Francisco Chiquete 

La civilidad noqueó a
todos en la contienda
Cuen-H. Norzagaray

Lustros de enconados enfrentamientos hacían prever un duelo de fajadores, quizá una equivalencia al Many Pacquiao-Dinamita Márquez en sus mejores tiempos. Pero en lugar de un pleito de estibadores, vimos una pelea imposible entre dos estilistas defensivos como Floyd Maywater y Roger, su tío.
Era un acto académico o algo así: se trataba de presentar el libro La desgracia del COVID en Sinaloa, del investigador universitario Ernesto Hernández Norzagaray, llevando como comentarista nada menos que a Héctor Melesio Cuen Ojeda, con quien el autor ha sostenido uno de los enfrentamientos políticos más feroces (de ida y vuelta).
Es cierto que el tema no era la administración de la UAS ni el uso de ésta como base de un partido, sino de la huella que ha dejado la pandemia en nuestra entidad.
De todos modos, se suponía que había material. Hernández Norzagaray ha sido sumamente crítico de la forma en que el gobierno ha administrado este fenómeno, mientras Cuen, que también había sido muy crítico, ahora es parte de la administración gubernamental y asociado de la cuarta transformación.
Hubo referencias por supuesto, a la actitud del presidente desalentando el uso del cubrebocas, a la falta de apoyo a las mypimes, a las deficiencias de las estadísticas, pero no se ahondó en la actitud del presidente y ni siquiera hubo una referencia a la bestia negra del COVID en que tenemos clasificado al subsecretario de salud Hugo López Gatell.
Nada de nada. Si acaso un desliz de Cuen, quien dijo haber enviado volantes a los laboratorios privados de Sinaloa para que diesen las estadísticas correctas. Eran oficios, circulares, como él mismo aclaró después. Un secretario de estado no maneja volantes, como hace un activista político.
Parecía que el primer round de estudio, en que nadie tiró ni un solo jab para no bajar la guardia, se prolongaba al segundo, al tercero, y así hasta llegar al doceavo.
Al final vimos que incluso hubo cuerdas de protección adicionales, pues el moderador, que no necesitó moderar nada, dio opción sólo para una pregunta del público, que por supuesto resultó inocua, y nadie más pudo hablar.
Bueno, nadie es mucho decir, Cuen, quien ya se había declarado en casa, tomó el micrófono fuera del programa, cuando ya había sonado la campana, para recordar que diecisiete años atrás había presentado un libro del doctor Hernández Norzagaray y desde entonces no lo volvieron a invitar. Que no pasen otros diecisiete años para que me inviten de nuevo, clamó pleno de satisfacción. La civilidad se impuso.

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *