Gabriel Cota.

La transición del poder gubernamental es un ejercicio que pocas veces logra desenvolverse con soltura y total apertura, tanto para quienes dejan el poder como para quienes se alistan a ejercerlo.

En el caso de la gubernatura de Sinaloa, los últimos cambios de gobierno no han sido tan cómodos, sobre todo cuando se ha tratado de gestiones provenientes de diferentes partidos políticos o incluso cuando se trata de correligionarios.

Cuando Francisco Labastida Ochoa llegó a la gubernatura de Sinaloa encontró la lógica oposición del saliente Renato Vega Alvarado, pero sobre todo de sus dos principales operadores, tanto en lo financiero como en lo político, Marco Antonio Fox Cruz y Francisco Cuauhtémoc Frías Castro, respectivamente, habían resultado los grandes perdedores de su sueño de legalizar lo que en los hechos habían ejercido mientras su jefe dedicaba la mayor parte del tiempo al elitista juego de golf.

Al dejar la gubernatura, quien años después se convirtiera en el primer candidato del Partido Revolucionario Institucional había sufrido ya el golpe de no dejar heredero en el trono estatal, por lo que pocas condiciones propicias se generaron a favor del entonces poderoso líder obrero Juan S Millán Lizárraga, quien en una inédita consulta abierta del propio partido tricolor aplastara a quien era el preferido de Francisco Labastida, el malogrado exalcalde de Culiacán, Lauro Díaz Castro, saliendo de esa contienda interna totalmente fortalecido para la justa constitucional.

Durante su sexenio, el político rosarense ejerció un férreo control del poder en Sinaloa, poniendo a sus pies a una endeble oposición que, como parte de ese juego perverso, empezó a tener acceso a posiciones en las alcaldías y diputaciones locales.

Al final, Juan S. Millán se inclinó por Jesús Alberto Aguilar Padilla, a cuyo heredero se sumaron otros personajes que en su momento aspiraba a la candidatura del PRI, como Abraham Velázquez, considerado de los más cercanos al gobernador, o el entonces popular alcalde de Ahome, Mario López Valdez, a quien le prometieron que dentro de 6 años sería la suya.

El bajo perfil y poco carisma del abanderado priista fue un factor que a punto estuvo de que fuera derrotado en las urnas frente al empresario Heriberto Félix Guerra, al grado de que su victoria formalizó la máxima instancia electoral a unos días del cambio de gobierno, situación que en los hechos no fue factor para una transición sin contratiempos, dado el claro entendimiento entre quien se iba y quien llevaba a la titularidad del Poder Ejecutivo Estatal. Al final, Juan Millán y Jesús Aguilar habían sido equipo por años y nada ponía en riesgo el cambio de gobierno, tal como ocurrió en los hechos.

Seis años después, la historia fue muy distinta, cuando Mario López Valdez vio incumplida la promesa de que sería el abanderado del PRI, por lo que respondió a ese portazo encabezando una alianza opositora entre el PAN y el PRD, que por primera vez en la historia de Sinaloa hizo que en la gubernatura se pusiera fin al interrumpido mandato priista.

Ese simple hecho provocó que el periodo de transición del poder estatal fuera de los más tormentoso, al grado de que hoy en día sigue siendo muy irritable la relación personal entre Malova y Jesús Aguilar.

Llega el 2016 y el otrora rebelde del PRI regresa al redil, ofreciendo toda la fuerza de su gobierno para sacar adelante la candidatura de un desconocido Quirino Ordaz Coppel, atendiendo con ello la recomendación del propio Presidente Enrique Peña Nieto, sacrificando a su poderoso Secretario General de Gobierno, Gerardo Octavio Vargas Landeros, y dándole la espalda a sus anteriores aliados azules y amarillos, a quienes, en los hechos, siempre minimizó.

Todo ello provocó que el regreso del PRI a la Gubernatura no fuera tan tormentoso, aunque al final el propio exgobernador y sus cercanos se quejaran del incumplimiento de mucho de lo pactado en la víspera con el nuevo mandatario estatal.

Tras 4 años y 10 meses en el poder, periodo acortado por la reforma constitucional para homologar las elecciones locales con las federales, ahora Quirino Ordaz Coppel se alista a su propio proceso de transición, que en los hechos se ve mucho más terso a lo que hipotéticamente pudiera pensarse, pues, aunque representó el retorno del exinvencible a la Gubernatura de Sinaloa, ahora entrega ese poder a otras siglas, como son las de Movimiento Regeneración Nacional y lo mucho o poco que aporta su alianza con el Partido Sinaloense.

Más allá de colores, siglas o posturas ideológicas, en realidad Quirino Ordaz no pudiera dejar su mandato en mejores manos, pues el gobernante entrante es uno de su más cercanos, pudiera presumirse que su amigo personal, pues incluso no hay que olvidar que al inicio de su mandato fue nada más y nada menos que su coordinador de asesores, una posición que no cualquier ocupa, pues, más allá de sus capacidades, debe ser una persona muy cercana y de suma confianza, y eso era y es Rubén Rocha Moya.

Ideológicamente pudiera haber y tal vez en lo futuro sí se radicalicen las confrontaciones entre las clases políticas que se van y las que llegan, pues la de este 2021 sí pudiera significar una revolución en la esfera gubernamental, donde llegarán verdaderos opositores al gobierno saliente y no el disfraz del 2010, donde imperó y se fortaleció a la nomenclatura priista.

Pero todo eso abajo, porque en la cumbre los hechos son otros, con un claro y firme entendimiento entre Quirino Ordaz Coppel y su sucesor, al grado de que ya trabajan en mancuerna, siempre juntos, como se vio en la visita conjunta a los funerales del profesor Román Rubio y Esteban López Beltrán, en Sinaloa Municipio, y la reciente visita del Presidente Andrés Manuel López Obrador, donde Rubén Rocha gozó de un trato envidiable, permitido por su amigo gobernador y por el propio mandatario nacional, de quien goza también de añejas y solidas consideraciones y amistad.

Puntualizando:

Más allá de filias o fobias, o de posturas radicales de uno u otro bando, lo que importa es el presente y futuro de Sinaloa y los sinaloenses y ojalá ese entendimiento entre quien se va y quien llega sirva para hacer más terso y efectivo el quehacer gubernamental.

O, como diría el no muy bien recordado político nacido en El Llano de la Carrera, Cosalá: ¿La política por delante y por abajo, bolas?

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