EL DÍA QUE EQUILIBRE LA BALANZA: DEBERES Y DERECHOS HUMANOS
Jesús Octavio Milán Gil
Los derechos nos igualan; los deberes nos humanizan.
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I. El sentido de la responsabilidad
En tiempos donde todos hablan de derechos, quizá sea hora de hablar también de deberes. Porque la diferencia entre ambos no está en el valor, sino en la dirección de la responsabilidad: los derechos son lo que toda persona puede exigir; los deberes, lo que cada uno debe cumplir para que esos derechos existan y la convivencia sea posible.
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II. Derechos humanos: lo que nos pertenece por ser personas
Los derechos humanos son libertades y condiciones básicas que todo ser humano posee por el simple hecho de existir. No los otorgan los gobiernos; los reconoce la humanidad.
Son universales, inalienables y progresivos, porque trascienden fronteras y épocas. Garantizan que nadie pueda ser privado de su dignidad.
Ejemplos hay muchos:
el derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad; a la educación, al trabajo y a la salud; a la igualdad y a no ser discriminado; a expresar ideas sin miedo.
Su misión es proteger la dignidad individual y construir justicia colectiva.
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III. Deberes humanos: lo que nos corresponde hacer para que los derechos sean reales
Los deberes humanos son el reverso de la moneda. Son las obligaciones morales, sociales y jurídicas que cada persona tiene hacia los demás, hacia la comunidad y hacia el planeta.
De nada sirven los derechos si nadie cumple los deberes que los sostienen.
Respetar los derechos ajenos, cuidar el medio ambiente, cumplir las leyes, participar en la vida democrática, promover la paz y la solidaridad: todos son actos de responsabilidad que hacen posible la convivencia.
Porque los derechos florecen donde hay deberes cumplidos.
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IV. La relación inseparable
Derechos y deberes no se oponen: se necesitan.
No hay derechos sin deberes, porque exigir respeto implica también ofrecerlo.
No hay deberes sin derechos, porque las obligaciones solo tienen sentido en un marco de libertad y justicia.
Ejemplos sencillos lo demuestran:
tengo derecho a expresarme, pero el deber de no mentir ni incitar al odio;
tengo derecho a la educación, pero el deber de aprovecharla y respetar a quien enseña;
tengo derecho a un ambiente sano, pero el deber de no destruir lo que me da vida.
Hablar de derechos sin mencionar deberes es construir solo la mitad del pacto social.
Hablar de deberes sin reconocer derechos es volver al autoritarismo.
El desafío de nuestro tiempo es equilibrar esa balanza: exigir con dignidad, pero también cumplir con conciencia.
Solo así los derechos dejarán de ser discurso y los deberes, carga: ambos serán el reflejo de una humanidad madura.
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EL EQUILIBRIO PERDIDO: DERECHOS SIN DEBERES
I. El espejo de la libertad
Vivimos en una época donde todos exigen derechos, pero pocos recuerdan los deberes que los hacen posibles. Es una paradoja contemporánea: mientras se multiplican las voces que reclaman justicia, disminuyen las manos dispuestas a sostenerla.
Los derechos humanos son la conquista moral más alta de la humanidad, pero su fuerza depende del compromiso que tengamos con ellos.
Sin deberes, los derechos se vuelven consigna; sin derechos, los deberes se transforman en obediencia ciega.
El filósofo francés Emmanuel Mounier decía que “el hombre libre es aquel que asume su responsabilidad”. En esa frase se resume la esencia de la convivencia humana. Tener derechos es reconocer nuestra dignidad; cumplir deberes es cuidar la dignidad del otro.
Pero en el México actual la balanza parece inclinada: el lenguaje público está lleno de exigencias, pero vacío de compromisos.
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II. Lo que se exige y lo que se evade
En el discurso cotidiano todos sabemos reclamar lo que nos corresponde: educación, salud, justicia, seguridad. Y con razón.
Pero ¿cuántos cumplimos con el deber de respetar la ley, pagar impuestos, cuidar los bienes comunes o simplemente ejercer la tolerancia?
Las estadísticas del INEGI son elocuentes: el 62 % de los mexicanos justifica, en algún grado, “saltarse las reglas” si el beneficio es personal o familiar. Esa cultura del atajo erosiona los cimientos de la vida democrática, porque convierte los derechos en privilegios temporales.
No se trata de negar el derecho a protestar o exigir —eso es parte de la libertad—, sino de entender que el derecho se sostiene sobre un tejido invisible de responsabilidades compartidas.
No basta con pedir justicia si no practicamos la honradez; no basta con pedir libertad si no asumimos la verdad; no basta con exigir respeto si no respetamos.
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III. La herencia de las declaraciones
Desde 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamó un ideal de dignidad, igualdad y fraternidad. Pero pocos recuerdan que también existen la Declaración Americana de los Deberes y Derechos del Hombre (Bogotá, 1948) y la Carta Africana de los Derechos y Deberes de los Pueblos (1981).
