Víctor M. Toledo

Para sorpresa de los lectores, existen relaciones ocultas, invisibilizadas por casi todos los estudios y por las principales instituciones internacionales, como la FAO, entre la justicia agraria, los tipos de agricultura y ganadería y la agroecología, que puestos juntos explican el hambre en el mundo, la que hoy sufren entre 700 y 828 millones de seres humanos. De nueva cuenta, los aportes recientes de la investigación científica permiten visualizar panoramas que antes permanecían invisibles. Tres fenómenos debemos examinar para comprender lo anterior. El primero es la situación de la propiedad agraria a escala global. Gracias al análisis de Sarah Lowder y colaboradores de 2021 (https://rb.gy/at4mk2), realizados con los censos agrícolas y pecuarios de 179 países recogidos por la FAO, tenemos la distribución del tamaño de las propiedades de 608 millones de productores. El resultado es patético. La pirámide de la desigualdad agraria es aún mayor que la de la pirámide económica revelada por el Banco Suizo, Oxfam o el Laboratorio de la Desigualdad de París, encabezado por Thomas Piketty.

Mientras 97 por ciento de los productores del mundo poseen 20 hectáreas o menos y sólo disponen de 26 por ciento de las tierras agrícolas y pecuarias del planeta, ¡el restante 3 por ciento se apropia de 74 por ciento! Podemos afirmar que los pequeños productores practican una agricultura y ganadería de corte tradicional o campesino que en general comercializan en circuitos cortos, en tanto que los medianos y grandes latifundistas ponen en acción un modelo moderno o agroindustrial dependiente del petróleo, el uso de máquinas, fertilizantes químicos, plaguicidas, variedades genéticamente mejoradas y cultivos transgénicos, en extensos monocultivos agrícolas o con pastizales para el ganado.

Un segundo fenómeno atañe al tipo de alimentos generados. Un estudio publicado en 2022 por Ray y coautores auspiciado por el World Resources Institute (WRI) (https://rb.gy/j4wcj3) revela un panorama muy preocupante. Debemos distinguir entre la producción de alimentos para el consumo casi inmediato, fresco y directo y la que los desvía para su transformación industrial, la exportación, el forraje, los biocombustibles o la multiplicación de semillas. Pues bien, el estudio del WRI calculó que los porcentajes de cada una de estas dos modalidades fue de 50/50 hace seis décadas, de 40/60 en la actualidad, y que llegará a 30/70 hacia 2030. La conclusión es contundente: este desvío impide alcanzar los objetivos de seguridad alimentaria propuestos por Naciones Unidas.

El tercer fenómeno es la expansión indetenible del comercio mundial de alimentos. Nada detiene (ninguna ley o regulación nacional o internacional) la absurda circulación masiva de alimentos por cielo, mar y tierra, que implica para los consumidores comer alimentos que se originan a cientos o miles de kilómetros. El gasto energético de estos desplazamientos constituye un factor negativo que contribuye al impacto de los sistemas alimentarios al calentamiento global, que se estima generan entre 20 y 37 por ciento del total de los gases de efecto invernadero que se inyectan a la atmósfera. A lo anterior debe agregarse la manipulación química para mantener la viabilidad de los alimentos tras el paso del tiempo por medio de conservadores, colorantes y saborizantes artificiales.

Estos tres fenómenos son consecuencia directa de un sistema alimentario mundial dominado por los agronegocios, es decir, por la racionalidad del capital que busca libremente la ganancia por encima de todo, y que hoy dispone de las tres cuartas partes de las tierras del mundo. No sobra decir que este sistema está en vías de colapsar por el agotamiento inminente en menos de una década de la energía que los mueve: diésel y turbosinas que son una elaboración de un petróleo de alta calidad cada vez más escaso.

Concluyendo, la agroecología y los agroecólogos deben exigir ya reformas agrarias en cada país donde sean necesarias, y reparto de la tierra entre los millones de jornaleros que son el sector con la máxima pobreza rural. En paralelo, cambio radical hacia sistemas que privilegien circuitos cortos con alimentos frescos a escala local, municipal, microrregional y nacional, y que vayan reduciendo el comercio mundial de largas distancias. Sólo de esta forma se logrará la autosuficiencia alimentaria y al mismo tiempo superar el hambre y la malnutrición.

*Síntesis de la conferencia magistral ofrecida el 30 de noviembre de 2023 en la Conferencia Internacional sobre Autosuficiencia Alimentaria y Agroecología (mil 600 participantes de 28 países) celebrada en la ciudad de Oaxaca, México.

 

Con información de La Jornada

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