Cuando este lunes vuelvan a la mesa de negociaciones en Viena, los delegados del gobierno de Irán tendrán en sus manos una grave apuesta sobre el futuro del Medio Oriente y de gran parte del mundo: ¿aceptarán un acuerdo con las grandes potencias para abrir las puertas de sus plantas nucleares a los inspectores internacionales para confirmar que no están produciendo bombas atómicas? ¿O esquivarán el compromiso y activarán la cuenta regresiva hacia una guerra cuyos resultados son imprevisibles? Un Irán nuclear es una posibilidad que Israel—al igual que varios países árabes— no puede permitirse, por una cuestión de supervivencia: los gobiernos islámicos de Teherán, desde la llegada al poder del ayatollah Khomeini en 1979 a esta parte, no esconden su aspiración, en general poco realista, de que el estado judío desaparezca del mapa.

Con ese trasfondo se retomarán las conversaciones en la capital austríaca. Por un lado los negociadores de Irán sentados a la mesa con los representantes de Alemania, Rusia, China y Francia. En otra habitación, esperando las comunicaciones indirectas, estarán los delegados de Estados Unidos. Los iraníes se niegan, al menos por ahora, a conversar cara a cara con los estadounidenses. Los canales bilaterales saltaron por los aires durante la presidencia de Donald Trump. En efecto, el líder republicano renegó, en el 2018, del controvertido acuerdo que su predecesor, el demócrata Barack Obama, firmó con Teherán en el 2015. Aquel tratado, conocido como Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA o Plan de Acción Integral Conjunto), básicamente ponía límites al plan atómico iraní, en particular ordenando a los científicos del país persa mantener sus reservas en menos de 300 kilogramos de uranio enriquecido hasta un 3,67 por ciento por quince años y prohibiendo la construcción de nuevos reactores de agua pesada. Si Irán cumplía con su parte, las potencias occidentales levantarían gradualmente las sanciones sobre las autoridades de Teherán, un paquete que involucraba activos por alrededor de 100,000 millones de dólares. Irán cumplió parcialmente durante un par de años y gran parte de las sanciones se levantaron, pero siempre haciendo distinciones entre centrales civiles, abiertas a los inspectores, y militares, vetadas a los expertos de la Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) de las Naciones Unidas.

Al fin y al cabo, ese fue uno de los grandes pretextos utilizados por Trump para salirse del tratado, en mayo del 2018. Más de tres años después, con los sectores más sensibles de las plantas atómicas iraníes prácticamente cerrados a los inspectores de la OIEA y nuevos presidentes en Washington (el demócrata Joe Biden) y en Teherán (el duro dirigente islámico Ebrahim Raisi), las cosas cambiaron, para peor. La semana pasada, en una entrevista con la revista Time, uno de los más altos oficiales de las fuerzas armadas de Estados Unidos, el general Kenneth McKenzie, aseguró que los iraníes ‘están muy cerca esta vez’ de obtener la tecnología necesaria para producir una bomba nuclear. Durante la conversación, McKenzie destacó que los expertos iraníes todavía no pudieron diseñar una cabeza nuclear lo suficientemente pequeña para ser montada en uno de los 3,000 misiles balísticos que posee el país, ni tampoco la tecnología necesaria para construir los cohetes adecuados. ‘Eso es lo que les llevará un poco de tiempo construir’ para poder armarse con bombas atómicas completas, señaló McKenzie, jefe del Comando Central (centcom) de Estados Unidos. En cuanto al uranio, un reporte difundido en setiembre por el Institute for Science and International Security, una organización no gubernamental estadounidense fundada por un ex inspector nuclear de la OIEA, David Albright, presentó un panorama preocupante. Según el think tank norteamericano, Irán podría producir suficiente material fisionable para construir una bomba nuclear en un mes. Armar una segunda le tomaría menos de tres meses y, una tercera, menos de cinco meses. No sorprenden, por lo tanto, las advertencias de Israel y de Estados Unidos contra Irán. De hecho, con Naftali Bennett ocupando el puesto de primer ministro en lugar de Benjamin Netanyahu, las fuerzas militares de Jerusalén ya dejaron saber que se están preparando para un eventual raid sobre las plantas nucleares iraníes.

