ÍNDICE POLÍTICO

FRANCISCO RODRÍGUEZ

 

¿Qué nos sucede? ¿Nos maldijo una gitana? ¿Por qué los mexicanos tenemos la jettatura de escoger siempre peor cada seis años?

Sí. Siempre se nos conceden los deseos para destruir la memoria colectiva, rebajar la moral pública de la población y convertir la convivencia en vaciedades retóricas, consignas insulsas y agresiones impunes.‎ Como México no hay dos.

La política lleva incendiada demasiado tiempo. Los discursos inflamados y llenos de emotividad ideológica han capturado el espacio de la razón, la sensatez y el equilibrio.

No existe ya la racionalidad, la fundamentación lógica y el reconocimiento de los argumentos del otro que son consustanciales para el funcionamiento de la democracia y el ordenado trabajo de sus instituciones.

El choque de poderes de estos días es consecuencia de un intenso desacuerdo político, pero también de un choque de egos surgidos a partir del capricho vengativo de Andrés Manuel López Obrador de darle en la madre al Poder Judicial para ponerlo al servicio de su Movimiento. Su sucesora, Claudia Sheinbaum, sigue férreamente en la misma sintonía.

¿Qué le pasa a Sheinbaum? ¿Por qué se niega a acordar con el Poder Judicial?

¿Por qué desdeña a las disminuidas oposiciones?

¿Por qué se niega a ser una estadista y sigue los pasos del politicastro López Obrador que dirigió la política de rencores y caprichos, pues parece que aún lo hace?

Lo peor es que al seno del Ejecutivo y del Legislativo, plagados de morenistas, se exacerban y naturalizan una serie de medidas que deberían ser extremas en la relación entre poderes del Estado, figuras pensadas para situaciones límite que hoy son parte del lenguaje común de la política.

Y aunque los últimos setenta años rompimos nuestro récord, lo que hoy sucede sí parece ser producto de una maldición que tendremos que padecer, una vez más, los mexicanos.

Para empezar, instalamos el gorilato de Gustavo Díaz Ordaz e institucionalizamos la represión asesina contra los movimientos populares, atribuyéndoles inspiración comunista, cuando sólo exigían reivindicaciones políticas y sociales y eran manipulados desde Bucareli para impulsar la precandidatura presidencial de Luis Echeverría.

Las erráticas decisiones posteriores de Echeverría, el despilfarro presupuestal y la obsesión del liderazgo tercermundista ‎instalaron el populismo demagógico de derecha. Llegaron la inflación, más la recesión, más el estancamiento económico, la pavorosa estanflación y el ahorcamiento de la planta productiva, lecciones no aprendidas, pestes que no nos abandonan.

La manipulación de los yacimientos petroleros revelados a don José López Portillo fue para financiar causas extranjeras y conflictos donde México sólo era el pagano en petrodólares dejados de lado para financiar el necesario mercado interno. Desde guerrillas centroamericanas hasta el gobierno español del PSOE de Felipe González, hoy empleado de Carlos Slim, son muestras de un sexenio excesivo.

 

80’s: La preminencia de los técnicos

La llegada del hombre gris y su tecnocracia de huarache era lo esperado: la quinta columna de imberbes economistas inyectados desde el exterior por un profundo odio hacia México. Arribó el poder de Joseph Marie Córdova Montoya y su achichincle Carlos Salinas, espías comprobados de financieros neoyorquinos y europeos que diseñaron el peor futuro.

La sujeción absoluta a los mandatos del Imperio para entregar el poder a la alternancia panista (Vicente Fox Felipe Calderón) que no resultó diferente a los usos y costumbres de los primos hermanos priístas, pero sí profundizó en el mantenimiento de la estanflación y en la ausencia de idea de Estado. Para colmo, la guerra contra el narcotráfico, diseñada y ordenada en Washington, nos arrojó medio millón de masacrados, torturados, desplazados y ejecutados.

Ubicó al país como el más sanguinario de la Tierra, sin estar en guerra civil declarada, a sus Fuerzas Armadas como las más letales y a sus desplazados económicos como los sostenes del sistema agroalimentario estadounidense. No fue poco.

La llegada al poder de la tolucopachucracia con Luis Videgaray y su empleado Enrique Peña fue la gota que derramó el vaso de los hasta entonces sesenta años de conducción errática. ‎Aunque se ha dicho casi todo sobre este desastre nacional, no sobra expresar que la instalación del peñato en el poder significó la entronización de la rapiña más asquerosa de que se tenía memoria.

En toda la vida útil del sistema político mexicano jamás se habían alcanzado esos niveles de ignorancia, ineptitud y voracidad. Nadie creyó que incluso llegaran a ostentar esas prendas para el oprobio y la vergüenza de más de cien millones de mexicanos empobrecidos, avasallados y humillados ante el mundo.

 

Salimos de Guatemala hacia Guatepeor

Tolucos y pachuquitas sólo sirvieron al reducido grupo de empresas extranjeras estadounidenses, japonesas y españolas, alemanas y de cualquier nacionalidad, hasta brasileñas como Odebrecht, que le llegaran al precio a sus comisiones burocráticas.

