Nos han arrebatado Culiacán: cuatro meses de narcopandemia
Carlos Narvaes
Periodista
Crédito: Estelí Meza
Han pasado más de cien días desde que Culiacán entró a un estado de narcopandemia, un periodo en el que la ciudad ha pasado de semanas a meses negros. La guerra entre los cárteles no sólo ha dejado muertos, desaparecidos y enfrentamientos; también ha marcado a cada habitante con miedo, paranoia y la necesidad de construir cierta rutina o normalidad en una zona de guerra.
Desde el inicio de este conflicto, el 9 de septiembre de 2024, entre septiembre y diciembre la Fiscalía General del Estado de Sinaloa reportó 555 homicidios dolosos, mientras que la Comisión Estatal de Búsqueda registró más de 500 personas desaparecidas. No obstante, estas cifras varían según diversas fuentes, que estiman hasta 650 homicidios y 695 desapariciones y contando.
Los habitantes de Culiacán hemos aprendido a sobrevivir bajo un clima de terror constante. Salimos al trabajo, a la escuela o a visitar a familiares y amigos, pero siempre bajo ciertas condiciones: evitar lugares solitarios, estar en casa antes del anochecer y desconfiar de cada esquina. La ciudad oscurece antes de las seis, lo que aumenta el pánico colectivo y la urgencia de refugiarse.
En otros estados, las personas comienzan su día revisando el pronóstico del clima, decidiendo si será soleado o lluvioso. En Culiacán, en cambio, nuestra rutina empieza verificando qué tan violento amaneció el día.
Para quienes no conozcan a fondo qué ha pasado desde el inicio del conflicto, vale la pena hacer un recuento de los acontecimientos más importantes de los últimos meses.
El 17 de octubre, una noche que parecía normal, se registró un atentado contra la fachada de un periódico reconocido en la ciudad. Afortunadamente, no hubo heridos, pero el ataque se percibió como una amenaza directa contra los medios de comunicación, no sólo en Culiacán, sino en todo el estado. Este evento despertó preguntas sobre los motivos detrás de la agresión, especialmente porque los medios han procurado mantener una postura neutral para no generar pánico o incluso para no molestar a algún grupo, debido a que el trabajo de los periodistas únicamente es informar.
Las autoridades anunciaron medidas como reforzar vigilancia e iniciar investigaciones, pero dos días después, el 19 de octubre, la situación empeoró con la desaparición de un trabajador del periódico afectado. Este hecho incrementó el temor entre quienes salen temprano a trabajar, ya que las calles carecen de vigilancia suficiente en las primeras horas del día en especial por el periodo que no había policías en la ciudad.
Durante ese mes, se registraron incendios en viviendas, locales y restaurantes, agravando la sensación de inseguridad y asestando un duro golpe a la economía local. Según la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), en los últimos meses al menos 108 empresas han cerrado en Sinaloa, generando pérdidas superiores a los 18 000 millones de pesos. De éstas, 85 empresas pertenecen a Culiacán, lo que refleja el impacto económico directo que la inseguridad y la violencia han tenido en la capital del estado.
Las amenazas de bomba en plazas y hospitales intensificaron el clima de pánico, llevando a muchos a calificar estos actos como una forma de terrorismo. El temor se volvió parte de la vida cotidiana, al punto de que algo tan rutinario como acudir a una cita médica podía terminar en una evacuación masiva ante una nueva amenaza de bomba.
El 30 de octubre, los generadores de violencia demostraron su rechazo a los intentos ciudadanos por mantenerse informados. Uno de los casos más significativos fue la desaparición de “La Gossip Culiacán”, un grupo de WhatsApp en el que los mismos ciudadanos reportaban en tiempo real actividades sospechosas y robos de vehículos en distintas zonas con el fin de que las personas tuvieran precaución. Esta red de alerta ciudadana tuvo que ser eliminada por su administrador tras recibir amenazas por descubrir su identidad. Así, la población quedó sin uno de los pocos medios de vigilancia comunitaria con los que contaba. Veo que esto afectó significativamente a las personas; hablando con amigos amigos y conocidos decían sentirse sumamente vulnerables al desconocer la situación que se vive en diferentes zonas de Culiacán.
