Jesus Octavio Milán Gil 
Un país que deja morir su campo no solo pierde cosechas: pierde su libertad.
I. Una nación que depende de otros para comer
México atraviesa una crisis agrícola silenciosa pero profunda. En los mercados abunda la comida, pero cada vez menos proviene de nuestras tierras. En los últimos años, el país importa más del 40 % de los granos que consume, según la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) y la FAO. Es decir, de cada diez tortillas, cuatro dependen de decisiones tomadas en otro país.
La paradoja es dolorosa: en la tierra del maíz, el campesino siembra con miedo, el suelo se reseca y las comunidades rurales sobreviven al margen del progreso. No es una crisis repentina, sino el resultado de décadas de abandono institucional, desigualdad estructural y un cambio climático que no perdona.
II. Sequía: una herida que aún no cierra
Durante tres años consecutivos, México padeció una de las sequías más severas de su historia reciente. En abril de 2025, el 45.8 % del territorio nacional presentaba algún grado de sequía, según la CONAGUA. El norte y el centro fueron los más castigados, y Sinaloa —considerado el “granero de México”— enfrentó reducciones drásticas en la superficie cultivable.
En 2023, la superficie agrícola sembrada en ese estado cayó 26.5 %, y la producción de maíz blanco —base de la dieta nacional— se desplomó casi 50 %, de acuerdo con la organización ambiental Conselva y la revista Espejo. La presa Luis Donaldo Colosio llegó a operar al 15.7 % de su capacidad en 2024, y las familias campesinas recibían agua en pipas para sobrevivir.
Solo hasta octubre de 2025, tras el paso del huracán Priscilla y un canal de baja presión, la prensa local celebró que Sinaloa salía técnicamente de la sequía. Pero los productores lo saben: el suelo tardará años en recuperarse. El alivio meteorológico no borra la erosión de los mantos acuíferos ni el agotamiento de los agricultores.
III. Un modelo agotado: crecer a costa del campo
La Secretaría de Agricultura informó que en 2023 México produjo 271.8 millones de toneladas agropecuarias y pesqueras, un aumento de 4.7 % respecto a 2018. Sin embargo, el cierre de 2024 reveló otra cara: la producción total cayó 2.1 % (alrededor de seis millones de toneladas menos), afectada por sequías, costos energéticos y pérdida de superficie productiva.
El discurso oficial presume dinamismo, pero las estadísticas del INEGI muestran una realidad fragmentada: mientras los agronegocios exportadores crecen, los pequeños productores apenas sobreviven. Los programas Producción para el Bienestar y Fertilizantes para el Bienestar han sido un alivio, pero no sustituyen infraestructura hídrica, crédito agrícola ni acceso a tecnología sostenible.
El país produce cifras, no soberanía. La autosuficiencia alimentaria sigue siendo más eslogan que realidad.
IV. Las semillas del olvido
La crisis hídrica agrava otra pérdida menos visible: la desaparición de las semillas nativas. En México existen más de 60 razas de maíz, pero más del 35 % están amenazadas, según el Colegio de Postgraduados y la FAO. La introducción de híbridos comerciales, junto con la migración campesina, está reduciendo la diversidad genética que por siglos sostuvo la seguridad alimentaria del país.
Cada semilla criolla que desaparece arrastra consigo una técnica, un sabor y una cosmovisión. Donde antes se cultivaban milpas mixtas —maíz, frijol, calabaza— hoy solo quedan surcos uniformes, dependientes de agroquímicos y fertilizantes importados. El modelo agroindustrial prometió eficiencia, pero entregó vulnerabilidad.
V. Desigualdad rural y éxodo campesino
El campo no solo enfrenta sequía de agua, sino de justicia. De acuerdo con el INEGI y el CONEVAL, seis de cada diez habitantes rurales viven en pobreza, y tres de cada diez en pobreza extrema. Sin acceso a crédito, asistencia técnica ni mercados locales justos, miles de campesinos migran cada año.
El éxodo rural vacía comunidades, debilita la producción interna y acelera la concentración de tierras. En contraste, los agronegocios con riego y capital concentran la exportación de frutas, hortalizas y cerveza. La desigualdad se mide en hectáreas y en esperanzas. Mientras algunos exportan a precios internacionales, otros apenas si comen lo que siembran.
VI. Dependencia alimentaria: la nueva servidumbre
La FAO advierte que ningún país es soberano si depende del exterior para alimentarse. México importa maíz de Estados Unidos, arroz de Asia y trigo de Canadá. Esta dependencia lo hace vulnerable ante guerras, bloqueos, precios internacionales y crisis logísticas.
Cuando los puertos se detienen o los dólares escasean, la soberanía alimentaria se convierte en un recuerdo. Comer productos ultraprocesados importados sustituye al nixtamal, al frijol criollo, al chile seco de los pueblos. Y con cada sustitución, se erosiona un pedazo de identidad nacional.
VII. Hacia un nuevo pacto agroecológico
El futuro del campo no se resolverá con subsidios temporales. Se necesita un pacto agroecológico nacional que vincule ciencia, comunidades y Estado. Las universidades rurales —Chapingo, la UAAAN, la UNAM, la UAS— deben tener un papel central en la transferencia tecnológica y la adaptación al cambio climático.
La estrategia debe incluir:
– Captación de agua de lluvia y modernización de riego.
– Incentivos a la diversificación de cultivos y al uso de semillas nativas.
– Bancos comunitarios de semillas y suelos vivos.
– Programas de compra pública local para escuelas, hospitales y comedores.
– Educación rural para jóvenes, que detenga la migración forzada.
No se trata solo de producir más, sino de producir mejor y con justicia. La soberanía alimentaria es un derecho, no un privilegio.
VIII. Conclusión
México tiene la oportunidad de rehacer su vínculo con la tierra. Las lluvias de 2025 dieron un respiro, pero el campo sigue exhausto. La sequía fue un espejo: nos mostró que no hay desarrollo posible si se marchita la raíz.
Los datos oficiales confirman la fragilidad del sistema agrícola, pero también la posibilidad de reconstruirlo. Con voluntad política, ciencia aplicada y respeto por el saber campesino, aún es posible sembrar futuro.
La tierra no pide caridad, sino compromiso. Si el país no defiende su campo hoy, mañana no tendrá ni pan ni patria.
El saber no descansa, la lectura provoca y el pensamiento sigue. Nos vemos en la siguiente columna.
.

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *