En la raya. 
* los que dejaron huella
* por: Jose Luis Lopez Duarte
Me van a decir que todos han dejado huella y tendrán razón. Sin embargo, la discusión debe centrarse en aquellos que, con sus personalidades, ideas y acciones, marcaron rumbos tanto benéficos como perjudiciales, influyendo en su realidad y negándose a ser meras víctimas de ella. Hablar de personajes que trascienden en la historia de Sinaloa implica explorar el contexto en el que se desarrollaron y cómo sus decisiones moldearon la identidad del estado.
En el análisis de las épocas que han definido la política y el desarrollo en Sinaloa, es necesario dividirlas en tres periodos significativos. El primero, que abarca de 1940 a 1968, se caracteriza por la lucha entre el cardenismo y los cacicazgos locales. Aquí, el coronel Rodolfo T. Loaiza emergió como un líder clave, desafiando la hegemonía del partido oficial. Junto a figuras como el general Gabriel Leyva Velázquez y don Leopoldo Sánchez Celis, no solo se promovieron grandes distritos de riego, sino que también se buscó la autonomía para los políticos sinaloenses. Estos líderes comprendieron que la política no era una cuestión de lucha individual, sino una batalla por el futuro colectivo.
La segunda época, que comienza en 1968, presenta un periodo de gran creatividad estratégica con la llegada de Don Alfredo Valdez Montoya y su plan de desarrollo 70-80. Este fue un intento visionario de integración del crecimiento industrial, turístico, agrícola y pesquero. Valdez Montoya se convirtió en el pionero de un modelo que buscaba optimizar los recursos de cada rincón del estado. Francisco Labastida Ochoa, no solo continuó esta labor, sino que amplió la proyección internacional de Sinaloa, instituyendo desarrollos clave como la maxipista, el desarrollo turistico de mazatlan y el puerto de Topolobampo. En este momento de florecimiento, Sinaloa parecía estar en la senda del progreso.
Sin embargo, el nuevo milenio trajo consigo un cambio de paradigma político con la llegada de Vicente Fox y la alternancia en el poder. En este contexto, Juan Millán sobresalió al dirigir el PRI en una alianza con Fox y otros gobernadores, creando la Conferencia Nacional de Gobernadores (CONAGO) en 2002. Sinaloa disfrutó de un auge económico gracias al boom petrolero, pero esta modernidad emergente trajo consigo una nueva realidad: la globalización y la revolución tecnológica comenzaron a reconfigurar el paisaje político y social del estado.
Desgraciadamente, junto a estos avances, se evidenció un fenómeno oscuro: el crecimiento del narcotráfico y la violencia asociada. La democratización llegó, pero a un alto costo; la degradación social y el consumo masivo de drogas prevalecieron. Iniciamos así una época de creciente incertidumbre, donde el populismo encontró su espacio, aliándose con los poderes fácticos del crimen organizado. La lógica política se distorsionó, transformándose en una guerra sin fin donde la inteligencia política cedió ante la irracionalidad violenta.
Hoy, el gobierno de Rubén Rocha Moya y la Cuarta Transformación (4T) reflejan esta transformación radical. Sinaloa se encuentra atrapado en un ciclo de dolor, sufrimiento y miedo, cuya duración es incierta. El sistema de gobierno actual se ha visto marcado por la incapacidad de consolidar un liderazgo que proponga alternativas viables, relegando a un segundo plano la política como herramienta de cambio social. La pregunta que persiste es: ¿cuánto tiempo más se prolongará esta situación?
 la historia de Sinaloa no puede ser reducida a meros datos históricos, sino que debe ser entendida como un tejido complejo entrelazado con las acciones de individuos que han sabido -o no- dejar su marca en un contexto impredecible. La huella de estos personajes, en lugar de ser sólo una anécdota, debería ser un llamado a la reflexión crítica sobre el futuro del estado y del país en general. En el fondo, la historia enseña que, aunque el destino parece incierto, la capacidad de influir en él reside todavía en la valentía de quienes se atreven a soñar y a actuar por un bien común.

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