El crimen ronda a la Iglesia Católica en Sinaloa: ya ni orar en los tempos se puede
Los posicionamientos de la Conferencia del Episcopado Mexicano y la Diócesis de Culiacán sobre la persistente violencia en Sinaloa, los cuales se emiten después del hallazgo de personas asesinadas en el estacionamiento del templo de La Lomita, refrendan el impacto de la estrategia de la delincuencia organizada para alarmar a la población dejando huellas en sitios emblemáticos sobre la crueldad criminal y el reto sistemático a las autoridades.
La maniobra que socava cualquier ilusión por la paz refuerza la alarma ciudadana por la acción criminal que deriva de la guerra interna en el Cártel de Sinaloa, vigente durante más de siete meses, y se plantea como fuente inagotable de terror que no respeta los recintos que para la comunidad católica son sagrados, invadiendo así la esfera completa de las actividades humanas lícitas y pacíficas.
Lo mismo los criminales filtran información sobre la ubicación de fosas clandestinas en las cuales echan a sus víctimas por decenas, acude al uso de drones con explosivos, se enfrenta a los operativos militares y policiales, patentiza en su modus operandi el delito de desaparición forzada de personas y atiende al pie de la letra su catálogo violento a sabiendas de que la fuerza pública carece de capacidad numérica y logística para la contención.
La narcoguerra ha tocado a la Iglesia Católica con el caso de dos cadáveres abandonados dentro de un vehículo estacionado cerca del templo La Lomita que fueron encontrados allí el 24 de abril mientras se celebrara la misa vespertina, situación que obligó a que la CEM condenara el hecho y la Diócesis de Culiacán elevara la voz “con la autoridad de Dios de la vida para clamar:
¡Basta de muerte! ¡Basta de violencia!”.
En Sinaloa ningún ciudadano, institución o actividad se pueden considerar a salvo de criminales que desafían la capacidad o voluntad del gobierno para aplicar la ley y someterlos a las sanciones que establece la justicia, y también retan la capacidad de asombro de la sociedad que padece los infinitos modos de sometimiento a través del miedo. Si como ciudadanos nomás nos quedaba la alternativa de rezar para que la narcoguerra acabe, ahora el hampa acecha en los templos queriendo acallar la imploración generalizada por la paz.
Con información de Espejo