Sinaloa gritó el histórico “¡ya basta! No fuimos pocos; fue una multitud
Alejandro Sicairos |
Porque creíamos que no existen narcoguerras que duren más de un año ni hay un Sinaloa que las aguante, ayer salimos a preguntarle a la calle, quizás interrogación formulada en lo individual o colectivo, cómo nos volvimos rehenes de villanos que nos parecían tratables y de horrores que quisimos normalizar pero hoy nos atacan con atrocidades que explican que en realidad fue el monstruo el que nos domesticó a nosotros.
Ahí estábamos, pacíficos, sin rayar paredes ni quebrar cristales, como ejemplos de civilidad fraguados al ritmo de la música de tambora; sonrisas fraternas intercambiadas que son claveles colocados en los fusiles de los violentos; la esperanza serpenteando entre mantas a modo de consignas que son la última voluntad concedida a los arredrados; cartulinas con frases no por compactas menos demandantes, y ecos vociferantes anulados por el clamor exigiendo seguridad y concordia.
Tomamos como nuestro el paisaje disponible desde La Lomita a Catedral, todavía conscientes de que el resto de Culiacán ya no nos pertenece aunque la multitud estructure el grito de paz en gargantas de las cuales el dolor y la indignación poco les permiten salir a las palabras pues se ahogan en la impotencia y el coraje. No obstante, el “¡ya basta; queremos paz!” logró saltar las barreras del miedo.
Indistintamente, la ciudadanía unida pudo dar un esbozo de lo que somos capaces de hacer cuando la participación cívica se alza por encima de políticos que plantean la barbarie como la proximidad de la paz que nunca llega, o bien convierten la violencia en plataforma para acceder al poder, a río revuelto, si es preciso pasando por encima de cadáveres.
La paz que reclamamos es aquella que nunca más esté sujeta con los alfileres de la narcopolítica ni sea forzadas por miles de militares y policía que en cuanto se descuidan el crimen reinstala sus ajustes de cuentas. Tampoco aquella apacibilidad convenenciera de capos compadres, yernos, clientes, vecinos y socios espléndidos. No la del que compra o regala camionetas de lujo, residencias y joyas que luego se convierten en cañones de rifles de asalto colocados en la sien de cada uno.
Tampoco la que propone Ismael “El Mayo” Zambada desde su circunstancia de enjuiciado en Estados Unidos, en su carta de agosto de 2024, con el llamado “a tener moderación y mantener la paz en nuestro estado. Nada se puede solucionar con la violencia. Hemos recorrido ese camino antes y todos pierden”, o la de agosto de 2025 cuando se declara culpable de los delitos que le imputan, al considerar que “nada se gana con el derramamiento de sangre”.
Protagonizamos cada uno a su manera la batalla de la víctimas, con bebés en carriolas que apuntaban sus miradas al cielo; madres con fotografías de sus desaparecidos como queriéndolos hallar en la masa andante; personas de la tercera edad con andaderas que apenas les marcaban el paso; líderes políticos golpeados por el rechazo del voto a los cuales la multitud los señalaba a hurtadillas. El Obispo y su baño de pueblo dándole la bendición a los contingentes como si le impartiera la extremaunción a la esperanza.
Los mismos que ven pasar desde el balcón los cortejos fúnebres de los asesinados y ayer se quedaron en las banquetas para hacerles vallas a los marchistas; las vendimias de bolis y aguas frescas ensayando sus propios esquemas de reactivación económica. Y casi al final del trayecto, Esteban García, el último de los activistas de “Culiacán Valiente”, desgañitándose en el crucero de Obregón y Madero incitando a la procesión a no rendirse.
Y la muchedumbre en calidad de ciudadanos sin siquiera saber con claridad qué paz queremos por consenso, fuimos a inquirirle al pavimento con la movilización a que nos diga hacia dónde marchar con las banderas blancas como armas así nos tenga que resguardar la fuerza pública en esta romería con el operativo que seguía la marcha por las vialidades paralelas. Sólo somos católicos y ateos, patrones y trabajadores, colonos de barrios pobres y condóminos de residenciales amurallados, en la búsqueda de un Sinaloa para vivir.
Todos presentes en el pase de lista al menos para identificar a los tenaces y los rendidos. Los que se plantean como prohombres de la resistencia civil y los soldados ciudadanos sin más rango que el de la ilusión de paz, fundidos por el terror inculcado por los sicarios del narco, más allá de lo que somos capaces de soportar. Allí, Al pie del cañón, las antes palomas blancas inmóviles a sabiendas de que el crimen juega con ellas al tiro al blanco.
Fue de Sinaloa la virtud,
Del despertar de la conciencia;
Fue alarido de multitud,
Que vio colmada la paciencia.
Más allá de matices políticos que sí los hubo pero poquito, la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo y el Gobernador Rubén Rocha Moya están obligados a silabear el planteamiento popular genuino sobre la alarma ciudadana que entra al rojo intenso al cumplirse mañana un año de la gran e impensable confrontación entre los hijos de Joaquín Guzmán Loera y los de Ismael Zambada García. Y sí está haciendo el Gobierno la labor de pacificación, no obstante que los hechos de alto impacto contribuyen a difuminar el balance de lo logrado como corte de caja donde cada hecho de sangre que conmociona nos potencia la sensación de desamparo y recalca el aviso espeluznante de “piérdase aquí toda esperanza”.
Con información de Noroeste