La primera ‘filtración’ oficial sobre esos planes se conoció en octubre último, cuando el Canal 12, la principal televisora del país, dijo que la Fuerza Aérea de Israel ya había recibido ‘órdenes’ de practicar ‘intensamente’ eventuales ataques contra las plantas atómicas. El reporte apuntó que el propio Bennett habría dispuesto la liberación de 5,000 millones de shekels (unos 1,500 millones de dólares) para financiar las operaciones. Pocas semanas antes, el ministro de Exteriores israelí, Yair Lapid, había dicho que ‘si el mundo no detiene a Irán’, su país ‘se reserva el derecho de actuar’. Otras advertencias llegaron a fines de octubre, cuando Biden, la entonces canciller de Alemania, Angela Merkel, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, aseguraron que ‘Irán nunca podrá adquirir un arma nuclear’. Reunidos en Roma para la reunión del G20, los cuatro mandatarios señalaron ‘los riesgos que plantea para la seguridad internacional la escalada del programa nuclear de Irán’. Semanas después, a fines de noviembre, hablando desde Manana, la capital de Bahrein, el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, cerró por ahora el ciclo de avisos para Teherán. ‘Si Irán no está dispuesto a comprometerse seriamente’ con las negociaciones que se reanudan este lunes, ‘entonces analizaremos todas las opciones necesarias para mantener la seguridad’ de Estados Unidos, aseveró Austin. En el medio, además de la noticia sobre los fondos para ensayar eventuales ataques sobre Irán, las fuerzas israelíes llevaron a cabo sugestivas prácticas militares de gran magnitud.

Prepararse ante un programa nuclear de Irán

Por ejemplo, en octubre se cumplió una histórica edición del ejercicio aéreo Blue Flag, que esta vez reunió en una base en el desierto israelí aviones de la fuerza aérea local y de las de Alemania, Italia, Francia, Grecia, India, Estados Unidos y Reino Unido. Más allá de la impactante presencia en los cielos israelíes de los Mirage, F-35 y Eurofighters, llamó la atención la inesperada presencia en el lugar, para observar las maniobras, de nada menos que el jefe de la Fuerza Aérea de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), el mayor general Ibrahim Nasser Muhammed al-Alawi. Los EAU, al igual que Arabia Saudita y muchos otros países árabes, ven con gran preocupación —quizás no a los niveles israelíes— la posibilidad de un Irán dotado de armas nucleares. Sugestivamente, poco antes de las conversaciones de Viena, el miércoles de la semana pasada, el jefe de los negociadores nucleares de Teherán, Ali Bagheri Kani, se reunió en Dubai con altos funcionarios emiratíes, probablemente para desactivar un frente más ‘amigable’ antes de chocar con las potencias internacionales en Austria. Pocas horas antes del arranque de las tratativas en Viena, el diario israelí The Jerusalem Post dijo que, en los ambientes militares de Jerusalén, no se prevé que ‘estalle una guerra con Irán o sus agentes, como Hezbollah en El Líbano’. De todas maneras, continuó, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) siguen ‘desarrollando su capacidad para llevar a cabo un ataque militar contra el programa nuclear de Irán si las circunstancias así lo exigen’.

Existe un serio precedente para ese tipo de raids, la Operación Ópera, cuando aviones F-16 de la Fuerza Aérea de Israel, escoltados por varios F-15, bombardearon la planta nuclear iraquí Osirak, pocos kilómetros al sudeste de Bagdad, el 7 de junio de 1981. La compleja incursión fue considerada un gran éxito, ya que destruyó la central atómica y detuvo los planes nucleares del entonces presidente iraquí, Saddam Hussein. Pero Osirak no tiene nada que ver con las actuales plantas iraníes, con sus corazones profundamente bajo tierra y altísima seguridad. Por todo esto, la gran incógnita cuando se corran las cortinas en las salas de negociaciones en Viena es saber qué tanto están los iraníes dispuestos a poner sus planes nucleares bajo la lupa internacional y cuánto durará la paciencia israelí. Hasta ahora, las FDI y el Mossad se limitaron a aplicar acciones de sabotaje contra distintas infraestructuras iraníes -infligiendo daños temporales al programa nuclear de Teherán- y se abstienen de un eventual bombardeo, en particular para no alienar a su socio principal, la Casa Blanca. Pero, si en algún momento Irán declara poseer armas nucleares, ¿cuál sería la reacción israelí? ¿Podremos llegar a ver provocadores tests al estilo de Corea del Norte? Esas son preguntas que difícilmente se resuelvan en las mesas de Viena.

 

 

 

Con información de EXP

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