LAS GUERRAS:;UNA HISTORIA DE MENTIRAS Y DESTRUCCIÓN SIN FIN.
Jesús Octavio Milán Gil
Las guerras no dejan vencedores, solo sobrevivientes de una tragedia que nunca termina.
Las guerras, en su esencia, son historias de dolor y destrucción que se escriben en las páginas más oscuras de la humanidad. Son conflictos que parecen repetirse en un ciclo interminable, dejando tras de sí un rastro de vidas destrozadas, culturas arrasadas y economías devastadas. Pero, al mirar más allá de los titulares y las cifras, surge una pregunta inquietante: ¿quién gana en una guerra? ¿Quién pierde? ¿Quién miente y quién dice la verdad? Y, sobre todo, ¿a qué costo se mide la supuesta victoria?
La historia está plagada de ejemplos que nos muestran la complejidad de estas respuestas. La Primera Guerra Mundial, por ejemplo, fue presentada por los gobiernos como una lucha por la justicia y la paz, pero al final, dejó más de 17 millones de muertos y 21 millones de heridos. La Segunda Guerra Mundial, con su horror indescriptible, culminó en una victoria militar y en la caída de regímenes totalitarios, pero también en la destrucción de ciudades enteras, millones de vidas perdidas y un mundo dividido por el miedo y la desconfianza.
Pero si buscamos ejemplos que nos muestren el costo humano y la manipulación de la narrativa bélica, no podemos olvidar la guerra de Vietnam y la Guerra del Golfo Pérsico, dos conflictos que marcaron profundamente la historia moderna y la conciencia colectiva.
La Guerra de Vietnam, que estalló en los años 50 y se intensificó en los 60, fue presentada en occidente como una lucha contra el comunismo, un frente en la guerra fría en el que se defendía la democracia y la libertad. Sin embargo, la realidad fue mucho más compleja y cruel. La campaña militar, respaldada en gran parte por Estados Unidos, dejó un saldo de aproximadamente 2 millones de civiles vietnamitas muertos y más de 58,000 soldados estadounidenses fallecidos. La guerra fue una pesadilla de bombardeos indiscriminados, napalm, gases tóxicos como el Agente Naranja y una violencia que desgarró comunidades enteras. La famosa foto del niño desnudo, quemado por napalm, se convirtió en símbolo del horror y la mentira del conflicto. La narrativa oficial ocultaba las atrocidades, mientras que la población en occidente empezó a cuestionar la legitimidad de una guerra que dividió a sociedades enteras y sembró heridas profundas en la conciencia global.
Por otro lado, la Guerra del Golfo Pérsico en 1990-1991, fue presentada inicialmente como una operación para liberar Kuwait de la invasión iraquí. La coalición liderada por Estados Unidos lanzó una campaña militar masiva, con una precisión tecnológica que parecía casi incuestionable. Sin embargo, los costos humanos y ambientales fueron enormes. La destrucción de infraestructura, la muerte de civiles y la contaminación del medio ambiente por la quema de pozos petroleros y el vertido de petróleo en el Golfo fueron solo algunas de las consecuencias. La narrativa oficial aseguraba que era una guerra justa, necesaria para defender el orden internacional. Pero, en realidad, muchos críticos señalaron que los intereses económicos y políticos jugaron un papel central en la decisión de intervenir, dejando un saldo de vidas humanas y recursos devastados en nombre de una supuesta justicia.
¿Quién gana en una guerra? La respuesta, quizás, no es tan simple. Desde un punto de vista estratégico y material, los vencedores suelen obtener territorios, recursos o prestigio político. Sin embargo, el costo humano es incalculable. La historia nos enseña que las ganancias materiales son efímeras y que las heridas abiertas en la sociedad perduran mucho más allá del armisticio. La historia de Hiroshima y Nagasaki, por ejemplo, muestra cómo el costo de una victoria militar puede ser una herida que nunca cicatriza en la conciencia colectiva.
