SOBRE EL CAMINO
Por. – Benjamín Bojórquez Olea.
Liliana y su monarquía del desencanto…
En el gran teatro de sombras que es la política sinaloense, se ha alzado el telón para una nueva función, aunque el guión huele a moho y los actores repiten sus líneas con la misma desgana de quien ya no cree en la obra. La protagonista esta vez es Liliana Angélica Cárdenas Valenzuela, secretaria general del PRI estatal, aunque bien podría firmar como “su alteza imperial del ego perpetuo de Asturias”.
Porque lo que presenciamos no es solo una escena de control partidista, sino un performance de culto a la personalidad, con ribetes de ópera bufa. Liliana no dirige: impone. No persuade: ordena. No construye: demuele. Lo hace con esa elegancia rancia de quien confunde liderazgo con soberbia, y partido político con corte real. A donde va, reparte instrucciones como si fueran bendiciones, y lo hace creyendo que aún hay quien cree en los milagros priistas.
¿Y el presidente estatal del partido del tricolor? César Emiliano Gerardo Lugo, cuyo papel parece sacado de un episodio de “Los Muppets”: un muñequito decorativo con corbata, útil solo para adornar boletines de prensa. Porque aquí, el verdadero poder —o lo que queda de él— lo detenta Liliana, desde su trono invisible pero omnipresente.
Pero lo que realmente da náusea, más allá del desplante, es la amnesia política selectiva. Liliana se presenta como la salvadora de un partido que ayudó a hundir, como si su historial no tuviera manchas, como si el olvido fuera un derecho y no una estrategia. En la región del Évora —donde ya su nombre provoca más sarcasmo que simpatía— la recuerdan no por gestas políticas, sino por la arrogancia de quien jamás entendió que el poder no se hereda ni se impone: se gana. O, en su caso, se pierde con estilo.
En el municipio de Mocorito, joya cultural de Sinaloa, se atrevió a callar a liderazgos locales con la gracia de una virreina en misa. Y lo más triste: nadie dijo nada. Porque el PRI ya no es partido, es coro. Un rebaño entrenado en aplaudir lo que no entiende y en celebrar lo que los aplasta. Ahí donde había debate, ahora hay eco. Donde había estructura, ahora hay cenizas.
Y aquí el giro filosófico inevitable: ¿qué puede esperarse de una organización que ha olvidado su propósito? En vez de introspección, optan por la liturgia del autoengaño. En vez de renovación, eligen el culto al yo. En vez de levantar desde los cimientos, le ponen maquillaje a las ruinas. Esto ya no es política: es necrofilia institucional.
Mientras tanto, Sinaloa observa, no con rabia, sino con resignación. Porque uno puede enojarse con quien falla una vez, pero con quien repite el error como mantra… ya solo queda el sarcasmo o el silencio. El PRI, ese dinosaurio viejo y desdentado, ha elegido como sacerdotisa de su extinción a una figura que no quiere refundar, sino gobernar la nada.
GOTITAS DE AGUA:
Y así seguimos, viendo cómo se le dan títulos nobiliarios a quien no puede ni con la humildad básica del servicio público. El PRI no está muriendo. El PRI se está suicidando… pero con pompa, con tacones, y con boletín de prensa. Y mientras Liliana Cárdenas reparte cetros simbólicos entre ruinas, el pueblo —ese que aún tiene memoria— murmura en voz baja: “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana, si es que queda algo que ver”…
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