En la raya. 
si nos dejamos si
Por: Jose Luis Lopez Duarte
La doctrina Monroe, proclamada en 1823, ha sido históricamente interpretada como una justificación para la intervención estadounidense en los asuntos de América Latina bajo la premisa de “América para los americanos”. Esta frase, que inicialmente buscó proteger a las naciones independientes de las influencias europeas, ha derivado en una narrativa de dominación por parte de Estados Unidos, especialmente en el caso de México. Desde la pérdida de más de la mitad de su territorio durante la guerra de 1846-1848, el sentimiento antiyanqui se ha arraigado profundamente en el pueblo mexicano, marcando las relaciones bilaterales con desconfianza e inquietud.
A pesar de esta historia compleja y conflictiva, la realidad contemporánea pinta un panorama diferente. México se ha convertido en el principal socio comercial de Estados Unidos, y ambos países mantienen un interdependencia económica notable. Como lo indica la balanza comercial entre las dos naciones que casi suma 900 mil millones de dolares. Este entramado económico ha generado una necesidad mutua de cooperación que parece contradecir la lógica de confrontación que ha predominado en el pasado.
El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) representa un intento de consolidar esta relación, aunque no exento de tensiones. El enfoque de la administración de Donald Trump sobre los aranceles y los requisitos de aprobación para los intercambios comerciales entre México, Canadá y terceros países indica que Estados Unidos, bajo su presidencia, buscaba consolidar su dominio regional. La reciente imposición de aranceles al comercio chino ha llevado a México a un punto de inflexión donde debe reconsiderar su política económica.
La presión sobre México ha llevado a un debate interno sobre la viabilidad de una política industrial que promueva la sustitución de importaciones. Esta estrategia no solo responde a las exigencias impuestas por Estados Unidos, sino también a la necesidad de diversificar sus fuentes de abastecimiento, sobre todo considerando la magnitud de las importaciones que realiza desde China. Aquí entra en juego la voluntad de México de establecer alianzas estratégicas con otros países de América Latina. Un enfoque multinacional que busque desplazar a China de su posición dominante en el mercado estadounidense podría ser fundamental para la economía mexicana y su integración en el norte del continente.
Sin embargo, la realidad política y económica es que la integración de América del Norte enfrenta múltiples desafíos. Aunque la historia y la geografía parecen favorecer una colaboración más estrecha, factores como el nacionalismo ascendente en Estados Unidos y las diferencias culturales y políticas siguen obstaculizando un entendimiento más profundo. Este contexto sugiere que la opción de una alianza económica y política al estilo de la Unión Europea, aunque deseable, enfrenta dificultades considerables en su implementación.
Es crucial observar que esta discusión no debe limitarse a un simple proceso de integración económica con Estados Unidos y Canadá. La historia de la política exterior estadounidense, marcada por un claro objetivo de expandir su influencia, nos alerta sobre la posibilidad de que cualquier acuerdo se convierta en una forma más sutil de dominación. México debe ser consciente de que, si bien la necesidad de colaborar es evidente, la soberanía nacional no puede ser sacrificada en el altar de la conveniencia económica.
Por otro lado, la incapacidad de México para plantear un proyecto de integración real y práctico podría conducir a un escenario donde las decisiones sean dictadas por la fuerza económica de Estados Unidos. Esa dinámica subraya una verdad incómoda: las acciones unilaterales de Estados Unidos pueden moldear la política y economía de México si la nación no actúa de manera proactiva y estratégica.
Lo que está en juego es mucho más que una relación comercial; se trata de la construcción de una comunidad económica y política multinacional que requiere tiempo, esfuerzo y, sobre todo, una visión compartida. A medida que avanzamos, es fundamental que México priorice una relación constructiva y equilibrada con Estados Unidos, despojándose de prejuicios históricos y adoptando un futuro donde la integración no represente una pérdida de soberanía, sino una oportunidad de crecimiento conjunto.
Finalmente, la ruta hacia una integración plausible de América del Norte no se construirá de la noche a la mañana. La experiencia relacionada con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte nos enseña que las condiciones para una colaboración efectiva existen, pero requieren un compromiso genuino y estratégico por parte de todos los involucrados. La evolución de la relación México-Estados Unidos se perfila como un microcosmos de las dinámicas globales actuales, y el desafío radica en navegar estas aguas con una postura crítica y analítica que contemple tanto las lecciones del pasado como las oportunidades del futuro.

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