El 4 de noviembre, el dueño de un reconocido restaurante fue asesinado, días después de que su negocio fuera incendiado. La noticia causó indignación entre los habitantes, no sólo por la violencia del acto, sino porque se trataba de un hombre de avanzada edad, quien también era respetado por la comunidad. Su emblemático restaurante, un lugar que muchos disfrutaban visitar, ahora sólo vive en los recuerdos, reducido a cenizas tras estos trágicos acontecimientos.
Otro hecho impactante ocurrió el 7 de noviembre, las instalaciones destinadas a la venta de boletos para el palenque fueron baleadas e incendiadas, intensificando el ambiente de inseguridad en la ciudad. Ante estos hechos, los habitantes comenzaron a preguntarse si eventos tradicionales como el palenque y la feria ganadera podrían realizarse. Estas celebraciones, que usualmente se llevan a cabo durante la noche, representan un riesgo evidente, y podrían convertirse en escenarios de atentados y poner a los asistentes en peligro.
La situación también ha afectado a la industria del entretenimiento. Varios artistas han cancelado sus presentaciones en Culiacán debido al clima de violencia. Un ejemplo destacado fue el del cantante Luis Miguel, quien tenía planeada una gira por Culiacán y Mazatlán en septiembre, pero decidió cancelar ante las preocupaciones por la seguridad.
Cabe señalar que el palenque en Culiacán es conocido por su música norteña, de banda y, en especial, por los corridos, un género popular pero también controversial en especial porque se realiza en un ambiente donde el consumo de alcohol es común, por lo que el riesgo de que una celebración se convierta en un punto de conflicto se vuelve mayor. Fue hasta el día 10 de noviembre que se confirmó la cancelación de la Feria Ganadera y se pospuso el palenque hasta el año 2025.
En la noche y madrugada del lunes 25 de noviembre, Culiacán vivió momentos de terror que dejaron a la ciudad sin sueño. El sonido inconfundible de disparos de arma de fuego despertó a los habitantes, generando pánico y una oleada de incertidumbre que se extendió por horas.
Decenas de reportes llegaron al 911, alertando sobre las ráfagas que resonaban por varios minutos en distintos sectores de la ciudad. En medio del caos, se confirmó que aproximadamente 65 cámaras de videovigilancia habían sido vandalizadas, un acto que dejó a la ciudadanía aún más vulnerable. Los culiacanenses reaccionaron indignados, señalando que los responsables actuaron con total impunidad, tomándose el tiempo necesario para perpetrar sus ataques sin que las autoridades se hicieran presentes de inmediato.
Días después del atentado contra las cámaras de seguridad, otro acto violento sacudió a la ciudad, evidenciando nuevamente el control que los criminales ejercen sobre Culiacán. Dos restaurantes de sushi fueron incendiados, un claro mensaje de que el crimen organizado opera con mayor intensidad bajo el manto de la noche, sembrando miedo en la población.
Al mismo tiempo, las redes sociales comenzaron a llenarse de especulaciones y teorías. Usuarios señalaron que algunos influencers de la ciudad podrían tener vínculos con el crimen organizado, alimentando un debate que mezclaba información y desinformación. Aunque no hay pruebas concretas que respalden estas afirmaciones.
Con respecto a los restaurantes, negocios y servicios de comida, el 30 de noviembre salió a la luz una alarmante situación que afecta a conductores y repartidores de plataformas digitales. Se difundió un aviso en el que se advertía a estos trabajadores que evitaran operar durante altas horas de la noche bajo amenaza de enfrentar graves consecuencias.
Ahora, estos trabajadores no sólo enfrentan el riesgo habitual de asaltos o los llamados “poncha llantas”, sino también el peligro de cruzarse con grupos armados mientras desempeñan su labor. Ante esta realidad, muchos han optado por finalizar sus jornadas en cuanto cae la noche.
