Mientras la Unipol forma cadetes, el delito toma esquina en Sinaloa
La tarde cayó sobre Culiacán como un telón gris, pero no fue la calma lo que se colgó del aire. Fue un rumor de uniformes nuevos, de paso firme y botas barnizadas que resonaban en los patios de entrenamiento. Ese mismo día, la Unipol recibió a 208 cadetes —jóvenes incrédulos, rostros tensos, manos temblorosas que apenas comenzaban a sentir el frío del metal al sostener un arma— procedentes de 18 municipios sinaloenses (y hasta de Baja California Sur), listos para entrar al ojo del huracán.
El gobernador, con voz cargada de esperanza y responsabilidad, les exigió entrega total: “La seguridad del pueblo está en ustedes”, les dijo, sabiendo muy bien que Sinaloa no sólo es tierra de agricultura o pesca, sino un mapa de cicatrices vivas. Entre los muros donde entrenaban, se filtraba ya el eco de un estado en alerta.
Más temprano esa mañana, la Fiscalía había encendido otro foco rojo: robos a comercios y privaciones de la libertad personal están al alza, incluso cuando los homicidios dolosos parecían ceder un poco. “Esta semana… se registraron dos homicidios dolosos y antier cuatro”, detalló la fiscal general Claudia Sánchez Kondo como si dijera: “Hay cifras que bajan, sí, pero el miedo sigue hablando en voz alta”.
Ese martes fue una curva en la montonera de días convulsos. Entre la llegada de nuevos cadetes y las cifras que subían de delitos menores, la crónica de Sinaloa escribía otro capítulo: por un lado, el montaje institucional de orden y preparación; por el otro, la cruda realidad de calles que no perdonan.
Mientras los muchachos aprendían a formarse en línea y a alinear sus botas nuevas, en otros rincones del estado, los dueños de tiendas cerraban temprano, protegían sus mercancías, reclamaban justicia. No era el cuento de siempre: atrás de cada reporte había y sigue habiendo personas que duermen con el ojo abierto, que prefieren no salir después de las seis, que desconfiaban de la noche y de su propia sombra.
Y así, entre patrullas que prometieron llegar, armas aseguradas semanas atrás, operativos permanentes y la presión de detener a tanto generador de miedo, el ánimo colectivo se movió en dos tiempos: el de la esperanza institucional, representada por esos 208 cadetes que ayer iniciaron su andar; y el del desasosiego ciudadano, que ya lleva meses sin tregua. No es sueño ni pesadilla: es la crónica viva de un estado que busca respirar aunque el susto no le deja soltar el aliento.
Y por si algo nos faltara, por la noche se dio alerta de tsunami para Mazatlán, entonces: narcopandemia, sismo y ahora el riesgo de que los niveles del mar suban tanto que pueda salirse el agua. Ahora sí ¿qué más nos falta en Sinaloa?
Este martes 29 de julio Sinaloa respiró profundo, con claridad y tensión. Sabía que algo tenía que cambiar, pero al mismo tiempo entendía que el cambio no es automático: hay jóvenes que se forman, hay cifras que varían, hay sombras que se resisten…
Con información de El Debate