Porque “así lo establece la ley de leyes: la Constitución”, Andrés Manuel López Obrador salió por tercera a defender que Morena y sus partidos satélites tengan la mayoría calificada en la Cámara de Diputados.

Fiel a su estilo de insultar acusó que hay una especie de “rebelión” en la oposición y de sus “achichinchles” de no acatar y violar lo que dice la Constitución.

A diferencia de su proverbial falta de respeto a las leyes, incluso de sus reiteradas violaciones a las mismas, defiende ahora al texto constitucional sólo porque así le conviene a su proyecto bolivariano.

Durante ya casi seis años lo hemos visto actuar valiéndole madres todas las leyes. Las habidas y por haber.

Siempre se coloca por sobre de ellas arguyendo una supuesta “autoridad moral”.

Sostiene que lex dura lex es sólo un cuento.

Es un dictadorzuelo que no respeta la regla de oro del ‎Estado de Derecho, consistente en que los ciudadanos pueden hacer lo que la ley no prohíbe y las autoridades sólo lo que la ley les autoriza.

En las sociedades de avanzada la ley o el Estado de Derecho están basados en la concepción del interés público. Lamentablemente, no es el caso de nuestro país.

Por encima de ese interés público no puede haber nada, y nada absolutamente se pude hacer en contra de él.

No prescriben jamás los delitos e ilícitos que atentan contra la seguridad y el patrimonio colectivo, como el huachicoleo llevado a cabo por “el pueblo bueno y sabio” con la complicidad de los cuatroteros desde el gobierno y funcionarios venales en las instalaciones de Pemex.

Así de cierto como que la ley puede ser aplicada retroactivamente cuando se trata de asegurar el bien general.

Son las anteriores, posiblemente, las bases del derecho político, aquél que debe aplicarse cuando la ley no se adapta a las nuevas necesidades y a las tensiones emergentes, que es cuando se produce su defectuosidad, su insuficiencia como instrumento organizador de la convivencia en la libertad y el desarrollo de los pueblos.

Para el derecho político, los fines de la norma jurídica no pueden abandonarse al toma y daca del mercado de valores de los privilegiados en el gobierno.

La hora del derecho político suena cuando los cauces normativos han sido rebasados por los ambiciosos y los traidores a la patria.

El principio común, el que en México posiblemente hayamos conocido entre los primeros es que no se puede regular y controlar una estructura social afectada por la crisis mundial y por la exigencia de una redistribución más justa del ingreso, conforme a los modelos, pautas e instituciones hechizas de la llamada Cuarta Transformación.

El abandono del campo, la asimilación de la planta industrial en términos desfavorables para crear las gigantescas macrocefalias urbanas, la migración masiva de trabajadores, los desplazamientos ciudadanos hacia regiones de protección indispensables, así como la falta total de crecimiento de la economía…

… durante los últimos 42 años, han dado al traste, han agotado cualquier aspiración popular de bienestar, lo mismo en el ahora proscrito neoliberalismo que en la 4T, cualquier cosa que esa zarandaja signifique.

 

La democracia no espera

Cuando a principios de los 80’s se sometió la política económica y la estructura jurídica a los dictados de los intereses trasnacionales se agotaron los objetivos programáticos de la Revolución original y se generaron tensiones de tal magnitud en el seno de la sociedad que se ha llegado a consensuar la defunción de sus principios. Nada cambió con la Cuarta Transformación.

‎Han sido derruidas las bases de lo que los fundadores de la Nación definieron como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento social, económico y material del pueblo.

Se han destrozado los principios esenciales del respeto a las garantías individuales y sociales en aras de obedecer designios extraños, ya de los imperios económicos, antes, y ahora del llamado Socialismo del Siglo XXI.

El desempleo, la insuficiencia del sistema, la injusticia, el crimen masivo y la ausencia de participación popular en la toma de decisiones colectivas han reforzado un populismo derrotista que profundiza su acción antipopular con consignas y postulados alejados de la realidad, de la terca realidad.