Ambas reconocen una verdad olvidada: los derechos no florecen si la sociedad no cultiva el sentido del deber.
En América Latina esa deuda es histórica. Hemos tenido constituciones generosas en derechos, pero débiles en cultura cívica. Hemos confundido la libertad con el permiso y la justicia con la revancha.
El resultado es un país donde los derechos humanos se invocan en los discursos, pero se violan en las calles; donde el deber de cuidar la vida se pierde entre la violencia, la corrupción y la indiferencia.
No hay derecho que resista un país sin deberes compartidos.
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IV. La otra cara de los derechos: la Carta de los Deberes Humanos
Inspirada en el pensamiento del Nobel portugués José Saramago, la Fundación José Saramago y la UNAM impulsaron entre 2017 y 2018 la elaboración de la Carta o Declaración Universal de los Deberes Humanos, un documento ético y político que busca equilibrar la balanza entre los derechos que se reclaman y los deberes que se cumplen.
El punto de partida fue una reflexión recurrente del autor de Ensayo sobre la ceguera: Todo el mundo habla de derechos humanos, pero nadie de deberes humanos.
Desde esa premisa, académicos, juristas, filósofos y activistas de distintos países debatieron la necesidad de asumir la corresponsabilidad individual y colectiva frente a los grandes desafíos del siglo XXI: la crisis climática, la desigualdad, la violencia y el deterioro de la convivencia democrática.
La Carta de los Deberes Humanos no busca sustituir la Declaración Universal de 1948, sino recordarnos que la dignidad solo se sostiene cuando los derechos se ejercen con conciencia de los deberes.
Entre sus principios centrales están el deber de respetar la vida y la naturaleza, de promover la justicia social, de proteger el patrimonio cultural, de cooperar solidariamente y de defender la verdad.
Más que un texto jurídico, es una declaración ética global que apela a la responsabilidad de ciudadanos, gobiernos e instituciones.
En palabras de sus impulsores: “Los derechos no sobreviven sin deberes cumplidos.”
En tiempos de crisis civilizatoria, esta iniciativa reabre un debate necesario: el de una humanidad que no solo exija justicia, sino que también la practique.
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V. De la protesta al compromiso
Defender los derechos humanos no es solo tarea de abogados o activistas: es un ejercicio cotidiano de conciencia.
Cumplir los deberes tampoco es obediencia ciega al poder, sino un acto de coherencia ética.
El ciudadano que respeta la ley, que cuida su entorno, que no soborna, que participa en la comunidad, también defiende los derechos humanos, aunque no lo proclame.
La educación cívica ha sido uno de los grandes ausentes en la escuela mexicana.
En 2025, solo el 34 % de los jóvenes entre 15 y 24 años dice conocer el contenido de la Constitución, y apenas el 18 % sabe qué implica la palabra “deber cívico”.
Mientras tanto, la desinformación y el cinismo avanzan como plagas invisibles.
Y sin educación ciudadana, los derechos se vuelven letra muerta; sin valores éticos, la libertad se degrada en egoísmo.
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VI. El ciudadano del siglo XXI
El gran reto de este siglo no es solo garantizar derechos, sino educar para la responsabilidad.
El mundo hiperconectado necesita menos indignación instantánea y más compromiso permanente.
Las redes sociales amplifican la voz del reclamo, pero casi nunca la del deber cumplido.
Es más fácil denunciar que participar; más fácil destruir que construir.
Sin embargo, la democracia no se sostiene con espectadores, sino con ciudadanos activos, capaces de equilibrar exigencia y deber.
Ser ciudadano no es solo votar cada seis años: es cuidar el espacio público, respetar la diversidad, proteger la naturaleza, cumplir la ley, trabajar con ética y enseñar con ejemplo.
Esa es la verdadera revolución pendiente: una ética del deber que sostenga la arquitectura de los derechos.
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VII. Hacia un nuevo pacto ético
México necesita un nuevo contrato moral: un pacto entre derechos y deberes.
Un país donde la libertad no signifique impunidad, y la justicia no se confunda con venganza.
Donde el Estado garantice y los ciudadanos cooperen; donde los derechos humanos no sean discurso oficial, sino práctica diaria.
Ese pacto empieza en la educación, en la familia, en la comunidad.
Cada niño que aprende a respetar al otro, cada adulto que cumple la ley aunque nadie lo vigile, cada funcionario que sirve con honestidad está reescribiendo la historia cívica del país.
Los derechos humanos son la voz de la dignidad; los deberes, su eco en la conciencia.
Solo cuando ambos suenen al unísono, México podrá aspirar a una democracia madura, donde la justicia no se mendigue, la libertad no se abuse y la ética no se olvide.
Porque un país sin deberes compartidos no pierde solo su ley: pierde su alma.
