MÉXICO: LA NACIÓN QUE AÚN SE REVELA
BITÁCORA INQUIETA
Jesus Octavio Milán Gil
“El sincretismo no es confusión: es resistencia.”
I. La imagen que nos mira
Graciela Iturbide, al recibir el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, en el Teatro Campoamor de Oviedo, el 24 de octubre, pronunció una frase que debería figurar en los manuales de identidad nacional:
“La historia de México es la del sincretismo que me habita, y no podría sacrificar una de sus vertientes sin mutilarme a mí misma.”
Su afirmación no es sólo poética: es política, cultural y moral. México es un país que ha sobrevivido —y a veces se ha reinventado— sobre la mezcla. Pero hoy, en medio de la polarización y el ruido, el sincretismo parece sospechoso, y la libertad creativa, un lujo.
La fotógrafa nos recuerda que el mestizaje no fue sólo un cruce biológico, una hibridación o amalgama de dos o más tradiciones culturales, sino un pacto de sobrevivencia: un intento de conciliar lo que el poder quiso mantener separado.
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II. Del espejo roto al país fragmentado
México se sigue mirando en un espejo roto. Por un lado, presume la herencia prehispánica como postal turística; por otro, desprecia lo indígena como atraso.
En cifras del INEGI (2025), más del 60% de la población indígena vive en pobreza multidimensional, y sólo el 12% accede a educación superior, frente al 36% de la población no indígena.
Esa brecha no es cultural, es estructural. Mientras la élite celebra el sincretismo en museos, millones lo padecen como desigualdad.
La contradicción mexicana es brutal: somos un país que exporta arte, pero importa justicia. Que tiene talento para ganar premios internacionales, pero carece de políticas para sostener a sus creadores.
Según datos de la UNESCO (2024), México destina apenas 0.13% de su PIB a la cultura, mientras España invierte 0.6% y Francia 1.1%.
Esa diferencia no sólo mide presupuesto: mide visión de futuro.
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III. La fotografía como país
Iturbide mira desde una ventana pequeña, como ella misma dice, pero lo que enmarca esa lente es inmenso: la vida de los pueblos, los rituales de la muerte, el polvo del desierto, el rostro de las mujeres que reinventan la dignidad.
Su cámara es un acto político silencioso. En un país donde el 97% de los delitos contra periodistas y artistas permanece impune (Artículo 19, 2025), hacer arte con libertad es un gesto de resistencia.
Mientras otros disparan balas, ella dispara luz.
La fotógrafa no retrata la pobreza, sino la dignidad de quienes la habitan. No busca la miseria, sino la mirada que sobrevive. Por eso, su sincretismo no es fusión superficial, sino tensión creativa entre lo que somos y lo que nos niegan.
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IV. México frente al espejo global
Comparado con América Latina, México ha producido más artistas reconocidos internacionalmente que cualquier otro país de habla hispana después de Argentina y Brasil.
Sin embargo, según el Banco Mundial (2025), ocupa el lugar 67 en índice de libertad cultural, por debajo de Chile, Uruguay y Costa Rica.
El contraste es evidente: exportamos talento, pero no garantizamos condiciones para que florezca.
El mismo país que aplaude a Iturbide en Oviedo ignora a cientos de fotógrafos que no pueden costear una exposición local.
El mismo Estado que presume la “marca México” olvida que sin libertad creativa no hay nación que se reconozca a sí misma.
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V. Sincretismo o esquizofrenia
La palabra sincretismo ha sido usada como adorno, pero su raíz es política: proviene del griego synkretismos, unión de los cretenses frente a sus enemigos.
México necesita recordar eso: el sincretismo no es confusión, es alianza.
No se trata de fundir identidades, sino de reconciliar memorias.
Sin embargo, hemos convertido esa fuerza en esquizofrenia: el país que canoniza a Frida Kahlo sigue sin garantizar igualdad para las mujeres artistas; el que presume su “diversidad cultural” permite que el 70% de los pueblos originarios carezca de acceso a internet (CONEVAL, 2025).
La libertad creativa, como la democracia, no se decreta: se construye.
Y hoy, esa libertad está cercada por algoritmos, por burocracias, por mercados que uniforman el gusto y por políticas que confunden cultura con espectáculo.
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VI. El país que aún se revela
Graciela Iturbide nos entrega una lección de luz: la fotografía no es la verdad, sino una interpretación de la realidad.
Esa frase podría aplicarse también a México.
Cada generación interpreta el país desde su propia sombra, desde su propia herida. Pero mientras haya quien mire con compasión y rigor, el país seguirá revelándose.
El reto está en convertir esa mirada en política pública.
Invertir en educación artística, integrar la cultura a los planes de desarrollo, proteger la libertad de expresión, y entender que un país sin arte es un país sin memoria.
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Colofón:
El reconocimiento a Graciela Iturbide no es sólo un homenaje individual; es una advertencia colectiva.
Nos recuerda que la verdadera soberanía cultural no se mide en medallas ni en museos, sino en la capacidad de mirarnos con dignidad, complejidad y libertad.
México no necesita más discursos patrióticos: necesita mirarse sin filtros, revelarse sin miedo y reconocerse en su diversidad.
El saber no descansa, la lectura provoca y el pensamiento sigue. Nos vemos en la siguiente columna.