En México, tierra del constitucionalismo social, no podemos cerrar los ojos ‎ante el hecho innegable de que se han transformado los supuestos ideológicos que fundamentado la estructura social del derecho tradicional.

La condición real del Estado moderno ha definido las nuevas magnitudes sociales en la prueba del ácido de las reivindicaciones hoy imposibles para las masas. Pero una cosa es cierta como la luz del día: ha muerto el derecho de los abogados para abrir paso al nuevo derecho político…

…y las transformaciones que éste encarna ya no pueden ser compatibles con el sistema de regulación jurídica empleado para el control social de la etapa cancelada, pues volvería vacía e ineficaz la transición y sus etapas posteriores. La democracia no espera. El estado social y democrático de derecho tampoco.

La validez y magnitud social del derecho político no dependen de la aplicación pormenorizada de todos y cada uno de sus preceptos, como podría exigirlo una desvelada interpretación del instrumento legal. Sólo deben ser medidos por el impacto social que alcancen sus fórmulas políticas.

 

Insignificante el papel del Estado

Los ingredientes de la solución, los supuestos normativos, más que las conductas individuales, deben ser los intereses superiores de la Nación, la organización de las masas y la estructura social idónea para perseguir y lograr el desarrollo equitativo. En ese sentido, como en todos los demás, la revolución jurídica debe suponer el desbordamiento de los cauces normativos tradicionales.

Hay quienes reforman sus leyes para perder su libertad, y hay otros que suponiendo alcanzar su plenitud aglomeran sociedades sin mañana, sin impulsos reivindicadores, “aburridas de su bienestar”, y hay los peores, los que sin responsabilidad histórica instalan en la cúspide camarillas y sectores de privilegiados, a contrapelo de la población miserable.

A esta última categoría pertenecen las bases jurídicas que hicieron posible el llamado “milagro mexicano”. Unas legislaciones proteccionistas del capital con su instrumento más importante, el control salarial en beneficio de un grupito de industriales y manufactureros que generaron un despiadado proceso de acumulación.

Las leyes conservadoras del neoliberalismo, así como sus reformas estructurales fortalecieron la concentración de la propiedad, el sacrificio del ahorro colectivo, la masacre de ciudadanos y la inequidad absoluta en el campo y la ciudad. Como en la 4T, relegaron al Estado a un papel insignificante.

Se han burlado de los principios y de la dignidad nacional. Pasan por encima del interés público, violan la legislación vigente en el momento de los atropellos, y se resisten a ser juzgados, argumentando la prescripción de sus conductas o, repito, su supuesta “autoridad moral”.

No puede haber un Estado serio que lo permita.

Todo fundamento jurídico supone que los titulares del poder estén constantemente dispuestos a defenderlo.

Lo contrario es simplemente caer en la ley de la selva.

Y en esas estamos.

 

Indicios

En su afán de querer defender que Morena y sus aliados no tienen una sobrerrepresentación, López Obrador aceptó que hay un exceso de diputados, tanto por mayoría relativa como por representación proporcional. Durante su matiné de este miércoles 24, AMLO aceptó hasta en dos ocasiones que hay una sobrerrepresentación, aunque justificó que dio a la oposición la posibilidad de enmendar la ley, pero ésta votó en contra de su propuesta de reforma electoral. “Ellos hicieron las leyes que les convenía y como se olvidaron en cambiarlas y siguen esas mismas leyes, ahora que ya no les convienen ya no las quieren respetar”, dijo el tabasqueño. En su crítica y aceptación de que existe una representación excesiva, el presidente señaló que así es como lo establece la Constitución. *  *  * Y por hoy es todo. Mi permanente reconocimiento a usted por haber leído este texto. Le deseo, como siempre, ¡buenas gracias y muchos, muchos días!

FRANCISCO RODRÍGUEZ

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