro de México, en gran medida, depende de las decisiones que tomemos hoy. La historia nos ha enseñado que permanecer pasivos ante la presión externa solo perpetúa un ciclo de dependencia y despojo. Es el momento de actuar, con visión, determinación y un compromiso claro hacia el desarrollo equitativo y sostenible de México.

