El Cártel de Sinaloa en crisis: capturas, traiciones y la historia de una guerra que redefine su futuro
La extradición de Ismael “El Mayo” Zambada reconfiguró el equilibrio de poder dentro del cártel sinaloense, intensificando la guerra interna entre Los Mayos y Los Chapitos.
“La inesperada captura de El Mayo, que no había pisado la cárcel en cinco décadas de carrera criminal, fue celebrada por Estados Unidos como “un golpe al corazón” del Cártel de Sinaloa y provocó un terremoto mediático y político en México”, publicó el diario El País.
Esta confrontación interna, agravada por la reciente caída de miembros clave cercanos a Los Chapitos, detonó un conflicto violento que está transformando la estructura operativa y el rumbo de una organización nacida de alianzas entre veteranos del narcotráfico en México.

Pedro Avilés Pérez fue uno de los pioneros en el trasiego internacional de drogas en México. (X/@HistoriaNarco)
De Pedro Avilés Pérez a la consolidación de un imperio
El Cártel de Sinaloa, también conocido como el Cártel del Pacífico, tiene sus raíces en la década de 1960, cuando Pedro Avilés Pérez, apodado “El León de la Sierra”, lideraba un grupo de campesinos dedicados a la extracción de goma de amapola en Sinaloa.
La caída de “El León de la Sierra” y la implementación de la Operación Cóndor en los años 70 provocaron un traslado de narcotraficantes de Sinaloa hacia Jalisco, donde figuras como Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo consolidaron el Cártel de Guadalajara.
Sin embargo, el asesinato del agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena en 1985 marcó el inicio del declive de esta organización, que terminó fragmentándose en tres grandes facciones, el Cártel de Tijuana, el Cártel de Juárez y el renacido Cártel del Pacífico, que más tarde sería conocido como el Cártel de Sinaloa.
El ascenso de “El Chapo” y “El Mayo” Zambada al liderazgo del cártel
Tras la desintegración del Cártel de Guadalajara en 1989, el Cártel de Sinaloa quedó bajo el liderazgo de “El Chapo” Guzmán, “El Güero” Palma y “El Mayo” Zambada. Según BBC News, las detenciones de Guzmán Loera en 1993 y de Palma en 1995 permitieron que Zambada asumiera un papel más prominente dentro de la organización durante la década de los noventa.
Zambada y Guzmán fueron socios clave en la fundación y expansión del Cártel de Sinaloa, estableciendo una alianza que les permitió controlar vastas operaciones de narcotráfico y otros negocios ilícitos, además de desarrollar una red empresarial para el lavado de dinero.
De acuerdo con El País, ambos lideraron el tráfico de cocaína, metanfetaminas, marihuana, heroína y fentanilo principalmente hacia Estados Unidos. Bajo su mando, el cartel operó laboratorios de metanfetaminas en Sinaloa que producían miles de libras mensuales, y establecieron rutas para la compra y contrabando de cocaína desde Colombia y efedrina desde Argentina
Además, el Cártel de Sinaloa se caracterizó por una compleja red de relaciones familiares y alianzas estratégicas. Según BBC News, Joaquín “El Chapo” Guzmán fue pareja de Emma Coronel, sobrina de Ignacio “Nacho” Coronel, otro destacado líder del cártel. Además, una de las hijas de Guzmán contrajo matrimonio con un hijo de Ismael “El Mayo” Zambada, lo que refuerza los lazos entre ambas facciones. Sin embargo, estas conexiones no han sido suficientes para evitar las divisiones internas. La rivalidad entre Los Mayos y Los Chapitos escaló hasta convertirse en una guerra abierta, con consecuencias que aún están por definirse.

