Peculiar tribunal de distrito: barroco y neo-romanista
Héctor Calderón Hallal
Hay que decirlo de una vez: el ya multicitado y célebre Tribunal Federal para el distrito Este de Nueva York, con jurisdicción en los condados Nassau, Suffolk, Brooklyn, Queens y Staten Island… pero también con jurisdicción concurrente en sendos condados como Manhattan y El Bronx,… lo es también para el resto del mundo; está asentado pues el órgano jurisdiccional, en la llamada capital del imperio en su arista comercial y capitalista… es la ciudad más grande y cosmopolita, del país-gendarme universal.
Nadie, con dos dedos de frente, se atrevería a ponerlo en duda. Ahí se juzga a todo individuo –nacido en cualquier rincón sobre la faz de la Tierra- que haya infringido la legislación vigente en agravio de los Estados Unidos y de dos de sus más preclaros intereses: el comercio libre y la supremacía de los Estados Unidos en la lógica del mercado internacional vigente: “¡Nadie le roba los huevos al águila!”… Nos queda claro.
No obstante su envergadura, su tradición (desde 1865, con 157 años de funcionamiento) y con semejante estructura, integrada de 16 supuestos “letrados” en las materias mercantil, fiscal, con orientación a la legislación fiscal de comercio exterior y de Derecho Privado y Público Internacional, tal pareciera que nos quiere vender una versión por demás “chusca” y con una “narrativa rudimentaria” una vez más, cuando de desahogar un juicio penal por delitos de narcotráfico y delincuencia organizada internacional se trata.
Y es que probablemente la narrativa hecha en formatos diseñados para los habitantes de Nueva York o del Este de la Unión Americana, probablemente resulten “interesantes” y hasta novedosos a ese sector de la población americana… pero querer vendernos a los mexicanos un “culebrón” como el que pretenden y en episodios, para envolvernos en el desahogo del juicio de Genaro García Luna, que no es más que una continuación de los anteriores juicios -llevados en ese mismo órgano jurisdiccional- de Reynaldo “El Rey Zambada” y el de Joaquín Guzmán Loera “El Chapo”, entre otros.
Declaró enérgico y muy “en su papel” el famoso juez Brian Coghan el pasado 19 de enero, que “no permitirá por ningún motivo, que la defensa de García Luna presente como evidencia a su favor, las declaraciones de ex funcionarios estadounidenses, debido a que se consideran rumores y opiniones dadas por funcionarios del Gobierno bajo circunstancias políticas”;… “Ni tampoco que presente más de cinco fotografías en donde el hoy procesado ex titular de la SSP federal mexicana, aparece con funcionarios estadounidenses, entre ellos, el expresidente Barack Obama; el ex senador y ex candidato republicano a la Presidencia de EE.UU., John McCain; además de la ex titular del Departamento de Estado, Hillary Clinton; así como el ex director del Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés), Robert Mueller; y, con John Boehner, ex presidente de la Cámara de Representantes, entre otros”.
“Ni tampoco utilizar el caso del exsecretario de la Defensa Nacional mexicano, general Salvador Cienfuegos, detenido y señalado por delitos de narcotráfico, como contexto para solicitar una desestimación de los cargos en su contra”. Quien por cierto tuvo una detención y una liberación “fast track”, gracias a los “buenos oficios” de intervención del presidente López Obrador.
El juez Coghan dijo también “que no permitirá a la Fiscalía de la Corte del Distrito Este de Nueva York, presentar material relativo a las ganancias generadas por García Luna tras retirarse del servicio público, volverse ciudadano estadounidense y formar parte de una empresa consultora de seguridad”.
“Pero a menos que el Gobierno tenga evidencia de que el acusado estaba realizando trabajos de consultoría con miembros del Cártel, esta evidencia es claramente irrelevante”, señaló el letrado en una moción pública.
Vamos, es tal el absurdo de las condicionantes que está anteponiendo el Juzgado del Distrito Este de Nueva York, que hasta el juez impidió a la defensa que cuestione a ciertos testigos de la Fiscalía neoyorquina, como Edgar Veytia “El Diablo”, un tipo que fue el Fiscal de Justicia de Nayarit en tiempos de Roberto Sandoval, respecto a sus presuntas prácticas de “canibalismo”, por considerar que dichas respuestas tendrían poco valor probatorio y podrían distraer la atención de los jurados. Le restarían “seriedad” pues a sus probanzas y dichos. Y pondrían en duda la capacidad legal del propio testigo…claro.
Un Juzgado que impone reglas por demás “barrocas”… que privilegian las más añejas y anquilosadas formas de prueba en un juicio, como lo son la testimonial y la confesional; por encima de la importancia que en el derecho moderno, inmerso en el avance científico y tecnológico, tienen las pruebas documentales o periciales, por ejemplo.
Sí, tal como lo lee amable lector, en el Juzgado Federal del Distrito Este de Nueva York, donde se desahogan las audiencias del tan esperado y publicitado juicio contra Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Pública federal, al parecer sigue teniendo más valor la prueba confesional del pasado barroco y neo-romano, que la prueba pericial de nuestros días.
Porque ninguna prueba de ese tipo se ha exhortado a presentar el juez de la causa… y cuando hay algún ofrecimiento de alguna documental (fotos, vídeos) como se ve… el juez la desestima.