Los días 2 y 3 de diciembre estuvieron marcados por explosiones durante dos madrugadas consecutivas, sembrando miedo y confusión entre los habitantes. Las detonaciones, que resonaron en distintos puntos de la ciudad, carecieron de explicaciones claras por parte de las autoridades. Esto hizo crecer la preocupación de la población, ya que se habían dado reportes previos de supuestos explosivos y amenazas de bomba en plazas y hospitales.
Recuerdo haber hablado con mi madre la mañana siguiente a la primera noche de explosión. Me confesó que se asustó mucho y que lo único que pudo hacer en la madrugada fue rezar. La tensión escaló aún más el 3 de diciembre, cuando la explosión de un vehículo atrajo la atención de todos, consolidando el temor de que esta guerra estuviera tomando un giro hacia el terrorismo.
Tras los hechos ocurridos, el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch, visitó la ciudad para rediseñar la estrategia de seguridad, buscando fortalecer las medidas para enfrentar la creciente violencia. Además, el gobierno envió refuerzos federales como respuesta, pero los habitantes cuestionaron la efectividad de estas acciones. Después de más de cuatro meses de estrategias fallidas, las mejoras son mínimas y el miedo sigue dominando el día a día, en conversaciones cotidianas sale a la luz la frustración de las personas el no poder retomar su vida normal.
La vida cotidiana en una zona de guerra
El temor de ser una víctima colateral es constante. Relatos sobre el miedo a pitarle al vehículo incorrecto, quedar atrapado en un enfrentamiento o simplemente escuchar una motocicleta pasar cerca se han vuelto cotidianos. Ya que las motos se han convertido en el vehículo favorito de los delincuentes y han dejado de ser un medio de transporte común para convertirse en un símbolo de alerta y peligro.
Sin duda los ciudadanos también somos víctimas colaterales de los enfrentamientos entre el crimen organizado y las autoridades. Está el caso de Juan Carlos Sánchez Palacios, un abogado de 34 años que perdió la vida durante un operativo de las Fuerzas de Seguridad en Culiacán. Juan Carlos quedó atrapado por error en el fuego cruzado entre el Ejército y civiles armados dentro de un edificio de departamentos mientras trataba de proteger a su familia.
El impacto de esta situación no se limita a lo emocional; el estilo de vida de todos los habitantes ha cambiado radicalmente. Recuerdo una noche que me encontré con un amigo y, mientras platicábamos sobre los cambios que la inseguridad ha traído a nuestras vidas, reflexionamos sobre el hecho de que actividades tan sencillas como practicar deporte ahora se han vuelto peligrosas.
En redes sociales circulan videos impactantes que capturan momentos en los que balaceras interrumpen partidos de futbol y juegos de béisbol, dejando personas atrapadas sin un lugar seguro para protegerse mientras intentan escapar con vida.
Otro aspecto alarmante de la inseguridad son los asaltos perpetrados por sujetos en motocicleta, que se han vuelto cada vez más comunes. En cuestión de segundos, estos individuos, aprovechando el ambiente de violencia, despojan a las personas de sus pertenencias en calles, parques e incluso tiendas. Lo hacen con tal descaro que parece causarles diversión.
Según relatos de testigos, algunos de estos jóvenes, embriagados por el poder que les otorga portar un arma de fuego, llegan a apuntar a corredores en los parques, no para robar, sino simplemente como un acto de intimidación.
Más preocupante aún son los casos en los que, incluso sin resistencia por parte de las víctimas, éstas terminan heridas de gravedad o pierden la vida a manos de sus agresores, evidenciando el nivel de brutalidad que ha alcanzado la delincuencia. Hasta algo tan cotidiano como ir a un cajero automático se ha convertido en un acto de riesgo que podría costar caro.