Los Mayos vs Los Chapitos
La relación entre Zambada y los hijos de “El Chapo” siempre estuvo marcada por tensiones, a pesar de que el veterano narcotraficante fue fundamental en el desarrollo inicial de Los Chapitos. Estas diferencias se intensificaron tras la captura y extradición de “El Chapo” en 2016, lo que dejó un vacío de poder que desató una lucha interna por el control del cártel.
En 2008, la ruptura con el Cártel de los Beltrán Leyva, antes aliado, añadió una nueva dimensión a los conflictos internos del Cártel de Sinaloa. Desde entonces, la organización ha enfrentado no solo divisiones internas, sino también una guerra constante con el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), que compite por el control de rutas y territorios estratégicos.
La aprehensión de Ismael “El Mayo” Zambada y Joaquín Guzmán López no solo constituye una de las embestidas más contundentes contra la cúpula del Cártel de Sinaloa, sino que también abre una serie de dudas sobre el porvenir de esta estructura criminal.
Pese a capturas recientes como la de José Ángel Canobbio Inzunza, alias “El Güerito”, señalado como encargado de las finanzas del grupo, o Kevin Alonso Gil Acosta, alias “El 200″, escolta principal de Iván Archivaldo Guzmán Salazar, uno de los líderes de Los Chapitos, la organización ha sabido mantenerse operativa y conservar su red internacional de narcotráfico, mostrando una resistencia inusual ante los embates judiciales.
Sin embargo, el recrudecimiento de los enfrentamientos internos, sumado a la constante vigilancia de autoridades mexicanas y estadounidenses, parece marcar un punto de inflexión. La cohesión del grupo, así como su modelo de mando, atraviesan una etapa crítica y sin precedentes.
Según The New York Times, las amenazas lanzadas por el presidente Donald Trump y el endurecimiento de las medidas de seguridad en México han afectado gravemente al Cártel de Sinaloa. En 2025, operadores del grupo reconocen haber tenido que mover sus laboratorios clandestinos a otras regiones o incluso frenar temporalmente la producción.
“No puede estar tranquilo uno, no puede uno ni dormir porque no sabes cuando te van a agarrar”, declaró un alto mando del cártel, quien al igual que otros miembros, ofreció su testimonio bajo anonimato por temor a ser arrestado.
La escalada represiva comenzó tras las advertencias de Trump, quien exigió a México frenar el flujo de fentanilo hacia Estados Unidos, bajo la amenaza de imponer aranceles si no se detenía también el paso de drogas y migrantes. En respuesta, la presidenta Claudia Sheinbaum ordenó el despliegue de 10.000 elementos de la Guardia Nacional en la frontera y reforzó la presencia militar en Sinaloa, estado clave en el tráfico de estupefacientes y escenario de una sangrienta disputa entre facciones rivales.

Entre las consecuencias de esta guerra intestina entre Los Mayos y Los Chapitos se reflejan no solo en el terreno criminal, sino también en la vida cotidiana. La seguridad pública, el entorno político e incluso la economía informal se han visto severamente afectados, con denuncias sobre posibles vínculos entre autoridades locales y el narcotráfico.
“La situación es grave. Solo en Altata hay 45 restaurantes como el de Irma, que ahora no tienen más clientes que los cuervos. Luego están los pescadores, los vendedores ambulantes, toda una economía mediana que da de comer a cientos de familias y que ahora se tambalea entre el miedo y las balas”, escribió El País en su reportaje “La narcoguerra que desangra a Sinaloa”.
El enfrentamiento entre ambas facciones comenzó a inicios de septiembre de 2024, cuando Culiacán vivió una ola de violencia con tiroteos, retenes y bloqueos, en lo que fue la primera gran jornada de combates urbanos, relegando al turismo y la vida pública a un segundo plano.
Tal como lo describe el periodista Pablo Ferri, este conflicto ha desdibujado los límites entre lo tolerable y lo inaceptable. Las estructuras sociales se debilitan, las rutinas desaparecen. “La guerra en Culiacán tiene este tipo de efectos. Las fronteras entre lo aceptable y lo execrable se difuminan. Las jerarquías colapsan, las rutinas se pulverizan. La gente de repente se informa por canales de WhatsApp y consume fotos de muertos como vídeos de TikTok, siempre a la espera de otro, de uno más, del siguiente”, explica Ferri.