Padecemos los malos pasos de la política autoritaria dictada por un caudillo. Y podemos anticipar lo que se cocina en la caldera del diablo. Cuando llegó el Covid, ese caudillo aseguró con énfasis (y una sonrisa meliflua) que la pandemia nos venía como “anillo al dedo”. Lo comenté para poner las cosas en su sitio: “El anillo al dedo y la soga al cuello” (EL UNIVERSAL, 11 de abril de 2020). Ocurrió: la soga apretó con fuerza y sufrimos millones de contagios y centenares de miles de fallecimientos. Ese fue el anillo que saludó el Ejecutivo y esas son las cuentas que todavía no concluyen.

Recientemente aludí a otras amenazas, también celebradas por aquel personaje (“Amenazas cumplidas”, en EL UNIVERSAL, 21 de mayo de 2022). Aludí a tres reformas constitucionales: sobre energía (que afortunadamente no prosperó, porque lo evitaron los partidos opositores, unidos), seguridad pública (que se está consumando, porque uno de esos partidos cedió lamentablemente) y materia electoral (que se halla en curso). Tres prendas de la política del caudillo.

La reforma electoral es la soga que hoy se pone en el cuello de México. Con ella se pretende sofocar nuestra vida democrática y someter a las instituciones que son garantes de ésta. En pocos años —tiempo de una dolorosa transición hacia un futuro sombrío—, la mano devastadora ha destruido instituciones y mellado derechos. Lo han denunciado millones de mexicanos que advierten, con angustia, el abismo que se avecina. Otros millones no lo perciben. Es necesario insistir con estos compatriotas en la reflexión sobre los males que hemos padecido y los que llegan.

El presidente de la República y sus acompañantes en esta obra demoledora impulsan una reforma electoral que nos haría retroceder en el tiempo y perder derechos y libertades. Esa reforma que corre su suerte (y la nuestra) en el Congreso fue anunciada por el Ejecutivo y ha sido fuertemente cuestionada por quienes se empeñan en mantener a salvo a la República y afianzar los progresos alcanzados por generaciones de mexicanos. Los promotores del giro autoritario pueden decir que nos caería como anillo al dedo. Pero sabemos que es otra soga al cuello.

Los ataques constantes al Instituto Nacional Electoral son infundados y viscerales. Hay encono en quien los profiere, fruto del resentimiento y la ambición de ejercer un poder omnímodo, que no se aviene con nuestras aspiraciones democráticas. Hoy se quiere poner el destino del país en las manos del Ejecutivo en turno, que se impondría a través de la manipulación del sistema electoral. De ser así, la democracia habría menguado o naufragado bajo el signo de un insoportable autoritarismo. Y éste habría ganado una nueva batalla en la lucha por la nación.

Se ha convocado a una marcha popular el domingo 13 de noviembre. Ojalá se logre elevar la fuerte voz de los mexicanos que impugnan el paso de ganso que nos conduce a la dictadura. Es indispensable ejercer el derecho a la reunión y a la opinión. Pero hay otra necesidad apremiante: que los partidos políticos representados en el Congreso de la Unión acrediten su vocación democrática y opongan un muro infranqueable a las pretensiones del caudillo. Espero que esta vez lo haga también el PRI, cuyo voto —aliado a otras formaciones políticas y a la sociedad civil— es indispensable para retirar la soga que México tiene al cuello. Estamos en una hora de cumplimiento, para bien de México.

 

Profesor emérito de la UNAM

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