Octavio Paz, Gabriel Zaid, nos dejan huérfanos de inteligencia, de esa luz diáfana que nos trajo esperanza, en la absurda tentación de que México, como patria, como proyecto de nación, podía redimirse para superar, de una vez por todas, la presidencia imperial

Gregorio Ortega Molina

 

Los seres humanos carecemos de las facultades, atribuciones y virtudes atribuidas a los dioses por nosotros mismos. Los obsequiamos con lo que deseamos y soñamos con poseer, y difícilmente aceptamos constatar que no somos omniscientes. Únicamente personas como Andrés Manuel López Obrador tienen la certeza de que sí lo son: todo lo saben, y lo que no saben, lo inventan.

Nuestro “amado” señor presidente de la República debiera recurrir, prontito, a la lectura de las diversas novelas biográficas en las que Mary Renault nos comparte vida y milagros de Alejandro de Macedonia, y de algunos de sus compañeros de viaje, esos que en Juegos funerarios compiten por los trozos del imperio, que no llegó a consolidarse por su prematura muerte.

En Fuego del paraíso la señora Renault deja constancia del diagnóstico de una enfermedad en Grecia, tan similar a lo que sucede en muchas naciones, tan parecida a la que nos consume desde que Morelos nos obsequió sus Sentimientos de la nación.

“… Era preciso curar a Grecia para que dirigiera al mundo. Las últimas generaciones habían visto como cada forma de gobierno se convertía en su propia perversión: la aristocracia devino oligarquía; la democracia, demagogia, y su propia familia caía en los extremos de la tiranía. En progresión matemática, de acuerdo con el número de individuos que compartían el mal, se incrementaba el peso muerto en contra de las reformas. Últimamente se había demostrado que era imposible sustituir una tiranía (¿una dictadura perfecta, una presidencia imperial?), cambiar una oligarquía que se distinguiese por su poder y su crueldad era destructivo para el alma; para sustituir la demagogia era preciso convertirse en demagogo y destruir la propia mente…”.

¿Qué es lo que hoy nos sucede a los gobernados, con una doctrina vociferada todas las mañanas desde la cúspide del poder, con la pretensión absurda de imponer el humanismo mexicano, de tantas muertes, tanta ignorancia inducida en las aulas, tanta enfermedad, tanta mentira vendida como la verdad absoluta?

Octavio Paz, Gabriel Zaid, nos dejan huérfanos de inteligencia, de esa luz diáfana que nos trajo esperanza, en la absurda tentación de que México, como patria, como proyecto de nación, podía redimirse para superar, de una vez por todas, la presidencia imperial.

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