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EL DÍA DE LOS DEBERES HUMANOS
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I. La mitad invisible de la humanidad
Vivimos en un tiempo que defiende con fervor los derechos humanos, pero olvida el espejo que los sostiene: los deberes humanos.
Pedimos justicia, pero pocas veces nos exigimos honestidad; queremos libertad, pero no siempre practicamos el respeto.
Las grandes declaraciones universales nacieron de los escombros de la guerra y, sin embargo, setenta y siete años después, seguimos siendo una civilización que pide derechos como herencia y cumple deberes como castigo.
No hay derecho sin deber, ni deber sin conciencia.
La libertad sin responsabilidad se convierte en egoísmo; la justicia sin deber moral se vuelve simulacro.
El deber no oprime: humaniza. Es el músculo invisible que sostiene el cuerpo ético de la sociedad.
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II. Una fecha para el equilibrio
Si el 10 de diciembre celebramos la Declaración Universal de los Derechos Humanos, propongamos el 21 de marzo —equinoccio de primavera— como Día Mundial de los Deberes Humanos:
el instante en que la luz y la sombra se equilibran, símbolo de la armonía entre lo que exigimos y lo que ofrecemos al mundo.
Ese día no habría desfiles ni discursos huecos, sino actos concretos: limpiar un río, leer con un niño, visitar a un enfermo, plantar un árbol, escuchar al otro sin prejuicio, pedir perdón.
Porque los deberes no se conmemoran con palabras, sino con gestos que restauran lo humano.
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III. La pedagogía de la corresponsabilidad
En las escuelas podríamos enseñar que cada derecho tiene un deber que lo protege:
Derecho a la educación: deber de aprender y compartir.
Derecho a la salud: deber de cuidar el cuerpo y el entorno.
Derecho a la libertad: deber de respetar la libertad ajena.
Derecho a la vida: deber de defender toda forma de vida.
Derecho a la paz: deber de practicar la empatía.
Un niño que aprende deberes crece como ciudadano consciente; una nación que los olvida se desmorona en la impunidad.
Según datos de la UNESCO (2024), el 54 % de los jóvenes no puede definir el concepto de ciudadanía activa.
Es decir, saben exigir, pero no saben corresponder.
Ese vacío es el verdadero analfabetismo cívico del siglo XXI.
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IV. La ética del nosotros
Los deberes humanos no son leyes escritas en mármol, sino contratos invisibles entre personas que se reconocen mutuamente.
Si los derechos defienden la dignidad individual, los deberes garantizan la convivencia colectiva.
Uno sin el otro es como respirar sin exhalar.
La crisis del planeta —ambiental, social, moral— no es solo consecuencia de la codicia o el poder, sino del descuido ético: hemos confundido el bienestar con el derecho a consumir y olvidado el deber de preservar.
Celebrar un Día de los Deberes Humanos sería un acto de reconciliación con la conciencia.
Un recordatorio de que ser humano no consiste solo en tener derechos, sino en asumir responsabilidades ante los demás.
¿Cuál sería el día más indicado?
Podría proponerse el 21 de septiembre, Día Internacional de la Paz, porque los deberes humanos son, en esencia, los cimientos invisibles de la paz.
Sin deberes —solidaridad, respeto, empatía, responsabilidad ecológica— los derechos se vuelven promesas vacías.
Otra opción simbólica sería el 10 de diciembre, el mismo día que se celebra la Declaración Universal de los Derechos Humanos, agregando su contraparte ética: “Día Mundial de los Deberes Humanos”, para recordar que todo derecho nace de un deber recíproco.
En sentido poético, incluso podría nacer una nueva fecha: 21 de marzo, equinoccio de primavera, cuando la luz y la sombra se equilibran: la metáfora perfecta del equilibrio entre derechos y deberes.
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V. ¿Qué se festejaría el Día de los Deberes Humanos?
No sería un festejo en el sentido tradicional, sino una jornada de conciencia y compromiso cívico y moral.
Ese día se recordaría que:
El derecho a la libertad implica el deber de respetar la libertad del otro.
El derecho a la educación implica el deber de aprender, enseñar y compartir el conocimiento.
El derecho a un ambiente sano implica el deber de cuidar la tierra que nos da vida.
El derecho a la justicia implica el deber de actuar con honestidad y empatía.
El derecho a la paz implica el deber de no ser indiferente ante la violencia o la desigualdad.
Sería, en suma, el día de la corresponsabilidad humana, donde escuelas, medios, familias y gobiernos recordaran que los derechos florecen solo cuando los deberes se cumplen.
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VI. Colofón
Cuando todo se mide en derechos, la humanidad se fragmenta; cuando recordamos los deberes, vuelve a unirse.
Quizá, como soñaba Saramago, el futuro empiece el día en que la humanidad decida equilibrar su balanza moral.
Día Mundial de los Deberes Humanos.
No para celebrar, sino para recordar que el bien común también se siembra.
El saber no descansa, la lectura provoca y el pensamiento sigue. Nos vemos en la siguiente columna.
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