Y es que la idiosincrasia del estadounidense promedio permite que ese manejo en noticieros, venda y mucho. Pero en México, nosotros dejamos muy atrás el valor de la confesional… y el manejo escandaloso de la nota roja, por salud.
Curiosamente, en el país paradigma del avance tecnológico y científico… de la modernidad –como es EE. UU.- vender notas de escándalo judicial en el noticiero de la tarde es un gran negocio …y una forma de vida. En México también, pero ya no nos “quita el sueño”.
Los mexicanos inventamos el estruendo de la nota roja, hace muchos años.
Nuestros padres y abuelos vibraron desde alguna sala cinematográfica, con aquel memorable pleito desde lo más alto de un edificio en construcción en el cruce de Bucareli y avenida Juárez, donde Pedro Infante (“Pepe El Toro”) le arranca la prueba confesional a “punta de trompadas” a Jorge Arriaga García (“El Tuerto”) , clavándole después una estaca de pino sin lijar en el ojo izquierdo y mediante respectiva llave, hacerlo que gritara ante el alcaide y el resto de los convictos, por la clarabolla de la puerta: “¡Pepe El Toro es inocente!… ¡Yo maté a la usurera!”.
Osea, ni siquiera ante Juez competente… sino ahí mismo, según la trama de la película, le empezaron a hacer la boleta de excarcelación. Historias pues al final, pero que dan cuenta de que en esas épocas de mediados del siglo XX, la “reina de las pruebas” era la prueba confesional; no como hoy que desde hace varias décadas lo es la prueba pericial, en cualquiera de sus vertientes: química, forense, contable, valuadora, de ingeniería de tránsito, de tecnologías de la información…. Y de tantas disciplinas que se pueden enumerar.
Resulta por demás curioso, asombroso entonces, que hasta este momento que se vive de ese y de otros grandes juicios de ese tipo, no se hable ni se exhorte para la presentación de prueba pericial o documental alguna… y que de antemano se desestimen algunas que pudieran ser claves para el esclarecimiento y la resolución del juicio.
Incluso habla hasta el presidente de México, convertido en tenaz impulsor del enjuiciamiento –y que hasta casi emite la sentencia de culpabilidad- contra García Luna el procesado, de que estima en 700 millones de dólares, el monto del dinero producto de la extorsión del inculpado al Cártel de Sinaloa y que estaban ellos como Gobierno “buscando incautar” coordinados con otro Juzgado Federal de Miami, Florida… pero se reduce a un simple “dicho”… ni siquiera es una testimonial… no presenta un peritaje sobre como obtuvo ese estado financiero.
Este Juzgado Federal del Distrito Este de Nueva York, ha mostrado ser curiosa (¿o dolosamente?) anacrónico en sus métodos de funcionamiento.
Ciertamente en los Estados Unidos, un país descendiente de los ingleses y , consecuentemente con una tradición jurídica influenciada por la common law, donde la prueba “confesional” fue durante muchos años, el sustento de la ética y la funcionalidad del sistema de leyes, sobre todo en el Derecho Procesal Civil que, para ingleses y descendientes, reviste enorme importancia en la vida política.
Hay que recordar que el sistema de representación política en Gran Bretaña, por muchos años estuvo determinado por las capacidades civiles y hasta mercantiles de quien era o aspiraba a integrar una Cámara de representación: Para ser un “Lord”, había que mostrar el mayor número de títulos de propiedad o posesión de acres de terreno y ese tipo de asuntos, por ejemplo, los regula el Derecho Civil y su rama adjetiva o formal, el Derecho Procesal Civil… de ahí la importancia de “honrar la palabra y decir siempre la verdad” en esas sociedades.
Pero también, como en todo el mundo, el Derecho Penal y el Derecho Público en general, están influenciados desde sus orígenes por los fundamentos y las prácticas del Derecho Romano.
La prueba confesional, es la más antigua de las pruebas y quizá… de las formas de tortura.
En la antigüedad romana, cuando a la mujer no se le reconocía capacidad legal alguna, surgió algo que aun está vigente, llamado “testimonio”, que deriva etimológicamente de los lexemas, testi o testar (de testículos) y monos o monio, que significa alusivo a o propio de; por lo que un “testimonio” en la antigüedad, era un asunto exclusivo de varones; verbigracia:
Había un Pretor o Procurador de Justicia, a cuyo servicio estaba un cuerpo de soldados llamados “Pretorianos” o que integraban esa “Guardia Pretoriana”; mismos que al interrogar al “testimoninate” (un varón) cubiertos el rostro como verdugo, oprimían con su mano derecha… o “apretaban” (de ahí deriva el verbo ‘apretar’, de una orden del ‘pretor’ que interroga hasta no “escuchar” la verdad) el saco escrotal (los testículos) del varón interrogado… así se obtuvieron –con muchas muertes de por medio- las pruebas confesionales o simples testimoniales en tiempos de Roma.
Pero estos, definitivamente, ya no son los tiempos de aquel imperio Romano; quizá son los tiempos de otro imperio, igualmente poderoso y desafiante: el imperio del libre mercado y la libre determinación.
Aunque también es el imperio del conocimiento… de la ciencia y la tecnología. Es tiempo del imperio de la prueba pericial por encima del resto de las pruebas: documentales, confesionales, testimoniales o de fé pública.
Autor: Héctor Calderón Hallal
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