EN LA GRILLA

 

FRANCISCO CHIQUETE


Jesús Aguilar Padilla fue un político de mano suave, conciliador, que debió superar situaciones difíciles a lo largo de su carrera y que sorprendió a Sinaloa al separarse de su mentor, Juan Sigfrido Millán Lizárraga, para afirmar su ejercicio del poder desde la gubernatura.
Pese a la derrota sufrida durante las elecciones para su sucesión, se reinventó y revivió su participación política en los ámbitos nacionales y estatales.
Con Aguilar Padilla se vivió la primera concerta-cesión del periodo salinista. Candidato a diputado federal por el tercer distrito en 1988, ganó la elección en forma desahogada, pero un inesperado cambio de criterios anuló los resultados de un importante paquete de Casillas electorales. Por acuerdo de carácter operativo, en el consejo distrital, las casillas de la zona rural serrana de Culiacán fueron concentradas en un punto en lugar de llevarlas directamente. Partidos y consejeros estuvieron de acuerdo en la medida, pero las negociaciones PAN-Salinas desahogaron tensiones cediendo tantos distritos como fuese aconsejable. Aguilar fue sacrificado y se convirtió en el primer candidato priísta al Congreso federal, que perdía un distrito en Sinaloa.
A la vera de Millán Lizárraga fue reconstruyendo su trayectoria en diversos puestos públicos como la delegación de Conasupo en Sinaloa. Fue un cuadro importante de la CTM estatal y un operador político de primera línea en el equipo de Millán, incluyendo el periodo en que éste se integró a los comités ejecutivos nacionales de la CTM y del PRI, lo que le permitió a JAP foguearse en esos niveles.
Junto con Abraham Velázquez fue el núcleo del millanismo. Enfrentaron los rencores y venganzas de Antonio Toledo Corro, la persecución y enfrentamientos con Francisco Labastida Ochoa, primero por la renuncia al PRI estatal por la concerta-cesión de Mazatlán y luego por la lucha enconada en que Labastida pujaba por la candidatura priísta a gobernador a favor de Lauro Díaz Castro.
Cuando Millán logró la gubernatura, Aguilar era el funcionario más influyente del gabinete, pero no se avalanzó sobre las estructuras del gobierno para hacer imagen pública. Por el contrario, si salía a firmar un convenio en su calidad de Secretario de Desarrollo Social, lo hacía en privado y sin prensa.
En el segundo trienio de ese sexenio fue diputado local y jefe del control político del Congreso. Su capacidad de negociación le permitió transitar sin conflictos, aunque no carente de enfrentamientos, que arreciaron conforme se acercaba el nuevo proceso electoral.
Un episodio llamativo de su liderazgo fue el viaje que organizó: toda la Cámara a España. Varios diputados de su partido y muchos de los opositores se enojaron con él, no por el viaje, sino porque Aguilar organizó un seminario de análisis de políticas de gobierno, y los obligó a asistir a cada sesión. Nunca había ocurrido que en un viaje de trabajo de los diputados, éstos tuvieran que trabajar.
Desde la Cámara lanzó su famosa campaña de El Firmón, en que llamaba a la ciudadanía a firmar para que fuese creada la Ley de Participación Ciudadana y proyectó su imagen y presencia por toda la entidad. Aguilar y Velázquez tuvieron en un vilo al mundillo político. Al final la decisión fue favorable al primero.
Juan Millán fue el primer gobernador priísta de Sinaloa que pudo decidir libremente su sucesión, y aunque su decisión era casi evidente (Jesús o Abraham), hubo muchas especulaciones por la presencia en el gabinete de Heriberto Félix Guerra, quien finalmente fue candidato del Partido Acción Nacional y se llevó a funcionarios y simpatizantes priístas.
Con una votación cerradísima y ventaja de doce mil votos, Jesús Aguilar fue declarado gobernador electo en la Sala Superior del Tribunal Federal Electoral, dos días antes de la toma de protesta. Juan Millán había encabezado una intensa batalla jurídica y política que al final dio resultado.
