LA ÚLTIMA TRINCHERA
Jesús Octavio Milán Gil
En un país donde la ignorancia se multiplica, leer, aprender y pensar se vuelve un acto de resistencia.
En México, la educación, la lectura y la cultura no son lujos: son trincheras. En ellas se resguarda lo que queda de una nación herida por la desigualdad, la violencia y el olvido. En un país donde los libros no llenan estómagos ni urnas, defender el pensamiento es casi un acto subversivo. Pero sin esa defensa, no queda nada.
I. Un país que desaprende
México destina apenas el 2.9 % del PIB a educación, cuando el promedio recomendado por la UNESCO es del 6 %. En las aulas rurales, aún hay escuelas sin techos, maestros mal pagados y niños que caminan kilómetros para llegar al pizarrón.
Según el INEGI (2024), el 51 % de los estudiantes de secundaria no comprende lo que lee y cuatro de cada diez adultos no leen ni un libro al año.
Y aun así, seguimos creyendo que basta con construir aulas o repartir tabletas. No. La educación no se mide en metros cuadrados ni en gadgets, sino en conciencia crítica. Un pueblo que no lee es un pueblo que no elige, que repite, que se entrega.
Sin embargo, entre ese panorama surgen luces. En la sierra de Puebla, una escuela comunitaria enseña a leer a adultos mayores junto a sus nietos; en Oaxaca, maestros rurales mantienen bibliotecas vivas con libros donados; y en Sinaloa, proyectos locales impulsan círculos de lectura donde antes solo había silencio. Son pequeñas victorias en medio del abandono.
II. La cultura sitiada
La cultura en México sobrevive a fuerza de voluntades. Se cierran bibliotecas mientras se abren centros comerciales. Se cancelan apoyos a museos y compañías teatrales, mientras crece la industria del entretenimiento vacío.
El presupuesto federal destinado a cultura en 2025 representa apenas el 0.2 % del gasto nacional: menos de lo que cuesta un mes de publicidad oficial.
Y, sin embargo, resisten. Jóvenes que escriben poesía en redes sin patrocinio, cronistas de pueblo que preservan la memoria, músicos que aún cantan con sentido, bibliotecarias que organizan talleres sin sueldo. Ellos son los verdaderos guardianes de lo que queda del alma nacional.
III. Educación: la deuda que nos persigue
México arrastra una fractura histórica: la escuela pública nació para igualar, pero terminó reproduciendo desigualdades. En comunidades indígenas, el analfabetismo funcional alcanza el 30 %, y el abandono escolar crece donde más se necesita esperanza.
La pandemia agravó la herida: 1.4 millones de alumnos dejaron la escuela entre 2020 y 2022. Hoy, las plataformas sustituyen a los maestros, y el conocimiento compite con la desinformación.
Aun así, cada maestro que enseña bajo un árbol, cada estudiante que comparte un libro fotocopiado, cada padre que motiva a su hijo a seguir estudiando, demuestra que la educación sigue siendo la única herramienta capaz de revertir la desesperanza.
IV. La lectura como acto político
Leer no es un pasatiempo: es una forma de rebelión. Cada página leída es una derrota para la manipulación y una victoria para la conciencia.
Cuando un niño abre un libro, se desactiva un dogma. Cuando un joven lee historia, desconfía del poder. Cuando un adulto se forma, se libera.
Por eso, los regímenes autoritarios temen a los lectores: porque piensan, preguntan, dudan. Porque un pueblo lector es un pueblo difícil de dominar.
Los clubes de lectura que brotan en plazas, cafés o parques son más que simples encuentros culturales: son actos de resistencia civil silenciosa.
V. Volver a encender la llama
Urge una política educativa y cultural que deje de ser ornamental. No bastan ferias de libros ni campañas simbólicas. Se necesita una revolución educativa con tres ejes claros:
1. Maestros dignificados y formados críticamente, no burócratas del aula.
2. Lectura y pensamiento crítico desde la infancia, no memorización.
3. Cultura accesible y descentralizada, que llegue a los pueblos, no solo a las capitales.
Que cada biblioteca sea un refugio, cada escuela una semilla, y cada maestro un constructor de conciencia.
Epílogo: la defensa final
En un país donde se normalizan la violencia, la corrupción y la ignorancia, el pensamiento libre es la última defensa. No habrá futuro si la educación se arrodilla, si la lectura se extingue, si la cultura se convierte en espectáculo.
Defender el conocimiento no es un lujo de intelectuales: es cuestión de supervivencia.
Porque el día en que México deje de leer, dejará también de soñar.
Colofón
La educación no cambia al mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo. — Paulo Freire
El saber no descansa, la lectura provoca y el pensamiento sigue.
Nos vemos en la siguiente columna.