Con el absoluto convencimiento de que sus patrones extranjeros —el ejemplo ominoso es Ernesto Zedillo— eran los que les iban a dar protección y empleo para seguir exprimiendo los recursos de nuestro país. Así ha sido desde Salinas de Gortari a la fecha.

Desde entonces, todos tuvimos la seguridad de que si seguíamos por ese mismo camino sólo nos esperaba mayor miseria, desconcierto y una agonía lenta, dolorosa, empobrecida.

Era imposible batir ese récord de inmundicias. No habría en todo el panorama nacional el grupo político que, al llegar al poder, quisiera inscribirse en esa serpiente de atrocidades causantes de ‎los más bajos niveles de calificación en empleo, capacitación, productividad, analfabetismo, precariedad en salud y seguridad, ya de por sí insufribles.

Pero hete ahí que, como siempre, elegimos peor, y se cumplieron todos los deseos, como en la maldición gitana. Vimos en la boleta a quien consideramos “el menos pior” de los tres o cuatro y ¡zas!, en minutos metimos al país a un túnel lóbrego, recesivo, infame, rastacuero, mendaz y absolutamente indeseable.

Como por arte de magia, sentamos a AMLO en la Silla de Palacio creyendo que era la solución… y ¡resultó ser el problema! Un ser menudo, irritante, de muy pocas luces y gran soberbia, que sigue echándonos en cara que hayamos votado por él, aunque casi el noventa por ciento ya esté arrepentido de haberlo hecho.

Una persona que puede presumir a la fecha que ninguna organización, estructura, liderazgo, sector productivo o persona seria de la Nación quiera siquiera cruzar palabra con él, menos intentar algún proyecto, obra, negocio, empleo, que requiera arriesgar el patrimonio de cualquiera.‎ Un atrevido que mientras tenga el poder –como aún lo tiene– no podrá encontrar visos de solución a ningún problema serio de este país. De ese tamaño es el problema.

Una persona que, amenazado de dar a conocer los compromisos asumidos por él con los carteles, fue capaz de liberar a los más sanguinarios del panorama, dejar escapar de la cárcel a otros, y espetar que él no se dedica a combatir capos, sino a impartir programas de seguridad. ¡Hágame usted el refabrón cavor!

Una persona en cuyas manos han fracasado los programas de gasto social piloto, desde el de los jóvenes ninis hasta el de los arbolitos, donde se han derrochado seis decenas de miles de millones, por falta de bases sociales, operadores, proyección y modelo.

Y ahora Claudia desprecia a sus pares

Y así llegamos al Segundo Piso de la Cuarta Transformación con la Presidente Sheinbaum al frente.

Su inauguración en el cargo ha estado salpicada de sangre producto de la violencia criminal desatada, incontrolable, y de una herencia maldita cuyas contradicciones ella profundiza, con lo que se ha llegado al choque de Poderes de la Unión de todos tan temido.

Su negativa a reunirse con los titulares del Poder Judicial, los ministros de la Suprema Corte, y enviarlos a freír espárragos al palacete de Bucareli la muestra desconocedora de que los 11 integrantes del Pleno son sus pares y no tiene por qué remitirlos a una instancia que está subordinada a la Presidencia de la República. Como Salinas de Gortari, quien no veía ni oía a los opositores, ella es técnica, no es política.

No hay diálogo. No se busca el consenso. Y así nada funciona.

Lo que, en cambio, sí funciona es dispersar los mismos recursos no entregados para hacer política en busca de que Morena se consolide un aparato hegemónico y ruin.‎ Lo que sí funciona es entregar ese dinero a los jóvenes nazis que son el escuadrón de choque fascista de la Cuatroté. El que agrede a las víctimas, el que arremete contra los inconformes. La mano negra del régimen fracasado.

Lo que sí funciona son los contratos sin licitación, las transferencias monetarias sin reglas de operación, la administración de todos los recursos presupuestales con sospechas y encubrimientos sin par.

Lo que sí funciona es una corrupción galopante que está dejando al país en la cuarta pregunta. Sin dinero, sin trabajo, sin salud y sin comida.

El peor de los casi setenta años de vida institucional.

“Dios los tenga a fuego lento”, diría la gitana que aparentemente nos maldijo.

 

Indicios

Antes de reunirse con empresarios nacionales y extranjeros, la Presidente Sheinbaum dijo en su mañanera que “sepan que la reforma judicial al Poder Judicial fortalece al Estado de Derecho en México, que no tiene (?), que sus inversiones están seguras en nuestro país, que lo escuchen de nosotros, que conozcan que nos interesa que se venga a invertir bajo un plan de desarrollo, todo eso es muy importante”. ¿Cuál plan de desarrollo? ¿A qué hora lo redactó y lo presentó que nadie se enteró en México? ¿Será que no tuvo tiempo porque AMLO la arrastraba con él a cada rato a sus giras de “despedida”? * * *¨Reconozco que haya usted leído hasta aquí. Le deseo, como siempre, ¡buenas gracias y muchos, muchos días!

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