Beneficiado por el último tramo de un breve boom petrolero, Aguilar pudo mantener el programa carretero heredado, impulsó la educación superior con nuevas instituciones y desarrolló un programa de gobierno con orientación social sin muchas estridencias. Se acabaron las cabalgatas y aparecieron las yipeadas, tema que podía provocar el retraso de inauguraciones o recorridos si alguien llevaba la plática hacia allá.
También desapareció el básquetbol como deporte oficial. Aguilar se armó un trabuco de la tercera edad para jugar béisbol los fines de semana. Pero también desapareció la influencia de Millán. En esta silla sólo cabe una persona y él ya tuvo su oportunidad, dijo en el despacho de gobernador. No fue una ruptura, pero sí el emprendimiento de una ruta nueva y propia.
Las diferencias se acrecentaron cuando Aguilar dio muestras de que su gallo para la sucesión sería Jesús Vizcarra, el poderoso empresario de la carne, que ya había sido diputado federal y alcalde de Culiacán.
Millán se inclinó por Mario López Valdez y se dio una de las contiendas políticas más impresionantes de la historia local. Millán se llevó por lo menos a una tercera parte de los activos priístas, pero Vizcarra, con mucho tesón, construyó nuevas estructuras y llegó a superar la votación histórica del PRI, sólo que fue insuficiente ante la sapiencia política de Millán y el apoyo apabullante del gobierno federal panista de Felipe Calderón.
Aguilar Padilla dejó la gubernatura perseguido por la derrota y el revanchismo, parecía el fin. Para su fortuna, el equipo político al que pertenecía (el de Osorio Chong) se colocó en las primeras líneas del equipo del candidato presidencial Enrique Peña Nieto. Eso y el rápido desgaste y descrédito de su sucesor Mario López Valdez generaron la revaloración política del exgobernador, quien apareció como subsecretario de Ganadería y se volvió a convertir en un factor de poder en el estado.
Los ajustes de la política nacional lo llevaron a regresar a Sinaloa, donde su ex secretario de finanzas Quirino Ordaz Coppel rescató la gubernatura.
No intentó ejercer influencia y escogió la vía académica, con una cátedra en la Universidad Autónoma de Occidente.
Durante los años posteriores al gobierno fue evidente el reencuentro con Millán Lizárraga. Ya sea solos o con el resto del equipo político, se reunían en comidas o tertulias dos o tres veces por mes. Cuando se volvió a presentar el cáncer que ya lo había tenido al borde de la muerte, Millán enfrentaba también padecimientos severos. Ambos comentaban a sus cercanos la preocupación por el otro, desestimando la condición propia.
Mantuvo cercanía con su amigo, el gobernador morenista Rubén Rocha Moya e hizo oposición interna al dirigente nacional priísta Alejandro Moreno, cuyos métodos y decisiones llegó a criticar públicamente.
En marzo del año pasado falleció la señora Rosalía Camacho de Aguilar, su esposa por aproximadamente cuarenta años, lo que le quebró el ánimo al punto de disminuir sus apariciones públicas.
Dos de sus dichos son usados frecuentemente en los mentideros políticos. Uno fue verdad sólo a medias: tras una fuga en el penal de Badiraguato, Carlos Loret de Mola le preguntó al aire cuál es la situación en Sinaloa, pero cuando Aguilar ya empezaba su respuesta, se la cambió a ¿cuál es la situación en el penal? Normal, dijo Aguilar. Normal, dijeron sus críticos, porque siempre hay fugas en ese penal.
La otra fue una conversación telefónica que le interceptó el espionaje del Cisen. Daba instrucciones para atender a Beatriz Paredes, con quien habían tenido diferencias: -ya sabes -dijo a su interlocutor-: por arriba la política y por abajo ¡bolas!
Finalmente el cáncer que lo golpeó quince años atrás, regresó y logró vencerlo, lo que no pudieron hacer sus contrincantes políticos.

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