Por otro lado, quién pierde en una guerra son, fundamentalmente, las personas comunes, los civiles, los niños, los ancianos. La guerra no discrimina; arrasa con la vida cotidiana, desgarra familias, destruye sueños y deja en su lugar un vacío de esperanza. La ONU estima que desde 1945, los conflictos armados han causado más de 100 millones de desplazados y refugiados en todo el mundo. La guerra, en definitiva, es una máquina de destrucción que no distingue entre combatientes y no combatientes.
¿Y quién miente y quién dice la verdad? En la narrativa bélica, las versiones oficiales a menudo difieren de las historias reales. Los gobiernos, las élites, las potencias militares y los medios de comunicación se convierten en narradores de una realidad que, en muchas ocasiones, favorece sus intereses. La historia de la guerra de Vietnam, por ejemplo, revela cómo la propaganda y la censura manipularon la percepción pública, ocultando las atrocidades y minimizando el costo humano real. La famosa frase de Noam Chomsky, quien afirmó que “la mentira oficial es la primera víctima de la guerra”, resuena en cada conflicto, recordándonos que la verdad suele ser la primera en ser silenciada.
¿Cuál es el costo-beneficio de una guerra? La respuesta depende de quién la analice. Para los líderes políticos y militares, la guerra puede parecer una vía rápida para alcanzar metas estratégicas o ideológicas. Sin embargo, los datos estadísticos muestran que las guerras dejan secuelas económicas devastadoras. Según el Banco Mundial, los conflictos armados en los últimos 30 años han costado más de 14 billones de dólares en daños y gastos militares, sin contar el costo social y psicológico. La inversión en la paz, en cambio, ha demostrado ser mucho más rentable a largo plazo. La historia de países que han apostado por la reconciliación, como Alemania y Sudáfrica, evidencia cómo la paz puede traducirse en prosperidad y estabilidad duraderas.
Pero más allá de las cifras, la verdadera cuestión está en el valor humano. La guerra consume vidas, destruye comunidades y arruina futuros. La historia del niño maliense Souleymane, que perdió a sus padres en un conflicto armado y ahora ayuda a otros niños desplazados, es un recordatorio conmovedor de la magnitud del costo humano. La guerra, en su brutalidad, nos roba la inocencia y la esperanza.
En un mundo cada vez más interconectado, la guerra no solo se libra en los campos de batalla, sino también en las mentes y los corazones. La desinformación, el nacionalismo exacerbado y la indiferencia social alimentan los conflictos y perpetúan el ciclo de violencia. La verdadera victoria sería aquella que logra erradicar la guerra antes de que comience, promoviendo la justicia social, la educación y la empatía.
Pero, ¿qué podemos hacer frente a esta realidad? La respuesta está en la memoria y en la acción. Recordar siempre que, en cada conflicto, hay vidas humanas en juego y que la paz no es solo la ausencia de guerra, sino la construcción activa de un mundo más justo y solidario. La historia nos deja una lección clara: las guerras no dejan vencedores, solo sobrevivientes de una tragedia que nunca termina.
Para cerrar, quiero citar a Albert Einstein, quien dijo: “La paz no puede mantenerse por la fuerza; solo puede lograrse mediante la comprensión.” La comprensión, la empatía y el compromiso con la justicia social son las armas más poderosas contra la barbarie.
Y, en última instancia, la verdadera victoria será aquella en la que aprendamos a escuchar, a entender y a construir un mundo donde las guerras sean solo capítulos en los libros de historia, no en la realidad de nuestras vidas. Porque, como afirmó Martin Luther King Jr., “La paz no es simplemente la ausencia de conflicto, sino la presencia de justicia.”
Las guerras no dejan vencedores, solo sobrevivientes de una tragedia que nunca termina. Pero si aprendemos a escuchar y a comprender, quizás podamos escribir un futuro donde la paz sea la verdadera ganadora.
“El conocimiento no termina aquí, continúa en cada lectura” Nos vemos en la siguiente columna.
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