Otro tema que merece atención es la violencia que enfrentan los automovilistas. Aunque algún tiempo las calles estuvieron desiertas, los accidentes de tráfico no disminuyeron. Muchos atribuyen esto al nerviosismo con el que se maneja actualmente, pues los conductores se encuentran en estado de alerta ante posibles situaciones sospechosas. Uno de los mayores problemas ha sido el robo de vehículos, que llegó hasta veinte veces reportes al día, a menudo con lujo de violencia, lo que ha generado un clima de tensión constante al salir a las calles.
Los robos de vehículos se han vuelto un tema constante, cabe mencionar que Sinaloa es el estado que tiene más robos de autos con violencia. Escuchar historias de amigos o familiares despojados de sus autos en lugares cotidianos, como el supermercado o hasta en la fila del autoservicio de algún café, es cada vez más común que las personas bromeen diciendo que las aseguradoras ya no quieren hacerse responsables.
Retomando el tema de los accidentes vehiculares, recuerdo una ocasión en la que iba manejando con mi novia por una calle poco transitada. Estábamos conversando sobre lo frecuentes que se han vuelto los accidentes de tráfico, cuando, de repente, presenciamos uno justo frente a nosotros. Fue una escena que evidenció claramente el ambiente de estrés y precaución en el que se mueven los conductores.
Días después, mi novia me contó sobre un incidente que vivieron su jefa y una compañera de trabajo. Sufrieron un choque por la noche y, al llamar a emergencias, les informaron que no podían enviar una ambulancia. Por lo que ellas se vieron obligadas a buscar ayuda por sus propios medios, esto se debe porque los paramédicos también han sido víctimas de violencia mientras atienden a heridos.
Recordando cómo era la vida cotidiana, cosas como ir “al súper”, algo tan rutinario como pasearse entre los pasillos y distraerse por minutos se ha transformado en una misión que se debe de hacer rápidamente, ya que las personas sólo tienen un objetivo: llegar, tomar lo esencial y salir para volver pronto a sus casas.
El transporte público también se ha visto notablemente afectado. Amigos y conocidos que dependían de camiones para movilizarse han compartido sus quejas pues a cierta hora dejan de circular, mostrando claramente el “toque de queda fantasma” que se vive en Culiacán.
Hablando de transporte, durante estos meses, en especial en las mañanas, el tráfico ha aumentado porque más personas prefieren usar sus autos o ser llevadas por familiares.
Usar Uber o Didi se ha vuelto riesgoso. Repartidores y conductores enfrentan amenazas constantes, afectando tanto su seguridad como su economía. Esto ha convertido cualquier tipo de traslado en una tarea cada vez más complicada para los habitantes de Culiacán.
La salud mental: una víctima invisible
El miedo constante ha dejado cicatrices profundas en la salud mental de los culiacanenses. El delirio de persecución se ha normalizado incluso entre quienes no tienen ninguna relación con el crimen organizado. La simple cotidianidad de vivir aquí genera ansiedad: el temor de ser confundido con alguien más o de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado es una carga constante. Decir “avísame en cuanto llegues” se ha vuelto más que una cortesía, es una medida de seguridad.
Fechas esperadas como Halloween, Día de Muertos, Navidad y Año Nuevo han perdido su sentido de celebración. Muchos culichis han optado por quedarse en casa, resignándose a frases como “quizá el próximo año” o “cuando esto pase”. Celebrar en estos días se siente como un riesgo innecesario.
Las festividades decembrinas también se han envuelto de ansiedad. Tradiciones como los fuegos artificiales, que solían iluminar las noches, ahora generan pánico. Cada explosión se confunde con una detonación, recordándonos lo frágil que es nuestra paz mental. En Culiacán, el dicho “ya no se sabe si eso fue un cuete o un disparo” se ha convertido en una amarga realidad.
La información como arma y escudo
Para sobrevivir, los ciudadanos hemos aprendido a utilizar la información como un recurso vital. Revisar los grupos de WhatsApp o las redes sociales se ha convertido en un ritual diario, tan común como checar el clima. Antes de salir de casa, es imprescindible conocer el estado de la violencia nocturna para decidir si es seguro continuar con los planes o quedarse en casa.
