El secreto detrás del legado… la chispa que lo inició todo.
“La educación es el pasaporte hacia el futuro, porque el mañana pertenece a aquellos que se preparan hoy.” – Malcolm X
Jesús Octavio Milán Gil
Recuerdo aquel día con una claridad que aún arde en mi memoria. Era el primer día de clases de tercer grado en la Escuela Primaria General Antonio Rosales, en Costa Rica, Sinaloa. La emoción y el nerviosismo se mezclaban en mi pecho, pero también había una chispa de curiosidad que no podía apagar. Entonces, en medio de ese silencio expectante, el profesor Niceforo Morales, con su voz firme y mirada amable, llamó nuestra atención con un suave golpe en su escritorio.
— Hoy, quiero que escriban una composición sobre quién aspiran a llegar a ser — nos dijo, con una calidez que inmediatamente nos hizo sentir que ese momento era especial. Y en ese instante, sentí que algo dentro de mí se encendía: una chispa de esperanza, de sueños aún por descubrir.
Niceforo Morales no era solo un maestro; era un guía, un faro que iluminaba el camino de sus alumnos con pasión y dedicación. Cada palabra, cada gesto, transmitía un compromiso profundo con nuestro crecimiento, no solo académico, sino también humano. Tenía esa habilidad única de hacer que cada uno de nosotros sintiera que nuestras aspiraciones eran valiosas, que teníamos un potencial que merecía ser explorado y cultivado.
En un mundo donde la educación muchas veces parece reducirse a tareas mecánicas y exámenes, él lograba infundirnos un sentido de propósito, de creatividad y de esperanza. Nos enseñaba que más allá de los libros y las reglas, había un universo de sueños esperando ser descubierto. Y fue en esa simple tarea de escribir quién queríamos ser, donde empezó mi propio viaje de introspección.
Al reflexionar sobre aquella pregunta, comprendí que no era solo un ejercicio de escritura. Era una invitación a explorar mis esperanzas, mis sueños más profundos y mis potenciales aún por realizar. En esa composición, visualicé las infinitas posibilidades que la vida me ofrecía: quería ser químico, ingeniero, artista, o incluso un maestro como él, que con su ejemplo influía en las vidas de tantos niños y jóvenes. Cada uno de esos sueños era, en realidad, una forma de contribuir al mundo, de dejar una huella, de hacer una diferencia en la vida de los demás.
Mientras plasmaba mis aspiraciones en papel, entendí que ellas estaban profundamente vinculadas a las experiencias y valores que había recibido en mi entorno. La influencia de mi familia, mis amigos, y, sobre todo, del profesor Niceforo, moldearon esa visión de futuro. Él siempre nos recordaba que la empatía, el respeto y la perseverancia eran las virtudes que debíamos cultivar. Gracias a sus enseñanzas, aprendí que los logros personales no solo se medían en metas alcanzadas, sino en cómo esas metas podían impactar positivamente en la comunidad y en el mundo.
Pero quizás lo que más recuerdo de él fue su actitud ante los desafíos. En su clase, los errores no eran fracasos, sino pasos necesarios en el camino del aprendizaje. Nos enseñaba que cada tropiezo era una oportunidad para levantarse con más fuerza, que cada idea, por simple que pareciera, tenía valor y podía abrirnos nuevas puertas. Esa visión optimista y valiente del aprendizaje me acompañó siempre y me enseñó que el camino hacia nuestros sueños no será una línea recta, sino un sendero lleno de obstáculos y descubrimientos.
El legado del profesor Niceforo trasciende esas paredes de aula. Su enfoque en la educación integral, que busca formar no solo mentes brillantes, sino también corazones sensibles y comunidades solidarias, deja una huella imborrable en quienes tuvimos la suerte de cruzar su camino. Y con el tiempo, he sido capaz de ver cómo sus enseñanzas siguen guiando cada decisión, cada relación, cada acto de mi vida.
Hoy, puedo decir que aspiro a ser un agente de cambio, alguien que, inspirado en su ejemplo, motive a otros a alcanzar su máximo potencial. Porque esa es la verdadera herencia del profesor Niceforo: la capacidad de inspirar, de sembrar sueños y de demostrar que, con esfuerzo, dedicación y valores, podemos transformar no solo nuestro destino, sino también el de quienes nos rodean.
En conclusión, aquel primer día en su clase fue mucho más que una simple apertura de curso. Fue un momento de reflexión, de descubrimiento y de esperanza. Me enseñó que cada uno de nosotros tiene en su interior un poder inmenso para soñar y para construir un mundo mejor. La pregunta “¿Quién quiero llegar a ser?” se convirtió en un mantra que llevo en el corazón, recordándome que, sin importar los obstáculos, siempre hay un camino para alcanzar nuestros sueños y dejar una huella positiva en la humanidad.
Los invito a soñar en grande y a creer en sus sueños como un paso fundamental hacia la realización de un futuro mejor.
La esperanza y la visión de un futuro positivo son esenciales para superar los desafíos y lograr un cambio social.
Sábado 7 de junio de 2025
Culiacán Sinaloa