En la Grilla
FRANCISCO CHIQUETE
Como cada tarde, la profesora Eva, de tercer año, inició la clase escribiendo la fecha en el pizarrón. “Primero de diciembre de 1964”, leímos alborozados.
Sí, ya viene la noche buena, faltan 24 días para que les amanezca, confirmó la maestra sumándose a nuestro entusiasmo, pero el efecto fue contrario uuuhh, veinticuatro días, dijimos, decepcionados a coro, porque en esa edad (siete y ocho años), veinticuatro días era un mundo de tiempo.
De aquellas épocas, pervive mi entusiasmo por la melodía Paseo en trineo, que hoy encuentras hasta en la sopa, con videos de imágenes vintage, pero que entonces sólo se oía en la radio como fondo para el anuncio comercial de Juguetilandia, de Almacenes Medrano.
No había entonces grandes tiendas departamentales con galerones dedicados a la venta de juguetes. Algunas tiendas de barrio o las escasas dulcerías, colgaban de sus mostradores muñecos de sóloloy y paquetes con muñecos (vaqueros y soldados) o carritos, o venían artesanos del centro del país que ofrecían olivas de barro. Alguien traía juguetes de fayuca y los exhibía en sus casas o los pudientes iban a Guadalajara o la Ciudad de México para proveerse de los regalos navideños.
La Juguetilandia era un paraíso. Los quince días que duraba abierta recibía a parvadas de chamacos deslumbrados, conscientes de que sus sueños de recibir alguna de esas cuelgas nunca se haría realidad.
En su entrada había un Santaclos metálico que periódicamente se inclinaba y soltaba la risa emblemática y el Feliz Navidad, pero fuera del artilugio mecánico, no nos impactaba mucho porque nosotros éramos clientes del Niño Dios, a quien había que pedirle los juguetes.
Cerca de la Montuosa, la llantera de Pancho Hernández (Good Year Oxxo), acomodaba electrodomésticos en su fantástica vidriera de la Juan Carrasco y anualmente aparecían a la venta discos de música navideña de los grandes crooners: Nat King Cole, Frank Sinatra, Bing Crosby. Se me iban los ojos imaginando los ambientes más bellos al compás de sus interpretaciones de Silent Night, White Christmas, Let it snow y todo eso que hoy anda en las redes ya como antigüedad, o en cóvers actuales.
Mi mayor descubrimiento navideño se perfiló un día en que me mandaron a comprar algo en el centro de la ciudad. Por curiosidad rodeé el mercado Pino Suárez, cuyas entradas estaban tapadas con pequeños puestos llenos de juguetes de pobres y dulces de época: enormes barras de alfajor de coco, bloques de “cajeta” de membrillo o de guayaba, cerros de colaciones multicolores con su centro secreto de semilla de cilantro, huevitos de azúcar y los infaltables alteros de nueces, higos y dátiles, escoltados por pequeñas ristras de cajeta de leche en pequeños contenedores de madera, envueltas en papel de china. La tapa de madera servía de cuchara, combinando el sabor del ocote con el de la golosina.
Ese mismo día por la noche mi madre me develó el gran secreto que todos cuchicheábamos con temor a ser descubiertos: los papás son los que te traen los juguetes. No fue una revelación traumática, como la que aún reclama mi hija a mi esposa, simplemente me llevó a hacer las compras y descubrí el mundo maravilloso de las vendimias con sus especialidades de juguetes, ropa, dulces, comidas típicas, pregoneros y música, que no era navideña, sino tropical. Era la verbena, que se instalaba en derredor del mercado Pino Suárez con todo y sus juegos, es decir, la enorme rueda de la fortuna, las sillitas voladores, el tiovivo y otras atracciones que por entonces parecían arriesgadas y audaces.
Pregunta López Velarde en su Suave Patria “¿quién en la noche que asusta a la rana/ no miró antes de saber del vicio/ del brazo de su novia,/ la galana pólvora de los fuegos de artificio? Mi mayor compra esas noche fue una cajita con veinticuatro luces de bengala, que al día siguiente compartí con mis hermanos. Ya grande, procuré llevar siempre varas gigantes a la cena de nochebuena, lo que daba más colorido al festejo, hasta que en distintos años, dos sobrinos se quemaron las manos.
Las navidades han cambiado, pero en el fondo mantienen el espíritu de fraternidad que cohesiona a las familias, aún con sus pleitos y digresiones. Son fechas en que todos nos seguimos deseando lo mejor.

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