No obstante, esta búsqueda de información tiene su lado oscuro. Un grupo de WhatsApp que se volvió muy popular en Culiacán se dedicaba a recopilar reportes ciudadanos en tiempo real: robos de vehículos, disparos en sectores de la ciudad o cualquier actividad sospechosa. Sin embargo, el grupo fue cerrado tras amenazas de exponer la identidad de su creador. Su desaparición dejó un vacío significativo, veía a mis amigos en Facebook quejarse y sentirse vulnerables al no contar con una fuente confiable de alertas.
En redes sociales como X (antes Twitter) y TikTok, la desinformación abunda. Sitios no oficiales comparten noticias falsas que alimentan el miedo y la paranoia. En muchos casos, los vacíos de información se llenan con especulaciones de los usuarios que generan un efecto de teléfono descompuesto. Este fenómeno no sólo incrementa la ansiedad colectiva, sino que también alimenta el miedo de las personas de salir de sus hogares.
Aunque la información puede ser un arma poderosa para prevenir riesgos, también puede convertirse en un detonante de paranoia cuando no se maneja con cautela. Sin duda en Culiacán vivimos en diferentes realidades, entre las personas que tienen la necesidad de estar informados y las que evitan saber qué es lo que pasa en la ciudad por su salud mental.
***
No puedo evitar reflexionar sobre lo que estamos viviendo en Culiacán. Estos conflictos, cada vez más “sofisticados”, han transformado nuestra realidad, pero la vida continúa. La ciudad se adapta como puede: la verbena tan esperada se inaugura en horarios restringidos, las posadas se celebran mientras aún hay luz, y las familias planifican cómo pasar la Navidad y el Año Nuevo bajo nuevas reglas no oficiales.
El Año Nuevo es un tema que merece ser explicado con más detalle. En años anteriores, la experiencia de pasar la noche del 31 de diciembre en Culiacán siempre ha estado marcada por disparos al aire como una forma peculiar de dar la bienvenida al nuevo año. Sin embargo, esta peligrosa costumbre no sólo ha persistido, sino que parece intensificarse con el tiempo.
Cada vez son más los balazos, y esto ha provocado que rituales tradicionales como salir con una maleta para atraer viajes o jugar con fuegos artificiales hayan sido abandonados por miedo a ser alcanzados por una bala perdida. La noche de Año Nuevo en Culiacán se asemeja más a una escena de película, con miles de detonaciones retumbando en toda la ciudad, creando un ambiente que mezcla celebración y peligro.
Lamentablemente, no parece que la despedida del año 2024 vaya a ser diferente. La incertidumbre y el temor continúan siendo parte del panorama, trasladando las tradiciones familiares a espacios interiores, mientras afuera el estruendo de los disparos domina la llegada del nuevo año.
Culiacán se ha convertido en un laboratorio sociológico donde la esperanza lucha por sobrevivir. Muchos sueñan con abandonar la ciudad, mientras otros se resignan a ajustar sus vidas a esta nueva normalidad. Las reuniones familiares, bodas y celebraciones se limitan al día, mientras las noches se convierten en momentos de encierro y vigilancia.
Como amante de los cómics, a menudo me pregunto qué harían héroes como Batman o Spiderman para enfrentar una situación como esta y encontrar una solución. Sin embargo, la realidad es que no necesitamos superhéroes de ficción para enfrentar los complejos desafíos de Culiacán y en varias partes de Sinaloa. Tal vez esta idea cruza por mi mente porque me abruma pensar en lo difícil que resulta hallar soluciones reales.
No puedo evitar comparar esta situación con una pandemia. Me encuentro pensando: “¿Cuándo volverá la normalidad? ¿Cuándo podré salir con mis amigos a comer tranquilamente? ¿Cuándo podré correr por las tardes frescas de invierno en el parque?”. Son preguntas que me acompañan.